Tentación totalitaria
Por Adrián Mac Liman*
Un fantasma se divisa en el sombrío horizonte de la crisis económica y financiera global: el fantasma del fascismo. El fantasma de la tentación totalitaria, encarnada por los demonios del racismo, la xenofobia, el nacionalismo y el populismo.
Desengañémonos, el fascismo no ha muerto. El parte de defunción de la “barbarie negra”, firmado por los jueces del Tribunal Internacional de Nürenberg, se limitaba a poner fuera de la ley a los nazis alemanes, cómplices y colaboradores directos e indirectos de Adolfo Hitler. Aunque no nos quepa duda de que hoy en día no se dan las condiciones para el resurgir de un régimen de corte hitleriano, tampoco hay que descartar la posibilidad de enfrentamientos y conflictos de otra índole, capaces de desembocar en nuevas formas de intolerancia.
El historiador Ian Kershaw, autor del libro Hitler, los alemanes y la solución final, afirmaba recientemente que la inestabilidad que se ha ido adueñando del mundo moderno refleja claramente el malestar que reina en varios países, incapaces de cerrar las heridas de los conflictos del siglo XX. En un artículo publicado en el Internacional Herald Tribune, Kershaw recuerda que Hitler llegó al poder respetando las normas del sistema democrático. Para conquistar a los alemanes, jugó a fondo la baza de la frustración y el resentimiento provocados por la derrota militar de 1918 y la acentuada situación de desamparo que afectó a los países del Viejo Continente en los años 20 y 30 del siglo pasado.
Kershaw detecta nuevos síntomas de intolerancia en Rusia, Alemania, Serbia y Venezuela, poniendo como ejemplo el populismo de Vladimir Putin y Hugo Chávez, el nacionalismo racista de Slobodan Milosevic y las agresiones perpetradas por grupúsculos neonazis alemanes contra la comunidad turca afincada en el país germano.
Por otra parte, conviene recordar que los prolíficos y radicales movimientos antisistema, generadores de nuevas formas de intolerancia, supieron aprovechar los inquietantes síntomas de debilidad estructural de las democracias occidentales. La pobreza, el paro, así como la frustración derivada de la ausencia de modelos sociales válidos, constituyen el caldo de cultivo de los radicales. A ello se le añade el desconcierto provocado por la actual crisis económica, por la súbita desaparición del aberrante universo virtual creado por especuladores de toda índole.
Curiosamente, Kershaw apenas alude en sus colaboraciones periodísticas, publicadas antes de la internacionalización de la crisis de las hipotecas basura, a otros elementos clave para la estabilidad (o tal vez, inestabilidad) futura de Europa, como por ejemplo el avance del movimiento nacional-socialista germano, de la apuesta xenófoba de los seguidores del neo nazi austriaco Jörg Heider, del populismo autárquico que se abre camino en la Italia de Berlusconi.
La tentación totalitaria no es en sí algo novedoso. Se trata de un fenómeno que suele surgir en situaciones de crisis aguda, cuando la sociedad “huérfana” trata de buscar refugio en la hipotética seguridad que le proporcionan las estructuras de gobierno férreas o, pura y simplemente, los… dictadores. La sociedad “huérfana” tiende a apartarse de los valores tradicionales de la democracia, limitándose a buscar un caudillo, un jefe un führer.
En este contexto, la crisis que se avecina podría acentuar la degradación progresiva de nuestros valores morales, allanando la vía a la tentación totalitaria. Nos hallamos, pues, ante un enemigo igual de peligroso (o más) que el desempleo o la precariedad económica, síntomas llamados a desaparecer al final de una larga travesía del desierto. Sin embargo, el totalitarismo no se rinde. El totalitarismo se instala, perdura. No hay que permanecer inactivos ante el peligro. Recordemos el patético mensaje del literato alemán Martin Niemöller, tantas veces atribuido a Bertolt Brecht: “Luego (los nazis) vinieron por mí, pero ya era demasiado tarde… ya no quedaba nadie para decir nada”.
* Analista Político Internacional, Centro de Colaboraciones Solidarias