Copenhague: Lejos del final del camino
Por Humberto Campodónico
Hoy comienza la Conferencia de Copenhague sobre el cambio climático. Su objetivo central es conseguir un nuevo compromiso mundial que permita reducir la emisión de los gases “efecto invernadero” y que provocan el calentamiento global. Como se sabe en el 2012 se termina el Protocolo de Kyoto que se firmó en 1997 y cuya meta era que, en el 2010, se reduzcan las emisiones al mismo nivel que tenían en 1990.
Por Humberto Campodónico
Hoy comienza la Conferencia de Copenhague sobre el cambio climático. Su objetivo central es conseguir un nuevo compromiso mundial que permita reducir la emisión de los gases “efecto invernadero” y que provocan el calentamiento global. Como se sabe en el 2012 se termina el Protocolo de Kyoto que se firmó en 1997 y cuya meta era que, en el 2010, se reduzcan las emisiones al mismo nivel que tenían en 1990.
Pero eso no se ha cumplido, porque EEUU y China no firmaron el Protocolo de Kyoto, siendo responsables del 45% del total de emisiones mundiales anuales. Por eso, se esperaba que en Copenhague estos países adhieran a los nuevos compromisos, algo que se viene discutiendo desde hace años. Sin embargo, no hay todavía “humo blanco”.
Lo que está en juego aquí es la cruda “realpolitik” para el siglo XXI, lo que se traduce así: ¿Quién va a ser la potencia hegemónica en lo económico en el siglo XXI? ¿Lo seguirá siendo EEUU o será superado por China en los próximos 20 o 30 años?
La cuestión de fondo es que si la pregunta se plantea en esos términos la respuesta va a tener muy poco en cuenta las consideraciones sobre el calentamiento global. Para EEUU, es muy difícil cambiar el “american way of life” que implica, también, enormes ganancias para las empresas automotrices y petroleras.
Para los actuales gobernantes chinos, el objetivo es continuar sacando de la pobreza a millones de sus ciudadanos, para lo cual necesitan continuar creciendo, lo que implica mayor consumo de recursos naturales. Su objetivo no es otro que llegar a ser “un país desarrollado”, lo que implica continuar con la adhesión al modelo consumista del capitalismo, política que comenzó hace 30 años.
He allí un problema. La lógica de la eficiencia en el actual sistema económico implica la maximización de la rentabilidad de uno solo de los factores de producción: el capital. Si mañana IBM dice que va a despedir 30,000 empleados, el valor de sus acciones se disparará en la Bolsa porque es “eficiente” el ahorro de costos.
Por el contrario, cualquier medida que “no maximice la ganancia de los accionistas” será considerada ineficiente y golpeará el valor de la empresa. Es el caso, por ejemplo, del planeado muelle de minerales en el Callao, que definitivamente va a dañar el medio ambiente, pero que es la salida “más barata” —supuestamente más eficiente— para los minerales de la futura mina de Toromocho y otras del centro del país.
Pero existen salidas intermedias, entre ellas las que han planteado varios países de la Unión Europea, con compromisos vinculantes de reducción de emisiones y de financiamiento de los costos de adaptación y mitigación. No solo eso, hace pocos días se reunieron los países BASIC (Brasil, Africa del Sur, India y China) planteando su acuerdo con compromisos vinculantes, siempre y cuando se establezca una agenda cooperativa de largo plazo, se provea de ciencia y tecnología y, sobre todo, se financien los costos de la adaptación de los países más pobres y pequeños. Lo resaltante aquí es que China e India han tenido una iniciativa común en este campo por primera vez.
El tema es, entonces, de comprensión de la magnitud del problema y de voluntad política. Lo que parece faltar en nuestra Región: a la Cumbre Amazónica de Manaos del 26 de noviembre (preparatoria de Copenhague) no asistieron Chávez, Uribe, García, Correa y Evo. Solo estuvo Lula y el invitado Nicolás Sarkozy.
Pareciera que por estos predios no se entiende claramente (a excepción de Brasil), que tener una política de preservación del medio ambiente —de verdad— va a ser condición sine qua non de las relaciones económicas y comerciales internacionales. Cuando lo comprendan, puede ya ser demasiado tarde. Mientras, observemos de cerca qué es lo que pasa en Copenhague.
Lo que está en juego aquí es la cruda “realpolitik” para el siglo XXI, lo que se traduce así: ¿Quién va a ser la potencia hegemónica en lo económico en el siglo XXI? ¿Lo seguirá siendo EEUU o será superado por China en los próximos 20 o 30 años?
La cuestión de fondo es que si la pregunta se plantea en esos términos la respuesta va a tener muy poco en cuenta las consideraciones sobre el calentamiento global. Para EEUU, es muy difícil cambiar el “american way of life” que implica, también, enormes ganancias para las empresas automotrices y petroleras.
Para los actuales gobernantes chinos, el objetivo es continuar sacando de la pobreza a millones de sus ciudadanos, para lo cual necesitan continuar creciendo, lo que implica mayor consumo de recursos naturales. Su objetivo no es otro que llegar a ser “un país desarrollado”, lo que implica continuar con la adhesión al modelo consumista del capitalismo, política que comenzó hace 30 años.
He allí un problema. La lógica de la eficiencia en el actual sistema económico implica la maximización de la rentabilidad de uno solo de los factores de producción: el capital. Si mañana IBM dice que va a despedir 30,000 empleados, el valor de sus acciones se disparará en la Bolsa porque es “eficiente” el ahorro de costos.
Por el contrario, cualquier medida que “no maximice la ganancia de los accionistas” será considerada ineficiente y golpeará el valor de la empresa. Es el caso, por ejemplo, del planeado muelle de minerales en el Callao, que definitivamente va a dañar el medio ambiente, pero que es la salida “más barata” —supuestamente más eficiente— para los minerales de la futura mina de Toromocho y otras del centro del país.
Pero existen salidas intermedias, entre ellas las que han planteado varios países de la Unión Europea, con compromisos vinculantes de reducción de emisiones y de financiamiento de los costos de adaptación y mitigación. No solo eso, hace pocos días se reunieron los países BASIC (Brasil, Africa del Sur, India y China) planteando su acuerdo con compromisos vinculantes, siempre y cuando se establezca una agenda cooperativa de largo plazo, se provea de ciencia y tecnología y, sobre todo, se financien los costos de la adaptación de los países más pobres y pequeños. Lo resaltante aquí es que China e India han tenido una iniciativa común en este campo por primera vez.
El tema es, entonces, de comprensión de la magnitud del problema y de voluntad política. Lo que parece faltar en nuestra Región: a la Cumbre Amazónica de Manaos del 26 de noviembre (preparatoria de Copenhague) no asistieron Chávez, Uribe, García, Correa y Evo. Solo estuvo Lula y el invitado Nicolás Sarkozy.
Pareciera que por estos predios no se entiende claramente (a excepción de Brasil), que tener una política de preservación del medio ambiente —de verdad— va a ser condición sine qua non de las relaciones económicas y comerciales internacionales. Cuando lo comprendan, puede ya ser demasiado tarde. Mientras, observemos de cerca qué es lo que pasa en Copenhague.
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