Votar por Humala
Por César Hildebrandt
Si yo fuera un canalla, votaría por quien podría encanallar aún más al Perú.
Porque los canallas se juntan y, a diferencia de los menos malos, ejercen afiatados sus maldades, comercian codo a codo, se federan.
El club de los canallas nunca cierra y su padrón es infinito.
Los canallas tienen un proyecto sencillo y pedagógico: ganar dinero a cualquier costo. Y eso implica que los prójimos son el vecindario. Los otros son manchas en las fotos, curvas en la estadística, barritas en los cuadros de consumo. Los prójimos son la patria. Los otros, lo que deben padecerla: aimaras del sur, quechuas del centro, aguarunas y huambisas del oriente, pobres de todas las calaminas, sobrevivientes del adobe, furia sin remedio y muchas veces sin salario.
Un día a este país, que primordialmente redistributivo como todas las “monarquías hidráulicas” (Hugh Thomas dixit), llegaron armaduras y caballos y pólvoras y biblias. Los Habsburgo terminaron con un imperio y extendieron el suyo de un modo tan drástico como el exterminio.
Cuando nos liberamos del mandato español, caímos en el yugo que nos ha sido tan propio: el del caos, el voluntarismo mesiánico y la desinstitucionalización permanente.
Y hemos vivido todos estos largos años de ensayo republicano: oligarquías que jamás cedieron, riquezas magníficas que se despilfarraron, épicas tradiciones, ricos armados de leyes generales, pueblos sentenciados al atraso. Aquí con raras excepciones, no hemos tenido la clase empresarial fundadora y pujante, creadora y magnánima en el éxito que otros países conocieron.
Por eso es que muchas veces no parecemos un país sino una víspera, un proyecto trunco.
Y nadie hizo tanto para que esa dulzona frustración que es mi país siguiera siendo frustración como el señor que es el padre de la señora K Fujimori.
Nadie como él hizo con tanto talento y tan eficaz malignidad la tarea de convertirnos en una asociación de hordas y en un lugar donde todo lo que no fuera mentira y crimen resultó perseguido.
Fujimori hizo con prolijidad lo que otros habían hecho como aficionados, y tras su paso por el poder quedó un mamarracho de país en el que los jueces debían estar en la cárcel y los militares en la basura y los congresistas en una morgue moral.
La derecha aplaudió esa orgía. La disfrutó decuplicando sus ganancias. La quiso perpetua porque inmóviles son sus apetitos. La quiso como era porque era redundantemente suya: analfabeta, ladrona, eventualmente asesina, sin límites y sin patria. El de Fujimori —no lo olvidemos— fue un gobierno de cachacos corrompidos con un Chávez medio japonés que quiso hacer interminables sus reelecciones. ¡Y acusan a Humala de querer hacer lo que ellos tienen ganas de repetir!
Para esa derecha, lo de Paniagua y Toledo fue una incomodidad. Lo de García ha sido, en cambio, una grata sorpresa: el heredero de Haya saqueando y permitiendo el saqueo.
Y cuando todo parecía suave como el campo de golf que existe en un poema de Nicolás Guillén, entonces reaparece ese hirsuto comandante que no es quien va a mandar a parar el baile sino quien va a invitar a más gente a la fiesta.
Entonces, se anuncia el apocalipsis: el dinero se irá porque el dinero es un macho viajero que solo se queda donde las putas son dóciles y las tarifas razonables. Y habrá más pobres porque sin inversión no habrá más empleos. Y esto lo dicen en un país donde hay 34 por ciento de pobres y 11 por ciento de pobres extremos (es decir de gente que literalmente se muere de hambre). Y hablan de los derechos corporativos en un país donde la presión tributaria es 20 puntos menos que la de la Unión Europea, donde inventaron y aún conservan, felizmente, el capitalismo con responsabilidad social.
Hace 21 años que el señor Alan García inventó a Fujimori para impedir que las investigaciones prometidas por Mario Vargas Llosa lo condujeran a la cárcel. Hace tres meses, el señor García inventó a PPK para impedir que Alejandro Toledo reabriera algunos casos que también podrían haber empujado al líder aprista tras las rejas. Ahora está haciendo con la hija lo que hizo con el padre: prestarle todos los apoyos, todas las interceptaciones telefónicas, todos los auxilios de la prensa mercenaria y de sus operadores. Su objetivo es uno solo: no acabar en la cárcel por todo lo que ha robado y no ser juzgado por todo lo que ha ordenado matar. Porque al señor García lo persigue un cementerio, un coro de agujereados, una multitud de rendidos en busca de explicaciones. Y lo persigue un imaginario contralor que haga preguntas y pueda conectar fideicomisos y cuentas cifradas.
Millones de jóvenes sin memoria y sin afán de tenerla respaldan, desde la inconsciencia, esta trama. Y el Perú podría elegir pasado mañana a la ex primera dama de un gobierno que avergonzaría a cualquier civilizado.
Que la socia y usuaria de los robos de un régimen como el de Fujimori haya postulado es una proeza de distracción ética. Pero que resulte elegida será una imborrable derrota de la dignidad.
Si los canallas se junta y amenazan en banda, pues habrá que decir lo que en esta columna faltaba por decir: votar por Ollanta Humala, con todas las aprehensiones del caso, no será solo un deber sino una excepción de esa limpieza que nos permite seguir llamándonos ciudadanos.
Publicado en Hildebrandt en sus Trece N.º 58, 03.06.2011