Por Philip Giraldi
Un columnista del New York Times explica por qué
Por lo que muestran sus principales exponentes, el periodismo estadounidense se ha convertido en un compendio lleno de medias verdades y mentiras descaradas. Como resultado, el público, aunque mal informado sobre la mayoría de los asuntos, en general se ha dado cuenta de que lo están engañando y la confianza en el Cuarto Poder se ha desplomado en los últimos veinte años. El escepticismo acerca de lo que se está informando ha permitido al presidente Donald Trump y a otros políticos evadir preguntas serias acerca de su política alegando que lo que se está informando es poco más que “noticias falsas.”
En los medios de comunicación de Estados Unidos ninguna noticia es más falsa que la información que se relaciona con el estado de Israel. El excongresista de Illinois Paul Findley en su libro seminal They Dare to Speak Out: People and Institutions Confront Israel’s Lobby (‘Se Atreven a Hablar: las Personas y las Instituciones se enfrentan al lobby israelí‘) observa que casi la totalidad de corresponsales de prensa extranjeros que trabajan fuera de Israel son judíos, mientras que la mayoría de los editores que reportan a las salas editoriales también son judíos, lo que garantiza que los artículos que finalmente aparecen en los periódicos serán cuidadosamente redactados para reducir al mínimo cualquier crítica al estado judío. Lo mismo ocurre con las noticias de televisión, sobre todo en las de noticias por cable, como en CNN.
Un aspecto particularmente mortificante de la “desinfección” de las noticias sobre Israel es el supuesto subyacente de que los israelíes comparten los valores y los intereses estadounidenses, que incluyen la libertad y la democracia. Esto lleva a la percepción de que los israelíes son como los estadounidenses y que los enemigos de Israel son los enemigos de Estados Unidos. Dada esta premisa, es natural creer que los Estados Unidos e Israel son aliados y amigos permanentes y que está en los Estados Unidos el interés de hacer lo que sea necesario para apoyar a Israel, incluyendo el suministro de miles de millones de dólares en ayuda a un país que ya es rico, así como una cobertura política ilimitada en organismos internacionales como las Naciones Unidas.
Ese vínculo falso pero aparentemente eterno es esencialmente el punto del cual parte un editorial del 26 de diciembre en el New York Times. Está escrito por uno de los periodistas de opinión residentes del Times, Bret Stephens, y se titula “Donald Trump es Malo para Israel”.
Stephens entra en materia con bastante rapidez, afirmando que “el presidente ha socavado abruptamente la seguridad de Israel tras una llamada telefónica con un hombre fuerte islamista en Turquía. Demasiado para la idea, común en la derecha, de que esta es la administración más pro-Israel de la historia. Escribo esto como alguien que apoyó a Trump por el traslado de la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, y que elogió, considerándola valiente y correcta, su decisión de retirarse del acuerdo nuclear con Irán. También me habría opuesto a la decisión del presidente de retirar a las fuerzas estadounidenses de Siria en casi cualquier circunstancia. Contrariamente al envidioso mito de que los neoconservadores siempre ponen a Israel en primer lugar, las razones para permanecer en Siria tienen todas que ver con los intereses centrales de Estados Unidos. Entre ellas: mantener a ISIS golpeado, mantener la fe de los kurdos, mantener influencia en Siria e impedir que Rusia e Irán consoliden su control sobre el Levante.”
La belleza de la exaltada prosa de Stephens es que el lector cuidadoso podría darse cuenta desde el comienzo que el argumento que se promueve no tiene sentido. Bret tiene un gran corazón para los kurdos, pero los palestinos son invisibles en su obra, mientras que su conocimiento de otros acontecimientos en el medio Oriente es superficial. En primer lugar, la llamada telefónica del presidente a Recep Tayyip Erdogan no tuvo nada que ver con “socavar la seguridad de Israel.” Se refería a la frontera Norte de Siria, que comparte con Turquía, y los acuerdos para trabajar con los kurdos, que es de interés vital tanto para Ankara como para Washington. Y podría agregarse que desde el punto de vista de la seguridad nacional de Estados Unidos, Turquía es un socio esencial para los Estados unidos en la región, mientras que Israel no lo es, muy aparte de lo que [Israel] aparente ser.
