A poco más de una semana de las elecciones el escenario es incierto. Las encuestas más recientes mostraron el ascenso silencioso y sostenido del nacionalismo, la persistencia del fujimorismo –con un voto oculto más o menos significativo–, la caída del toledismo, así como el crecimiento de la Alianza por el Gran Cambio y el declive, seguramente final de los solidarios. Estos resultados han dado lugar al nerviosismo y como no podía ser de otra manera, se empezaron a alentar renovados miedos en distintos sectores del electorado.
En una lectura acuciosa de las diversas mediciones de opinión electorales, todo indica que quien tiene mejores posibilidades de instalarse en la segunda vuelta es Ollanta Humala. Resta ver si podrá resistir la campaña de demolición que ya se inició contra él y si logrará sortear exitosamente el debate electoral en el que sin ninguna duda, será el enemigo común de los otros cuatro candidatos. El dilema hoy es de ellos y del electorado que los apoya porque sólo uno pasará a la ronda siguiente. Todo indica que Castañeda no tiene futuro después del 10 de abril, mientras PPK parece no tener espacio fuera de Lima para crecer y alcanzar el pasaje que busca, además de no garantizarle al voto antihumalista su triunfo en el repechaje. Descartarlo, sin embargo, sería un error.
Aunque el escenario es bastante abierto, todo indica que parte importante de ese segmento, tendrá que optar entre Keiko Fujimori y Toledo, que curiosamente son los candidatos que menos les gustan. La primera, por la polarización que inevitablemente genera el fujimorismo. El segundo, más allá de su estilo, usos y costumbres, precisamente porque de los cuatro involucrados es el candidato más distante del fujimorismo y el que ha mostrado menos vena autoritaria.
Si bien ha sido promovida por el bloque más conservador –el que apostaría por PPK y no le hace precisamente ascos a Fujimori–, la caída de Toledo paradójicamente ha puesto en un difícil trance a ese sector y sus voceros. Humala, que fue el candidato más distante de la pretensión de reducir la campaña y la política al espectáculo, logró afirmarse como el «distinto», y ocupar parte del espacio del centro y de toda la izquierda, ayudado por la ausencia de ésta. Es verdad que haciendo concesiones muy grandes –como su visita al Cardenal y sus declaraciones posteriores– pero con una efectividad que hoy lamentan todos sus competidores y los medios que los promocionan.
Resulta poco verosímil que los candidatos «pro-sistema» ahora sí se preocupen por el debate programático y por el sentido de las propuestas. Se dan cuenta, tarde una vez más, que entre el 2006 y la fecha, ellos también perdieron el tiempo y resultaron incapaces de atender desde el modelo que defienden cerradamente, las demandas de inclusión de sectores importantes de la población del país.
¿Les alcanzará el tiempo para bajar al nacionalismo del vehículo en el que ya tiene más de medio pasaje? ¿Lograrán impulsar a algún candidato distinto a Keiko Fujimori a la segunda vuelta? Aunque no es imposible, juegan en contra el tiempo y la competencia despiadada que se dio hasta ahora entre ellos, además de la gran cantidad de recursos «invertidos» por cada uno. Una vez más tendrán que convivir con sus temores y hacer dolor de corazón y propósito de enmienda.
Aunque el resultado final sea impredecible, en este momento es claro que un sector importante del electorado, cercano al tercio, no está contento ni con el modelo ni con sus promotores. A ellos, se suma otro grupo significativo que tampoco está contento, pero que confía en que un retorno al fujimorismo más rancio mejore sus condiciones de vida. Un escenario que evidencia la complejidad de esta elección y la terquedad de las élites y los promotores del modelo que se negaron a ver lo evidente, porque no les convenía. Como lo hemos reiterado, el 10 de abril no se votará entre el modelo y el antimodelo. Apenas si por las posibilidades de redistribución y mejores formas democráticas. Tal parece que para el bloque que hoy controla el poder, eso ya es demasiado.