¿Democracia de importación en Palestina?
Por Adrián Mac Liman*
Hace años, cuando un grupo de catedráticos ingleses diseñó un programa destinado a introducir la democracia a los países del Magreb, sus colegas europeos pusieron el grito en el cielo: para muchos, la democracia no es, no puede ser, un simple producto de exportación. Sin embargo, los británicos se salieron con la suya; las universidades del Norte de África acogieron la iniciativa con entusiasmo. Muchos intelectuales europeos se quedaron con la duda: ¿es factible enseñar los valores democráticos de corte occidental en otras latitudes?
A finales del pasado mes de febrero, nos llegó la no menos sorprendente noticia de que un centro de estudios universitarios de Nueva York, el Brad College, firmó un acuerdo de colaboración con la prestigiosa universidad palestina Al Quds, que contempla “la introducción de los valores norteamericanos en la sociedad palestina”. Por muy descabellada que nos parezca, la iniciativa está relacionada con las consecuencias de la constante derechización de la vida política israelí, el aislamiento de los centros docentes palestinos y el innegable arcaísmo del sistema educativo de Cisjordania.
Los argumentos esgrimidos por los patrocinadores del proyecto podrían resumirse de la siguiente manera: el sistema educativo palestino se basa en parámetros excesivamente rígidos. La docencia se limita a un mero juego de preguntas y respuestas, sin que ello implique un verdadero diálogo entre profesores y alumnos. Actualmente, los estudiantes no pueden desarrollar un pensamiento propio ni el espíritu crítico. El esquema académico poco o nada tiene que ver con los sistemas educativos israelí o libanés, basados en la participación activa del alumnado en las clases.
Pese a la dependencia económica de los territorios palestinos del Estado judío (alrededor del 60 a 70% de los intercambios comerciales se realiza con empresas de Tel Aviv), los estudiantes de Cisjordania parecen cada vez más propensos a boicotear las universidades israelíes. Y no sólo las universidades, sino también cualquier contacto con el sistema de enseñanza hebreo. En ese contexto, la colaboración con centros docentes extranjeros (estadounidenses, europeos o canadienses) constituye la única manera de romper el aislamiento impuesto a la Universidad palestina.
Conviene señalar que los educadores de Brad College, promotores de programas de estudios destinados a las capas más desfavorecidas de la población estadounidense, se han dedicado en los últimos años a diseñar currícula para centros docentes rusos y surafricanos. Con esos antecedentes, el acercamiento a Palestina parecía inevitable.
Existe otro ejemplo de cooperación en materia educativa, que ha facilitado la firma del convenio entre las universidades de Brad y Al Quids. Se trata de un proyecto muy parecido, iniciado hace unos años en Egipto, donde los cursos de inglés hacen especial hincapié en valores tales como la diversidad, la tolerancia o el compromiso moral.
Hay que reconocer, sin embargo, que tanto en el caso de Palestina como en el de Egipto, los fondos destinados a la educación nada tienen que ver con los miles de millones de dólares que Washington dedica a… la ayuda militar. Pero obviamente, alguien llegó a la conclusión de que Norteamérica, la criticada y odiada Norteamérica, un puede limitarse a exportar sus habituales productos emblemáticos: la Coca Cola y la hamburguesa.
Aunque la democracia no sea un producto de exportación, no cabe duda de que el diálogo podría abrir nuevos horizontes a las ya de por sí efímeras y titubeantes relaciones intercomunitarias. Lo cierto es que para entablar un diálogo, es preciso contar con dos (o más) interlocutores. Sin embargo, hoy por hoy, las sociedades israelí y palestina se dan la espalda…
* Analista Político Internacional, Centro de Colaboraciones Solidarias