Orquesta Sinfónica Nacional: Víctima de desafinados modales
Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
El domingo 5 se realizó, en el Museo de la Nación, el concierto por el 72 aniversario de la Orquesta Sinfónica Nacional que, en esta ocasión, contó con la participación del director limeño Pablo Sabat Mindreau, quien tiene una prestigiosa trayectoria musical y, además, es director titular de la Orquesta de Cámara Nacional y de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, y director artístico de la Orquesta Cuidad de los Reyes.
Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
El domingo 5 se realizó, en el Museo de la Nación, el concierto por el 72 aniversario de la Orquesta Sinfónica Nacional que, en esta ocasión, contó con la participación del director limeño Pablo Sabat Mindreau, quien tiene una prestigiosa trayectoria musical y, además, es director titular de la Orquesta de Cámara Nacional y de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, y director artístico de la Orquesta Cuidad de los Reyes.
La Orquesta Sinfónica Nacional -fundada el 11 de agosto de 1938 durante el gobierno de Oscar R. Benavides- cuenta con más de 70 músicos. Su recital inaugural tuvo lugar en el Teatro Municipal de Lima el 11 de diciembre de ese año, con motivo de la VIII Conferencia Panamericana, en un programa con el Himno Nacional del Perú y obras de Wagner, Beethoven, Debussy, Falla y Ravel. Dicho teatro fue su sede durante varios años.
Según comenta el documentado estudioso Luis Meza Cuadra en la obra “Enciclopedia Temática del Perú”: “…Su primer director fue el vienés Theo Buchwald, quien la dirigió durante los años 1940 y 1950. Este periodo fue, indudablemente, su época más brillante, debido sobre todo a la presencia de músicos europeos que huían de la Segunda Guerra Mundial y la presencia constante de eminentes invitados, tanto solistas como directores”.
Sus directores titulares han sido Theo Buchwald (1938-1960), Hans-Gunther Mommer, Carmen Moral (en dos oportunidades; primera mujer en ocupar dicho cargo en una orquesta en Latinoamérica), los maestros Leopoldo La Rosa, José Carlos Santos, Armando Sánchez Málaga, Guillermina Maggiolo Dibós, entre otros. Y este 2010 fue dirigida por el italiano Matteo Pagliari.
Para quienes asistimos con entusiasmo desde nuestra niñez a sus exhibiciones nos deslumbró el programa de esta conmemoración que incluyó la obertura Leonora y la sinfonía Nro.9, ambas de Ludwig van Beethoven (Bonn,1770 – Viena,1827). La participación de la soprano María Eloísa Aguirre, de la mezzosoprano Edda Paredes, del tenor Álvaro López Risso y del barítono Xavier Fernández Santa María -con la asistencia del brilloso Coro Nacional- coadyugaron a esta presentación de gala. La parte cumbre estuvo al escuchar “Oda a la alegría”.
Siempre he considerado que la música clásica humaniza, sensibiliza y despierta nuestras fibras de emoción y nos transporta a una profunda dimensión interior. Escucharla posibilita aproximarnos a una de las extraordinarias manifestaciones artísticas que ha prevalecido a lo largo de la historia. Es una fuente inagotable de formación y como decía Beethoven: “La música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía”. Esto lo aprendí desde mis primeros años de infancia cuando acudía, en la temporada de verano, a sus presentaciones en la concha acústica del tradicional parque Salazar de Miraflores. Asumí que está hecha para ser oída con un profundo sentido emotivo.
No obstante, visibles malas formas opacaron la que debió ser una limpia revelación en un momento tan singular. Una vez más, la falta de organización, buenos modales y, especialmente, atención de las autoridades del Ministerio de Cultura (de quien depende la Orquesta Sinfónica Nacional) fue evidente. La ignorancia e indiferencia de sus funcionarios se “vistió” de fiesta ese día. Para empezar los concurrentes esperaron en las afueras del auditorio más de una hora para ingresar y no hubo consideración con las personas mayores. Resuelta incomprensible que no existan rampas para discapacitados ni sillas de ruedas en el principal museo de la capital.
Es lamentable que, tratándose de una aparición de esta trascendencia, no acudiera ningún funcionario del Ministerio de Cultura. Su titular, Juan Ossio Acuña, estaba en Suecia acompañando a Mario Vargas Llosa en la recepción del Premio Nobel de Literatura. Paralelamente, los miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional desde el escenario vieron vacías todas las butacas -de las dos primeras filas- asignadas para “representantes oficiales”. Ningún emisario gubernamental ofreció algunas palabras, únicamente atentas anfitrionas alcanzaron arreglos florales a la soprano y mezzosoprano. Que desaire y carestía de respeto al tenaz esfuerzo de la más valiosa agrupación sinfónica peruana que ni siquiera recibió un simbólico ágape de reconocimiento. A mi parecer, el comportamiento de los jerarcas del portafolio que, supuestamente, trabajan por la ilustración en el país, fue inculto e inelegante. Cabe mencionar que el artífice de esta torpe actividad fue el director de Fomento de las Artes de la cartera de Cultura, Mauricio Salas Torreblanca.
