Por Humberto Campodónico
Tengo la impresión de que este Gobierno peruano tiene 10 años de atraso, porque esta idea de la liberalización y la privatización total, que en un momento fue tan importante en muchos países, ahora ya está abandonada” (Alain Touraine, sociólogo francés, Revista Domingo, 11/5/2008).
“Perú debe cambiar su estructura productiva y pasar de ser un sector primario a uno industrializado, con valor agregado y generación de empleos. Perú invierte entre 0.1 y 0.2% del PBI en innovación y desarrollo. Se debe establecer una meta para llegar a 0.5%. El Gobierno tiene que liderar, junto con el sector privado (José Luis Guasch, Consejero en Competitividad, Banco Mundial, Andina, 20/7/09).
Esto es muy parecido a lo que ha dicho hace unos días el “gurú”, Michael Porter. Pero por tratarse de él, ha “rebotado” con fuerza en los medios, a diferencia de las críticas anteriores.
Dijo Porter: “El Perú atraviesa tiempos económicamente peligrosos porque las fuerzas que explican el crecimiento reciente no son sostenibles porque no generan competitividad. Perú depende demasiado de las exportaciones de materias primas, que tienen un potencial limitado para impulsar el crecimiento económico y la diversificación económica. Perú ha logrado progresos en política macroeconómica pero no está invirtiendo lo suficiente en recursos humanos e infraestructura”.
Esto puede también leerse así: continuar con el modelo primario exportador no va a llevar al país al desarrollo. Puede, eso sí, dar ganancias para un sector reducido de la población mientras duren los precios de los “commodities”. Pero nada más.
Dicho de otra manera, la “teoría” que afirma que “en algún momento” el modelo económico va a “chorrear” a la mayoría de la población no tiene sustento alguno. Para tratar de justificarse, el ministro Carranza nos habla de que “ha crecido el PBI per cápita”, como si el aumento de ese indicador “promedio” fuera equivalente a más bienestar cuando la distribución del ingreso es súper desigual. No, pues.
Lo que ha dicho Porter no es nada nuevo, por favor. Hace tiempo que se sabe que las ventajas comparativas (por ejemplo, exportar los minerales que tenemos) deben dar paso a las ventajas competitivas, que se forjan con políticas explícitas para impulsar valor agregado en la producción que cree empleos y sea competitiva a nivel mundial, para lo cual hay que avanzar en ciencia y tecnología, donde estamos muy mal. Todo esto no se puede lograr sin mejorar la educación y salud, mejorar la infraestructura y avanzar hacia la reducción de la pobreza.
Estas recomendaciones mandan al traste la letanía oficialista de que “basta con la inversión”, cualquiera sea ésta, sin importar dónde se localice y qué produzca. El lema es: “salvo la inversión todo es ilusión”. Por eso, el Estado debe darle todos los incentivos posibles, sobre todo si es extranjera (ya tiene “igual trato” que la nacional).
Porter dice que “la productividad de la economía nacional proviene de la combinación de las firmas nacionales y extranjeras”. Agrega que “la productividad de las industrias domésticas o “locales” es fundamental para la competitividad, no solo la de las industrias de exportación”. Pero aquí se desprotege a la industria nacional con los aranceles más bajos de la Región y, peor aún, se admite la entrada de productos subvaluados que solo favorecen a las empresas importadoras.
Hay muchas más cosas que dice Porter. Pero todas se podrían reducir a una sola: para alcanzar la competitividad se necesita de metas nacionales claras, lo que implica —en el caso peruano— una nueva ecuación en las responsabilidades del Estado para liderar ese esfuerzo. O, lo que es lo mismo, mientras sigamos en la política de “no cambiar para nada el modelo, para que nada cambie”, el desarrollo estará cada vez más lejano y las brechas sociales se agrandarán.
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