Stephens luego continúa para demostrar lo que él alega ser una calumnia, que para él y otros neoconservadores Israel siempre es lo primero, afirmación extraña dado el hecho de que dedica el 80% de su artículo a analizar lo que es o no es bueno para Israel. Apoya el traslado de la Embajada estadounidense a Jerusalén, el fin del acuerdo nuclear con Irán, ambos aplaudidos en Israel pero que son extremadamente perjudiciales para los intereses estadounidenses*. Ataca la planeada retirada de Siria porque es un “interés central” para los EE.UU., lo cual es un completo disparate.
Contrariamente a la afirmación de Stephens que no tiene fundamento, Rusia e Irán no tienen ni los recursos ni el deseo de “consolidar su control sobre el Levante”, mientras que Estados Unidos no tiene ningún derecho ni interés real de “mantener influencia” sobre Siria invadiendo y ocupando el país. Pero, por supuesto, invadir y ocupar son prácticas en las que Israel es experto, por lo que el pedo cerebral de Stephens sobre el tema puede quizá atribuirse a la confusión sobre las malas políticas que estaba defendiendo. Stephens también demuestra confusión en su insistencia en que los Estados Unidos debe “resistir a los agresores extranjeros […] los rusos y los iraníes en Siria, en esta década”, lo que sugiere que él no es consciente de que ambas naciones prestan asistencia e intervienen a petición del gobierno legítimo de Damasco. Más bien los Estados Unidos e Israel son los agresores en Siria.
Stephens mira entonces la situación desde el “punto de vista israelí”, lo que es presumiblemente fácil de hacer, ya que es así como él ve todo, dado el hecho de que está mucho más preocupado por los intereses de Israel que por los de Estados Unidos. De hecho, todas sus opiniones se basan en el supuesto de que la política de Estados Unidos debe apoyar a un gobierno israelí de derecha, el del primer ministro Benjamin Netanyahu, quien ha sido recientemente acusado de corrupción y ha convocado a elecciones anticipadas para subvertir el proceso.
Bret finalmente toca el punto clave, al escribir que “Lo que Israel más necesita de los Estados Unidos hoy es lo que necesitaba en su nacimiento en 1948: un Estados Unidos comprometido a defender el orden internacional liberal contra los enemigos totalitarios, en contraposición a uno que practica una política exterior puramente transaccional basada en las necesidades del momento o los caprichos de un presidente.”
Stephens luego se explaya sobre lo que significa ser liberal-internacional: “significa que debemos oponernos al fundamentalismo religioso militante, ya sea wahhabis en Riad o jomeinistas en Teherán o Hermanos Musulmanes en el Cairo y Ankara. Significa que debemos defender los derechos humanos, las libertades civiles y las instituciones democráticas, en ese orden.”
En su jeremiada, Bret también arroja a los dos presidentes más recientes de Estados Unidos bajo el autobús, diciendo: “Durante los ocho años de la presidencia de Obama, pensé que la política de Estados Unidos hacia Israel —la intimidación, las intervenciones diplomáticas incompetentes, los equívocos morales, el acuerdo con Irán, el apuñalamiento por la espalda en la ONU— no podría empeorar. Como con tantas otras cosas, Donald Trump ha logrado con éxito hacer que sus predecesores se vean bien.” Entonces pregunta “¿es algo de esto bueno para Israel?” y responde “No.”
