Este no es un ciclo económico "normal"
Por Humberto Campodónico
Según el Buró Nacional de Investigación Económica (NBER, en inglés) de Estados Unidos, desde 1854 hasta el 2001 se han producido 32 ciclos económicos en ese país, lo que quiere decir que éstos no son novedad alguna. Esto también significa que, por su propia naturaleza, el capitalismo está en desequilibrio constante: a lo largo de su historia ha tenido siempre periodos de auge económico y de recesión.
Por Humberto Campodónico
Según el Buró Nacional de Investigación Económica (NBER, en inglés) de Estados Unidos, desde 1854 hasta el 2001 se han producido 32 ciclos económicos en ese país, lo que quiere decir que éstos no son novedad alguna. Esto también significa que, por su propia naturaleza, el capitalismo está en desequilibrio constante: a lo largo de su historia ha tenido siempre periodos de auge económico y de recesión.
Existen diversas interpretaciones sobre las causas de los ciclos por las distintas corrientes económicas: la duración del ciclo de inversión, así como del ciclo de vida de las máquinas, el nivel de emisión monetaria, por ejemplo. Más allá de esas interpretaciones, lo que aparece como evidente es que los ciclos económicos tienen una causalidad interna que supera largamente los errores que puedan cometer los tomadores de decisiones de política económica.
Esto no quiere decir que dichas decisiones dejen de tener importancia: pueden alargar el momento expansivo y pueden, también, agravar la fase recesiva. Pero lo que no pueden hacer es eliminar el ciclo económico, aunque muchos economistas piensen (más bien, sueñen) que ello es posible.
Así sucedió durante el periodo 1945-73, de amplio crecimiento económico (y leves recesiones), que el economista francés Jean Fourastié denominó los "30 años gloriosos". El propio Paul Samuelson dijo que los instrumentos económicos del keynesianismo y el consenso acerca de la regulación institucional para lograr el Estado del Bienestar habían determinado el fin de los ciclos económicos.
Pero, en verdad, las recesiones económicas no habían muerto, lo que se constató en 1974-75, luego en 1980-82, 1990-91 y el 2001. Desde esa fecha hasta hoy no se ha producido formalmente una nueva recesión y muchos economistas volvieron a las andadas.
Dijeron que la "nueva economía" (las tecnologías de información y del conocimiento, Internet incluido), la desregulación financiera y la globalización en marcha (crecimiento de China e India) habían terminado, una vez más, con los ciclos económicos (hasta hace poco el ex ministro Carranza afirmaba que las materias primas crecerían ininterrumpidamente durante los próximos 15 años).
Ahora que estamos ante la peor crisis financiera desde 1929 (y que quizá la supere), es crucial tener claro los "porqué". Una de las cuestiones centrales es que el sector financiero ha tomado preeminencia sobre el sector industrial, cuyos principales indicadores de rentabilidad no han recuperado los niveles de los años 70.
Para "solucionar" el problema se optó por "barrer bajo la alfombra". El Fed de Greenspan, desde el 2001, bajó las tasas de interés a cero en términos reales creando "burbujas" especulativas que permitieron mejorar las hojas de balance del sector productivo, pero sin solucionar el problema. En este contexto, el capital financiero tomó el mando absoluto y montó el fraude más grande de la historia: sin regulación alguna "creó" toda clase de nuevos "vehículos financieros" (hipotecas subprime sin soporte alguno) que permitieron apalancamientos de 30 a 1 y ganancias extraordinarias, pero ficticias y, sobre todo, dolosas y criminales.
Si bien es necesario volver a una regulación nacional (con mayor intervención del Estado) y global (no se ha querido avanzar en una nueva arquitectura financiera internacional y seguimos con un FMI pintado en la pared), la dimensión de esta crisis —y sus nefastos efectos globales— supera los mecanismos institucionales, por más sofisticados que éstos sean. Por eso, el problema no puede ser analizado con el enfoque de ciclos de corto plazo, como los que elabora el NBER.
Se trata de saber si existen las bases económicas y tecnológicas para el impulso de un nuevo ciclo largo de crecimiento, basado en el sector productivo, que permita enfrentar los problemas globales de la humanidad en el siglo XXI. No se trata de un "ciclo económico más", normal en el capitalismo, sino de una crisis sistémica que exige otro paradigma, otro ordenamiento económico y social global.
Todos los artículos del autor pueden ser leídos en: www.cristaldemira.com
Esto no quiere decir que dichas decisiones dejen de tener importancia: pueden alargar el momento expansivo y pueden, también, agravar la fase recesiva. Pero lo que no pueden hacer es eliminar el ciclo económico, aunque muchos economistas piensen (más bien, sueñen) que ello es posible.
Así sucedió durante el periodo 1945-73, de amplio crecimiento económico (y leves recesiones), que el economista francés Jean Fourastié denominó los "30 años gloriosos". El propio Paul Samuelson dijo que los instrumentos económicos del keynesianismo y el consenso acerca de la regulación institucional para lograr el Estado del Bienestar habían determinado el fin de los ciclos económicos.
Pero, en verdad, las recesiones económicas no habían muerto, lo que se constató en 1974-75, luego en 1980-82, 1990-91 y el 2001. Desde esa fecha hasta hoy no se ha producido formalmente una nueva recesión y muchos economistas volvieron a las andadas.
Dijeron que la "nueva economía" (las tecnologías de información y del conocimiento, Internet incluido), la desregulación financiera y la globalización en marcha (crecimiento de China e India) habían terminado, una vez más, con los ciclos económicos (hasta hace poco el ex ministro Carranza afirmaba que las materias primas crecerían ininterrumpidamente durante los próximos 15 años).
Ahora que estamos ante la peor crisis financiera desde 1929 (y que quizá la supere), es crucial tener claro los "porqué". Una de las cuestiones centrales es que el sector financiero ha tomado preeminencia sobre el sector industrial, cuyos principales indicadores de rentabilidad no han recuperado los niveles de los años 70.
Para "solucionar" el problema se optó por "barrer bajo la alfombra". El Fed de Greenspan, desde el 2001, bajó las tasas de interés a cero en términos reales creando "burbujas" especulativas que permitieron mejorar las hojas de balance del sector productivo, pero sin solucionar el problema. En este contexto, el capital financiero tomó el mando absoluto y montó el fraude más grande de la historia: sin regulación alguna "creó" toda clase de nuevos "vehículos financieros" (hipotecas subprime sin soporte alguno) que permitieron apalancamientos de 30 a 1 y ganancias extraordinarias, pero ficticias y, sobre todo, dolosas y criminales.
Si bien es necesario volver a una regulación nacional (con mayor intervención del Estado) y global (no se ha querido avanzar en una nueva arquitectura financiera internacional y seguimos con un FMI pintado en la pared), la dimensión de esta crisis —y sus nefastos efectos globales— supera los mecanismos institucionales, por más sofisticados que éstos sean. Por eso, el problema no puede ser analizado con el enfoque de ciclos de corto plazo, como los que elabora el NBER.
Se trata de saber si existen las bases económicas y tecnológicas para el impulso de un nuevo ciclo largo de crecimiento, basado en el sector productivo, que permita enfrentar los problemas globales de la humanidad en el siglo XXI. No se trata de un "ciclo económico más", normal en el capitalismo, sino de una crisis sistémica que exige otro paradigma, otro ordenamiento económico y social global.
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