Ollanta Humala de Locumba a palacio, la rebelión de los honestos
Maria del Pilar Tello*
El 31 de octubre del 2000 escribí en La República un artículo que titulé “Ollanta contra el oprobio”. Comenzaba con la pregunta. “Cuándo sabré que estoy muerto?. Cuando no pueda cerrar mi mano en un puño”.
La alusión era al significado del levantamiento de Locumba que Ollanta Humala condujo y que muchos recibimos con la alegría del gesto nuevo. Una incipiente rebelión militar de un desconocido comandante nos anunciaba tiempos mejores de los cuales estábamos ávidos. Nos indicaba que como nación podíamos reaccionar contra el avasallamiento corruptor, que sí podíamos cerrar el puño, que estábamos vivos para defendernos.
Más de diez años después el círculo se cierra. El voto de ayer, 5 de junio del 2011, fue una manifestación de autodefensa, levantando las mismas banderas de democracia y anticorrupción. La diferencia la hace una década en la que pensamos el monstruo fujimorista había muerto y no era tal. En la que pensamos que la corrupción estaría desterrada por el repudio que generaron los vladivideos y no fue el caso. Recuperando el reflejo este domingo dimos un voto de rechazo y de conciencia, un voto que unió diversas vertientes ideológicas con un sentimiento de urgencia para evitar el retorno de los mafiosos y el colapso moral del país.
Nos enfrentamos a la manipulación de los grandes medios y al poder económico que enmascaró la defensa de los corruptos en la defensa del modelo. Que amenazaron, aterrorizaron, manipularon, difamaron y mintieron. Una campaña modelo de lo que nunca debería repetirse en nuestro país. Y vencimos.
El voto del 5 de junio pasará a la historia como el voto rebelde ante la corrupción poderosa e ilegal. No fue un voto ideológico pero si concertado contra la corrupción, con la levadura poderosa de la indignación. Detuvimos los poderes fácticos que buscaban el retorno del fujimorismo, pusimos la ética por encima de la ideología, superamos los temores y poco más de la mitad del país se unió en un solo puño.
El mérito es de Ollanta Humala que, retrotrayéndose a Locumba, puso sus banderas de democracia y anticorrupción en alto mientras activaba, acompañado de un gran equipo humano, el diálogo y la concertación para ampliar su apoyo yendo al encuentro del centro político. Encarnó ese nuevo progresismo con la base ética que el Perú necesita, despejando dudas sobre el modelo económico y un eventual cambio en la Constitución. Por eso KFujimori atacó tanto su cambio, sabía que era la clave del éxito de su contendor.
Mientras tanto los fujmoristas continuaban siendo los mismos. Cambiaron de cara y de sonrisa pero el lastre moral seguía ahí. Muchos quisieron disfrazarlo pero persistía el mal olor de un entorno que no supo administrar sus máscaras y su fascismo.
La dinastía siniestra, y quienes se mimetizaron con ella, nos deja una gran lección. Si la contienda no hubiera sido Ollanta Humala contra Keiko Fujimori la mafia hubiera retornado con los rostros de PPK o de Luis Castañeda quienes, con parte del voto ciudadano en la primera vuelta, dieron sus apoyos de última hora. Y con ello expresaron la candidatura de la hija del dictador con la textura propia de una alianza fáctica, de una mafia defensiva que con los grandes medios y la televisión quiso vender su mejor rostro. La oportuna carta de Mario Vargas Llosa a El Comercio los desenmascaró en cabeza del Grupo ECO e hizo ver claramente la guerra sucia y la manipulación mediática.
Párrafo aparte merecen los Vargas Llosa que hicieron una inmensa contribución ética al país que la historia sabrá reconocer. Otro hubiera sido el resultado si nuestro dignísimo Nobel no se hubiera empeñado en la advertencia y el combate de las ideas y los valores. Lideró además, la suma de pronunciamientos ante el gran peligro que venía aceleradamente y sin frenos.
El país ético y decente ganó. Cerramos el puño con los jóvenes movilizados, con las redes sociales que libraron su propio combate por el derecho a la información y la dignidad. Con sólo tres órganos escritos que representaron la verdadera defensa de la democracia. Con banderas que son vitales pero no por ello fáciles. La corrupción se disfraza, busca sus propios refugios y sus alianzas. Puede acechar incluso filtrándose en Gana Perú. Por ello la vigilancia es indispensable. El Perú necesita de ese gobierno de fuerte inspiración social que Ollanta nos promete y del equipo más capaz y honesto posible. La esperanza de democracia con justicia e inclusión social no puede ser vana.
Que el crecimiento económico alcance a todos, que desterremos la delincuencia y la corrupción oprobiosa. Que sigamos cerrando el puño y levantándolo en alto como lo hemos hecho este 5 de junio. Que siga ganando el Perú.