Paz a punto de pistola

Por  Adrián Mac Liman*


Aseguran algunos políticos occidentales que Israel está a punto de ganar su apuesta estratégica en Gaza, que el Gobierno de Tel Aviv no tendría inconveniente alguno en sentarse a negociar un alto el fuego con la plana mayor de Hamas, con esos radicales que, según los habitantes de Tel Aviv, habría que eliminar de la palestra palestina.


Sin embargo, cuando los israelíes pronuncian la palabra “tregua”, el movimiento islámico de Gaza rechaza las condiciones impuestas por el Gobierno egipcio. Cuando Hamas se pronuncia a favor del alto el fuego, los estrategas israelíes estiman que aún queda mucho por hacer en la Franja. En efecto, el operativo “Plomo Fundido” contempla la eliminación de quienes avalaron, directa o indirectamente, los disparos de cohetes contra los asentamientos urbanos situados en las inmediaciones de Gaza. Una de cal y otra de arena…

Las negociaciones entre Israel y los radicales islámicos podrían dar comienzo en cualquier momento. Su resultado: una paz impuesta a punta de pistola, de cañón, de tanque. Al optimismo de algunos le contrapongo las palabras de Proudhon: “La paz obtenida a punta de espada no es más que una tregua”.

Hablemos, pues, de la tregua; de esa tregua forzosa que tratan de imponer en El Cairo egipcios y turcos, preocupados por el constante deterioro del equilibrio estratégico en la región. Para los dignatarios egipcios, Gaza ha sido siempre una pesadilla. Durante décadas, el binomio pobreza-ira ha generado estallidos de violencia. Durante décadas, las fuerzas de ocupación, sean estas hebreas o árabes, se han dedicado a reprimir a los “rebeldes”. Con estrategias y métodos diferentes, claro está, pero tratando de obtener el mismo resultado.

Los politólogos estiman que la Franja de Gaza, autentico vivero de radicales islámicos, se ha convertido en el ejemplo de los Hermanos Musulmanes egipcios, quienes coquetean con las tácticas de Hamas a la hora de elaborar sus planes para la hipotética conquista del poder político. Del otro lado de la frontera, en Israel, hay quien opina que la operación “Plomo Fundido” es mucho más que una mera acción de represalia por parte del ejército de Israel contra los tiros de cohetes de fabricación casera.
Para el profesor Asher Susser, antiguo director del Centro de Estudios Dayan de la Universidad de Tel Aviv, se trata de una confrontación entre Israel y los grupos de presión no estatales –Al Qaeda, Hezbollah, Hamas– beneficiaros del debilitamiento de los regímenes árabes convencionales, léase pro-occidentales, del Golfo Pérsico.

Las consideraciones académicas, al igual que el llanto de los criptopacifistas, desvían la atención de los datos reales del problema. El Estado Mayor israelí acusa a los dirigentes de Hamas de utilizar escudos humanos, de establecer su Cuartel General en los sótanos de los hospitales, de utilizar instalaciones de las Naciones Unidas para defenderse de la gigantesca maquinaria bélica judía. Las alegaciones de los servicios de información (y propaganda) hebreos hacen caso omiso del factor clave: Hamas está librando una guerra de guerrilla, cuyas reglas poco o nada tienen que ver con los conflictos convencionales. La guerrilla urbana utiliza tácticas dispares. Por otra parte, conviene recordar que la actuación de Hamas no obedece a motivaciones meramente estratégicas, sino a opciones ideológicas. Su lucha contra Israel desconoce las limitaciones de índole humanitaria.

Tampoco hay que olvidar que durante los primeros meses de gobierno, los dirigentes de Hamas estuvieron a punto de reconocer el hecho diferencial judío. Sin embargo, Tel Aviv se dedicó a movilizar a Occidente para la guerra santa contra el radicalismo islámico. Los resultados son harto conocidos.

Pero volvamos a la “tregua” o al tan cacareado “alto el fuego”. Israel tendrá que poner fin a su incursión antes del próximo día 20, es decir, antes de la toma de posesión de Barack Obama. Ahora bien, mientras las autoridades hebreas supeditan su decisión de retirarse de Gaza del cese de los ataques con misiles Qassam, los palestinos reclaman un compromiso formal de reconstrucción de la Franja, así como el pago de compensaciones a las familias de las víctimas. Los intereses dispares alimentan este diálogo de sordos.

En esas circunstancias, sería utópico, cuando no descabellado, hablar de perspectivas de paz. En el mejor de los casos, todo quedará circunscrito a una mera y frágil tregua, acompañada de desconfianza y de odio. Más odio…

* Analista político internacional, Centro de Colaboraciones Solidarias