Para pasar de una época de cambios a un cambio de época es imprescindible que se produzca la reacción de la sociedad, que ya no puede permanecer impasible para que los gobiernos actúen en virtud de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos y escuchen y respeten todas las opiniones. No me canso de repetir la importancia que tuvo, al término de la Segunda Guerra Mundial, que la Carta de las Naciones Unidas iniciara su preámbulo de este modo: “Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”. Los pueblos los que debían construir la paz a través de sus representantes genuinos en virtud del supremo compromiso contraído con las generaciones venideras.
Sin embargo, no fueron “los pueblos” sino los Estados, muchos de ellos autoritarios, los que interpretaron la Carta a su modo: la cooperación pronto se mudó en explotación, las ayudas en préstamos, los valores universales en leyes de mercado. Prevaleció el preparar la guerra para asegurar la paz, en lugar de construir la paz. Las Naciones Unidas vieron cómo su sueño de democracia planetaria se convertía en agrupaciones plutocráticas (G-7, G-8, G-20...).
Una economía de guerra, azuzada por los grandes productores de material bélico, se fue consolidando hasta alcanzar en el año 2000 inversiones diarias de casi 3.000 millones de dólares cuando la pobreza extrema y las muertes por hambre y enfermedades ya evitables se calculaban entre 60.000 y 70.000 personas cada día. Por fortuna, el presidente Obama ha decidido liderar el desarme con un plan concreto para reducir arsenales, cambiar de enfoque y frenar la proliferación de ojivas nucleares. “Hemos de optar”, ha dicho Obama, “entre inversiones destinadas a mantener la seguridad del pueblo americano y otras elegidas para enriquecer a una compañía fabricante o a un gran contratista”.
En los últimos años se ha producido una rápida “maduración” de las capacidades necesarias para que los súbditos se conviertan en ciudadanos del mundo y adquieran una conciencia global; por tanto, el incremento de mujeres en el escenario público y la posibilidad de participación no presencial, a través de las modernas tecnologías.
La presente crisis ―económica, medioambiental, alimenticia, energética, democrática, ética...― representa una oportunidad para convertir en acción la sorpresa e indignación sentida por quienes reclamaban unos fondos razonables para erradicar el hambre o el sida, y han visto cómo se abrían los aliviaderos de inmensos depósitos para el “rescate” de las mismas instituciones que nos llevaron a la presente situación.
Las raíces de esta crisis múltiple deben situarse en la inmensa equivocación de sustituir los “principios democráticos universales” de la justicia social, la solidaridad, la igualdad, por el mercado. El resultado ha sido la ampliación de las asimetrías económicas propiciando grandes desgarros sociales y poniendo en evidencia la insoportable levedad de la democracia, parafraseando a Kundera. Democracias sometidas, con ciudadanos perplejos pero obedientes y resignados, tanto por la fuerza del poder económico y militar como mediático.
Ahora sí son posibles el fortalecimiento democrático, el diálogo, la colaboración, la búsqueda de la paz a través de la justicia y de la igual dignidad de todos los seres humanos.
Ahora sí es posible que, junto al fortalecimiento del sistema multilateral y la eliminación inmediata de los paraísos fiscales, puedan sustituirse parcialmente las inversiones en armamentos por inversiones en energías renovables, producción de alimentos (agricultura, acuicultura y biotecnología), obtención y conducción de agua, salud, transportes, vivienda... Sólo así aumentará el número de “clientes” en todo el mundo, y se evitarán los caldos de cultivo que crean flujos migratorios de personas desesperadas.
Ahora sí es posible. Las palabras fundamentales son involucrarse y compartir. Los problemas -que hemos consentido en buena parte con nuestro silencio y abstención- no serán solucionados por quienes no supieron atajar oportunamente sistemas basados en la desregulación y la especulación.
“Todos los seres humanos iguales en dignidad”: ésta es la clave ―tan lúcidamente establecida en la Constitución de la UNESCO y la Declaración Universal de los Derechos Humanos― para entrar en la nueva era. Y entonces, frente a los que sigan anclados en el pasado y en sus privilegios, frente a los escépticos y pusilánimes, se iniciará el cambio que anhelamos, este otro mundo de nuestros sueños. Con serenidad, porque sabemos que podemos. Como tan bellamente lo expresó Álvaro Cunqueiro: “El ave canta aunque la rama cruja porque conoce la fuerza de sus alas”.
* Presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex Director General de la UNESCO
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