Copenhague: mataron a Kyoto
Por Humberto Campodónico
Lo que ha sucedido en Copenhague no es producto de la improvisación sino de una política deliberada por parte de EEUU y China para matar al Protocolo de Kyoto, que ninguno de los dos quiso firmar en 1997. Sucede que Kyoto es un instrumento internacional con rango de ley, donde se adoptan decisiones vinculantes, es decir, que tienen que ser acatadas por los Estados.
No solo eso. El PK establece con claridad que existen diferencias entre los países industrializados y los países en desarrollo, motivo por el cual los primeros tienen que tomar, de un lado, las medidas más drásticas para reducir las emisiones contaminantes y, de otro, se comprometen a financiar el llamado “costo de adaptación” que tienen que sufragar los países más pobres para enfrentar los efectos económicos del cambio climático.
Y ahora lo esencial: el PK forma parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas contra el Cambio Climático adoptada en Nueva York en mayo de 1992. Esta Convención Marco constituye el soporte internacional de la lucha global contra el Cambio Climático y ha sido adoptada por todos los países, incluyendo a EE. UU. y China (los que, sin embargo, no adhirieron al PK).
Por tanto, cuando EE. UU., Brasil, China, India y Sudáfrica redactan un “entendimiento” discutido solo entre ellos, lo que están haciendo es salirse de la Convención Marco. Barack Obama lo dijo muy claro: “Este acuerdo es meramente una declaración política y no un tratado legalmente vinculante, por lo cual no necesita ratificación por todos los asistentes a la Conferencia” (“Cinco países logran un acuerdo”, por John Broder, New York Times, 18/12/2009).
Dice Martin Khor, presidente del South Centre de Ginebra, que los países industrializados quieren cambiar el método para cuantificar las emisiones. Actualmente, con el PK, rige el sistema “de arriba hacia abajo”, donde se determina cuál es la reducción total que se necesita y, luego, se negocia lo que cada país tiene que hacer, con mecanismos vinculantes. Con el nuevo sistema “de abajo hacia arriba”, cada país decide cuánto quiere reducir sus emisiones, sin mecanismo para verificar su cumplimiento.
Añade Broder: “El acuerdo no fija ninguna meta para concluir un tratado internacional vinculante, lo que hace incierta la implementación de su contenido. Seguramente pasarán muchos meses de negociaciones adicionales, tal vez años, antes que pueda tomar una forma que pueda ser monitoreada internacionalmente” (ídem).
Es fácil, ahora sí, entender por qué, después de más de 4 años de negociaciones y varias conferencias ministeriales previas a la Cumbre de Copenhague, no pudo llegarse a ningún acuerdo. Han pesado más, de un lado, los intereses económicos que lucran con el “american way of life” y, de otro, la voluntad de los principales países emergentes de que “nadie” les diga que cómo y cuánto tienen que cambiar su modelo de crecimiento (ver “Copenhague: lejos del final del camino”, www.cristaldemira.com, 7/12/09).
Así, el caos (generado ex profeso) de los últimos días en Copenhague se ha convertido en un pretexto más para matar a Kyoto: “es imposible negociar sobre el cambio climático con tantos países juntos”.
Dicho esto, los países firmantes del “acuerdo” —y la Unión Europea— de todas maneras tienen que adoptar algún tipo de medidas (que serán analizadas en un próximo artículo). Y están tratando que otros países en desarrollo se adhieran al “acuerdo” para terminar definitivamente con la Convención Marco y el PK.
¿Y ahora qué viene? Formalmente habrá otra Cumbre —bajo la Convención Marco de Naciones Unidas— en México, en noviembre del 2010. Pero la Convención Marco y la adopción de un nuevo protocolo ya han muerto por la voluntad de un puñado de países de negarse a combatir el cambio climático con un sistema de “gobernanza global”.
A menos que, como en el poema de Vallejo, el planeta, rodeado de todos los hombres y mujeres de la tierra que le piden que no muera, se incorpore y se eche a andar.
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