Después del tsunami
Pedro Miguel Lamet (*)
El día que en la pantalla de nuestros televisores asistimos en directo al atentado contra las Torres Gemelas no salíamos de nuestra sorpresa. Parecía una película de ciencia-ficción. Sin embargo, se trataba de un hecho histórico de enorme trascendencia, que quizás haya marcado la caída del poder mundial americano para dar paso a una multipolarización donde China, Rusia, Brasil y otros países emergentes cobren también protagonismo.
Para el prestigioso filósofo y sociólogo Alain Touraine, reciente premio Príncipe de Asturias, estamos en una sociedad en la que crece la desigualdad, la exclusión social y la marginalidad, y aflora un mundo marcado por la ruptura y la división “en el que las únicas categorías que se mantienen son las de amigo o enemigo”. El triunfo del neoliberalismo podría romper los vínculos entre la economía globalizada y la sociedad compuesta por actores clásicos como los sindicatos o los partidos.
Estamos asistiendo a una flagrante debilidad del Estado frente a los mercados. “La crisis es el resultado de la ruptura impuesta por los financieros entre sus intereses y los del conjunto de la población”, afirma el profesor francés.
Pero la gran pregunta que queda por contestar es: después de esta crisis, ¿volveremos a la situación económica del pasado? Y la respuesta, aunque volvamos a cierto crecimiento, es que no, porque la historia nunca retrocede, y porque después de un tsunami la ciudad que se reconstruye nunca podrá ser la misma de antes.
El egoísmo y el pensamiento único que surgieron tras la caída del muro han llevado al mundo a una voracidad que tuvo su estallido más que simbólico en las Torres Gemelas.
¿Y ahora qué? Nos preguntamos cómo será el futuro desde un punto de vista sociológico y humano. Parece que, en ese paisaje, desaparecerá el imperio del consumo, se racionalizará la vida y no habrá que apretarse el cinturón, sencillamente porque al estar más flacos, el cinturón se caerá solo.
Lo interesante será la transformación cultural a la que asistiremos. Tendrá que surgir desde un cambio de valores. Las viejas recetas socialdemócratas de las sociedades industriales parecen obsoletas e irrecuperables. Los problemas ecológicos y de la mujer, entre otros, requerirán un nuevo tipo de vida económica y social. Será necesaria una nueva globalización moral en la que habrá que reclamar derechos universales, y no solo para las personas privilegiadas del primer mundo. No podrá tolerarse un universo económico que trata a los seres humanos como mercancías, o como máquinas. El respeto por los derechos humanos requerirá nuevas formas, no solo jurídicas, sino también cotidianas, de comunicación y convivencia.
Estamos pasando más que una página y un capítulo de la Historia, escribimos un libro nuevo, semejante a lo que pudo ser la caída del Imperio Romano o la Revolución Industrial.
Hasta dónde tendremos que tocar fondo, aún no lo sabemos. Se descubren vectores y señales esperanzadores: interés por la solidaridad y las ONG; la búsqueda de una vida más natural y ecológica; el movimiento indignado en lo que tiene de más justo y reivindicativo; la urgencia de que la política recupere su papel cara a la economía; la recuperación de valores perdidos frente a la deshumanización del consumo; la imaginación creadora ante la desocupación y el paro; la reorientación tecnológica e industrial. Y sobre todo fe en el hombre, en lo que tiene de más genuino, en su dimensión espiritual que le ha llevado a superar situaciones más difíciles y trágicas, puesto que crisis significa crecimiento y al final, aun con errores, todo avanza. En este sentido decía Teilhard de Chardin: “Todo cuanto acontece es adorable”. ¿Aprenderemos?
(*) Periodista y escritor
www.telefonodelaesperanza.org