Ciudadanía adulta y responsable
Por José Carlos García Fajardo (*)
“¿Ves?”, dijo Marcuse a Habermas dos días antes de morir, en el hospital al que fue a visitarle. “Ahora sé en qué se fundan nuestros juicios valorativos más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el dolor de otros”. Es la vivencia del sufrimiento injusto la que pone en marcha una auténtica crítica de la sociedad, comenta A. Cortina. De esa compasión por la desigualdad injusta arranca la indignación que sólo encuentra cauce en el compromiso social. Desde hace décadas los voluntarios de muchas Organizaciones de la Sociedad Civil, comprendieron que la compasión lleva al compromiso, a la denuncia y a propuestas alternativas. El asistencialismo produce dependencia y mantiene la situación. Otro mundo mejor era posible, porque era necesario. Ese fue el grito que llegó desde Porto Alegre en 2001 que se difundió por redes, movimientos, manifestaciones y publicaciones comprometidas.
Ante la injusticia social y la amenaza al Estado de Bienestar, brotaba la indignación en busca de nuevas formas de participación ciudadana. Se alzaron críticas contra el sistema judicial, oligarquías, corrupción, contra la clase política y formas de gobernar. La agresión de los “mercados” y vivir al dictado de los poderes financieros llevó de un estado de “malestar” a admirar la primavera árabe como acicate de incalculables consecuencias. Los del 15-M exigen reformas en el Estado mientras se busca un nuevo sujeto social, todavía sin nombre, pero que palpita en la emoción y en la controlada ira de los ciudadanos. Las cosas como los valores están ahí pero sólo el nombre los hace realidad.
La ciudadanía está alerta. No se trata de “tomar la calle”, pues estas sirven para trasladarnos a las plazas como espacios de encuentro y de participación ciudadana que anhelan expandirse por todos los medios de la Red.
Agotada la ciudadanía en los estragos de una indiferencia, resignación e individualismo demoledores, los movimientos ciudadanos se han abierto espacio en una sociedad anquilosada. Ya no es posible considerar a estos alzados ciudadanos como marginales, apolíticos, violentos o antisistema. Ellos denuncian que es el sistema el que está contra nosotros. El comportamiento en las acampadas, la respuesta a algunas intervenciones policiales y la resistencia ante descalificaciones desde diversos medios han legitimado este acontecimiento social que conmociona a los ciudadanos no sólo de España sino de otros muchos países.
Son conscientes de que no tenemos que comenzar de cero como si no hubiera habido una transición desde la dictadura hasta una democracia con conquistas sociales y políticas. Pero que hace agua por la vertiente económica de un modelo de desarrollo injusto e inhumano. Porque un sistema democrático sin contrapoderes sociales es débil, y sin democracia económica, no es real. Saben que no hay economía legítima si no se propone como meta ayudar a crear una sociedad justa. Lo bueno es opción personal y grupal; lo justo es lo socialmente exigible, aquello que se puede universalizar.
El movimiento del 15-M supone la reivindicación de la democracia y la política como medios imprescindibles para dar respuesta a un sistema social gobernado por mercados financieros y por unas instituciones políticas inanes. La ciudadanía ha despertado ante el desempleo de cinco millones de personas, un sistema electoral injusto y con listas electorales cerradas, con una legislación fiscal obsoleta que facilita el fraude, con partidos políticos cosificados y con un clientelismo vergonzoso, con sindicatos que no se sostienen con las aportaciones de sus afiliados sino que dependen de los presupuestos del Estado. Al igual que las patronales que ya no actúan como lobbies sino a plena luz del día, con la desfachatez de echar miles de empleados a la calle mientras reparten 450 millones entre 140 ejecutivos. Telefónica y los bancos son algunos de tantos ejemplos que producen indignación.
Los poderes económicos son el cáncer en metástasis de corrupción, de control de las instituciones políticas, legislativas y judiciales. A diferencia de la política, los mercados creen que no necesitan responder ante la ciudadanía, solo responden ante sus accionistas e inversores y se creen legitimados por los beneficios. Se pretenden irresponsables al no tener que rendir cuentas.
Ya no cabe reverenciar a “budas” que a sí mismos se han considerados sagrados. Ni la obsoleta monarquía, ni el capitalismo salvaje, ni fanatismos ultramontanos que chocan con un Estado aconfesional y laico. Sin ambages. Con respeto a las diversas confesiones, siempre que no invadan ámbitos de educación ciudadana, de relaciones de pareja, de las familias, de una sexualidad responsable y de los derechos universales.
Denuncian los Acuerdos con el Vaticano y una monarquía que sirvió para la transición pero que son incompatibles con una sociedad educada, adulta, laica y afincada en los valores de la Ilustración y de una república bien organizada.
Esta ciudadanía en pie se está organizando para actuar como contrapoder social ante un sistema político y económico corrupto y extraño a los signos de los tiempos.
(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
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