En el listado de ausencia de cortesías existen otras más. La pobre cobertura de prensa, la obsesión de los organizadores de aislar a los músicos del público al concluir la función, la deficiente infraestructura para sus ensayos, la carencia de criterio con el afán de ubicar a los asistentes y disponer las medidas a fin de ofrecerle facilidades. Todo lo cual muestra la poca deferencia de los burócratas en un aniversario que no debió “celebrarse” con escaso realce. La Orquesta Sinfónica Nacional merece nuestro pleno y efusivo homenaje porque, a pesar indiferencias, limitaciones y coyunturas, su labor es un apostolado cultural que nos llena de orgullo.
(*) Expositor de etiqueta social del Instituto de Secretariado ELA y la Corporación Educativa Columbia. Docente y consultor en protocolo, imagen personal e institucional y etiqueta. http://wperezruiz.blogspot.com/
Según comenta el documentado estudioso Luis Meza Cuadra en la obra “Enciclopedia Temática del Perú”: “…Su primer director fue el vienés Theo Buchwald, quien la dirigió durante los años 1940 y 1950. Este periodo fue, indudablemente, su época más brillante, debido sobre todo a la presencia de músicos europeos que huían de la Segunda Guerra Mundial y la presencia constante de eminentes invitados, tanto solistas como directores”.
Sus directores titulares han sido Theo Buchwald (1938-1960), Hans-Gunther Mommer, Carmen Moral (en dos oportunidades; primera mujer en ocupar dicho cargo en una orquesta en Latinoamérica), los maestros Leopoldo La Rosa, José Carlos Santos, Armando Sánchez Málaga, Guillermina Maggiolo Dibós, entre otros. Y este 2010 fue dirigida por el italiano Matteo Pagliari.
Para quienes asistimos con entusiasmo desde nuestra niñez a sus exhibiciones nos deslumbró el programa de esta conmemoración que incluyó la obertura Leonora y la sinfonía Nro.9, ambas de Ludwig van Beethoven (Bonn,1770 – Viena,1827). La participación de la soprano María Eloísa Aguirre, de la mezzosoprano Edda Paredes, del tenor Álvaro López Risso y del barítono Xavier Fernández Santa María -con la asistencia del brilloso Coro Nacional- coadyugaron a esta presentación de gala. La parte cumbre estuvo al escuchar “Oda a la alegría”.
Siempre he considerado que la música clásica humaniza, sensibiliza y despierta nuestras fibras de emoción y nos transporta a una profunda dimensión interior. Escucharla posibilita aproximarnos a una de las extraordinarias manifestaciones artísticas que ha prevalecido a lo largo de la historia. Es una fuente inagotable de formación y como decía Beethoven: “La música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía”. Esto lo aprendí desde mis primeros años de infancia cuando acudía, en la temporada de verano, a sus presentaciones en la concha acústica del tradicional parque Salazar de Miraflores. Asumí que está hecha para ser oída con un profundo sentido emotivo.
No obstante, visibles malas formas opacaron la que debió ser una limpia revelación en un momento tan singular. Una vez más, la falta de organización, buenos modales y, especialmente, atención de las autoridades del Ministerio de Cultura (de quien depende la Orquesta Sinfónica Nacional) fue evidente. La ignorancia e indiferencia de sus funcionarios se “vistió” de fiesta ese día. Para empezar los concurrentes esperaron en las afueras del auditorio más de una hora para ingresar y no hubo consideración con las personas mayores. Resuelta incomprensible que no existan rampas para discapacitados ni sillas de ruedas en el principal museo de la capital.
Es lamentable que, tratándose de una aparición de esta trascendencia, no acudiera ningún funcionario del Ministerio de Cultura. Su titular, Juan Ossio Acuña, estaba en Suecia acompañando a Mario Vargas Llosa en la recepción del Premio Nobel de Literatura. Paralelamente, los miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional desde el escenario vieron vacías todas las butacas -de las dos primeras filas- asignadas para “representantes oficiales”. Ningún emisario gubernamental ofreció algunas palabras, únicamente atentas anfitrionas alcanzaron arreglos florales a la soprano y mezzosoprano. Que desaire y carestía de respeto al tenaz esfuerzo de la más valiosa agrupación sinfónica peruana que ni siquiera recibió un simbólico ágape de reconocimiento. A mi parecer, el comportamiento de los jerarcas del portafolio que, supuestamente, trabajan por la ilustración en el país, fue inculto e inelegante. Cabe mencionar que el artífice de esta torpe actividad fue el director de Fomento de las Artes de la cartera de Cultura, Mauricio Salas Torreblanca.
En el listado de ausencia de cortesías existen otras más. La pobre cobertura de prensa, la obsesión de los organizadores de aislar a los músicos del público al concluir la función, la deficiente infraestructura para sus ensayos, la carencia de criterio con el afán de ubicar a los asistentes y disponer las medidas a fin de ofrecerle facilidades. Todo lo cual muestra la poca deferencia de los burócratas en un aniversario que no debió “celebrarse” con escaso realce. La Orquesta Sinfónica Nacional merece nuestro pleno y efusivo homenaje porque, a pesar indiferencias, limitaciones y coyunturas, su labor es un apostolado cultural que nos llena de orgullo.
(*) Expositor de etiqueta social del Instituto de Secretariado ELA y la Corporación Educativa Columbia. Docente y consultor en protocolo, imagen personal e institucional y etiqueta. http://wperezruiz.blogspot.com/