Bret Stephens en su queja revela que está innegablemente entregado a Israel; pero analicemos lo que realmente está diciendo. Afirma estar en contra del “fundamentalismo religioso militante”, pero ¿no es eso de lo que trata el sionismo israelí, con más de un matiz de racismo exhibido, para más señas? Un rabino israelí de alto nivel ha llamado “monos” a los negros, mientras que otro ha declarado que los gentiles no pueden vivir en Israel. Los partidos fundamentalistas religiosos de derecha actualmente están en el poder con Netanyahu y están formulando políticas para el Gobierno israelí: Shas, el Hogar Judío y el Judaísmo Unido de la Toráh. Ninguno de ellos podría ser considerado como una influencia moderadora respecto de su matonesco y transgresor de leyes financieras primer ministro.
¿Y no es el historial de Israel en derechos humanos y libertades civiles uno de los peores del mundo? Esta es la evaluación de Human Rights Watch sobre Israel:
“Israel mantiene arraigados sistemas discriminatorios que tratan a los palestinos de manera desigual. Su ocupación de 50 años de la ribera occidental y Gaza implica abusos sistemáticos de los derechos, incluido el castigo colectivo, el uso rutinario de fuerza letal excesiva y la detención administrativa prolongada de dicnetos de personas sin cargos ni juicio. Construye y apoya asentamientos ilegales en la ribera occidental ocupada, arrasando tierras palestinas e imponiendo cargas a los palestinos, pero no a los colonos israelíes, restringiendo su acceso a los servicios básicos y haciendo casi imposible para ellos construir en gran parte de la ribera occidental sin correr el riesgo de ver demolidas sus viviendas. El bloqueo de Gaza por Israel durante un decenio, con el apoyo de Egipto, restringe gravemente la circulación de personas y bienes, con consecuencias humanitarias devastadoras.”
Israel, si uno considera a toda la población bajo su gobierno [israelíes y palestinos], es uno de los Estados más antidemocráticos que elige llamarse a sí mismo “democrático”. Gran parte de la población que vive en tierras que Israel afirma que no puede votar, no tiene libertad de movimiento en su patria y no tiene derecho a regresar a sus hogares que se vieron obligados a abandonar. Francotiradores del ejército israelí disparan alegremente a manifestantes desarmados mientras el gobierno de Netanyahu mata, golpea y encarcela a niños. Y el estado judío ni siquiera actúa muy democráticamente incluso dentro del mismo Israel, con derechos especiales para los ciudadanos judíos y áreas enteras y ciudades enteras donde a los musulmanes o cristianos no se les permite comprar propiedades o vivir.
Es hora de que los judíos estadounidenses como Bret Stephens se den cuenta de que no todo lo que es bueno para Israel es bueno para los EE. UU.: los intereses estratégicos de los dos países, si fueran abiertamente discutidos en los medios de comunicación o en el Congreso, serían vistos como a menudo en conflicto directo. De alguna manera en la retorcida mente de Stephens el robo de tierras palestinas en 1948 y la imposición de un sistema de apartheid para controlar a la gente es en cierto modo representativo de un orden mundial liberal.
Si se sugiriera que Stephens se fuera a Israel, puesto que su lealtad primaria está claramente ahí, habría acusaciones de antisemitismo, pero en cierto sentido, es mucho mejor que se quede hablando desde el púlpito del New York Times. Cuando escribe tan ineptamente acerca de cómo Donald Trump es malo para Israel, emerge fuerte y claro el verdadero mensaje de lo malo que es Israel para Estados Unidos.
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* Cuando la ONU levantó el embargo contra Irán, grandes compañías de EE. UU., como Boeing y General Electric, fueron a Irán (80 millones de habitantes) a hacer negocios por cientos de miles de millones de dólares. Sin embargo, cuando a instancias de Israel (8.71 millones de habitantes) EE. UU. se retiró del acuerdo nuclear con Irán, las empresas de EE. UU. tuvieron que retirarse, dejando el campo abierto a europeos, rusos, chinos y turcos. [Nota de Con nuestro Perú]
Traducción del inglés de Con nuestro Perú de
“Israel Is Bad for America” en
The Unz Review, 01-01-2019
http://www.unz.com/pgiraldi/israel-is-bad-for-america/