Por Emilio Menéndez del Valle*
La violencia es simple, pero no proporcionará seguridad a Israel. La fuerza militar acabará por colocar a Israel -y a buena parte de la comunidad internacional- en situación de máxima inseguridad.
Edward Said escribió hace tiempo que “la seguridad israelí es un animal de fábula, una especie de unicornio. Se la persigue sin alcanzarla jamás, pero constituye el objetivo eterno de cualquier acción futura”.
¿Qué persigue Israel con acciones que arrasan una ciudad, masacran a civiles y a policías encargados de mantener la seguridad y, de paso, liquidan a dirigentes y militantes de Hamás? ¿Por qué se arriesga a un recrudecimiento de la ira que, probablemente, impulsará a poblaciones árabes e islámicas —y desde luego a Al Qaeda-— a tomarse la justicia por su mano?
Condeno los cohetes de Hamás, un movimiento en cuya creación colaboró el Gobierno israelí con la intención de que dificultara los crecientes éxitos de la OLP de Arafat. Sin embargo, la muerte y destrucción sembradas en Gaza en estos días son infinitamente superiores a los daños causados en años por dichos proyectiles.
El Gobierno israelí no ha intentado agotar las vías negociadoras y diplomáticas antes de desencadenar lo contemplado en todas las televisiones. Sólo si hubiera fracasado ese camino, la opinión pública habría entendido una iniciativa militar gradual, proporcional, contra Hamás.
¿Acaso el Gobierno de Tel Aviv no desea el proceso de paz? Ehud Olmert, sucesor de Ariel Sharon, ha proseguido la misma política que su antecesor: implacable extensión de las colonias judías en los territorios ocupados (contra las resoluciones de Naciones Unidas, ampliación del muro de la vergüenza que confisca más territorio en Cisjordania, y oposición a la devolución de Jerusalén Este. Se diría que Israel no quiere Estado palestino alguno, viable o no.
Los sucesores de Sharon han continuado su peculiar “vía diplomática”. En palabras de Sharon: “Los palestinos deben sufrir mucho más hasta que sepan que no obtendrán nada mediante el terrorismo. Si no sienten que han sido vencidos, no podremos regresar a la mesa de negociaciones”.
¿Qué hemos obtenido por el diálogo?, se preguntarán muchos palestinos, hartos de no divisar ningún genuino horizonte político.
Si la estrategia Sharon/Weisglass constituye la columna vertebral de la política del Estado judío, la lógica lleva a establecer que no persigue el fin de la ocupación ni la devolución de los territorios conquistados, sino que quiere paz más territorios.
De ser así, Goliat quedaría atrapado en una peligrosa e inconsecuente paradoja. La confirmación de la ocupación y la negativa a un Estado palestino implicarían, por una parte, la continuidad ad infinitum de la condición de ocupante y, por otra, el elevado crecimiento demográfico palestino acabaría amenazando el exclusivo carácter judío -tan querido por muchos- del Estado de Israel. Cierto es que hasta la fecha Tel Aviv ha despreciado e ignorado el estatuto de ocupante contemplado por el derecho internacional.
El Gobierno de los territorios ha estado basado en la fuerza y en los poderes de un comandante militar. Por otro lado, las autoridades ignoraban las restricciones que la Convención de Ginebra impone, en especial la prohibición de trasladar parte de la población ocupante (400.000 colonos al día de hoy) a los territorios ocupados, así como la ilegalidad que supone la confiscación de propiedad privada y la obligación de mantener la pública en calidad de fideicomiso.
Que el sentido común y político se imponga algún día depende en gran medida de la estrategia que adopte Obama. Un historiador judío, Avi Shlaim, sostiene que “un presidente norteamericano ha de ser equilibrado y no sólo lograr seguridad para Israel, sino también justicia para los palestinos”. En esto consiste el reto de Obama.
En el siglo X antes de Cristo, el gran rey Salomón, hijo del rey David, contribuyó a una de las primeras formulaciones de una paz internacional que la Biblia recoge: “Yavé dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arado y de sus lanzas, hoces. No alzarán la espada gente contra gente ni se ejercitarán para la guerra” (Isaías, 2-4). A pesar de la loa, no parece que hasta ahora Salomón haya gozado de excesivo predicamento a este respecto.
* Embajador de España y Eurodiputado