Historias de plástico

Por Herbert Mujica

¿Qué hacía el señor Nicolás de Piérola en diciembre de 1881 con el jefe de la ocupación chilena en Lima? Ya había resignado la dictadura porque nadie le hacía caso desde el 28 de noviembre y fue Tarma la ciudad que registró el hecho. No representaba a nadie y tampoco era funcional –ya había sido lo suficiente en enero los días 13 y 15 en San Juan y Miraflores, cuando la trágica derrota de la capital ese mismo año- a los chilenos que le desconocían en absoluto y en cambio apresaban a García Calderón y le enviaban deportado al sur. ¿Quién aclara esta oscuridad proditora tan poco tocada? Y muy ignorada.
Dice Jorge Basadre:

“A Lima, ocupada por el enemigo, llegó Piérola el 3 de diciembre, con lo cual se sometió de hecho a lo que antes censuró y condenó.

El 6 de diciembre se entrevistó en casa de Juan de Aliaga, con Lynch, y en otra casa con el diplomático Novoa. No hay versión de la primera entrevista; pero sí unos apuntes de Novoa acerca de la segunda. Piérola creía posible un alzamiento a favor suyo en el Ejército de Cáceres; pero siempre que condujera a la paz en términos soportables para el Perú. Novoa repuso que ella, después de los sacrificios chilenos, no podía ser sin cesión territorial. A ello contestó Piérola que dicha entrega era “apenas un medio de salvar la dificultad ficticiamente, puesto que obligaría a la paz armada y al acecho constante. .........Ese mismo mes, Piérola se embarcó al extranjero con pasaporte del gobierno de Chile, si bien todas sus gestiones encamináronse a la paz sin cesión territorial. En Europa buscó la mediación de Francia e Inglaterra en vano. Ya en noviembre del 82 estaba nuevamente en Estados Unidos y realizó esfuerzos inútiles que más adelante se mencionan”. (Historia de la República).

El padre Rubén Vargas Ugarte apenas si dedica un par de líneas consignando el hecho de diciembre de 1881.

En el bello libro que consagró a su biografía, Piérola, Alberto Ulloa Sotomayor, grueso tomo de más de 400 páginas, no hay mayor referencia a un hecho que hasta para el criterio del más novel historiador alcanzó ribetes de alguna significación extraña, inexplicable, abstrusa, de monstruosa incongruencia.

El hecho en sí es demostrativo de cómo se ha manipulado la historia, magnificando etapas, glorificando supuestos héroes o prohombres y, en cambio, ensombreciendo u ocultando, simplemente, las tenebrosas y feas alamedas transitadas por aquellos a quienes las historias oficiales regalan ditirambos múltiples y panegíricos integrales.

Si Piérola ya no era dictador porque nadie le reconocía mando alguno o capacidad de negociación, la más mínima. Si, precisamente, había resignado en Tarma el 28 de noviembre y de modo oficial –ese año trágico de 1881- su dictadura, porque los invasores no le reputaban importancia ni mando, retorna la pregunta filuda que no tiene respuesta de los historiadores: ¿qué hacía Piérola “conferenciando” con Patricio Lynch y Jovino Novoa en la Lima ocupada y sobre un suelo ensangrentado por la matanza que los chilenos habían perpetrado en San Juan, Chorrillos, Barranco y Miraflores? ¿cómo así que “se embarcó al extranjero con pasaporte del gobierno de Chile”?, tal como apunta Basadre.

El historiador Jorge Basadre afirmó que a Cáceres, el Brujo de los Andes, el firme portero y guardián de la dignidad nacional durante largas y reconocidas luchas y señaladamente entre 1881 y 1883 en la Campaña de La Breña, le faltó morir en el campo de Huamachuco. Es decir, avanzó criterio terminal sobre un genuino héroe. Cierto, más allá de las palabras informativas que sobre Piérola consignó y en torno a las reuniones de éste con los capitostes chilenos, no hay más testimonio. La plasticidad del juicio no puede ser más evidente. ¿Y la objetividad? ¡Quimera lejana, sin duda alguna!

Débese a Manuel González Prada el fulminante párrafo histórico:

“Chile mismo no habría elegido mejor aliado. Cuando convenía ceñirse a disciplinar soldados, reunir material de guerra y aumentar los recursos fiscales, Piérola remueve las más pasivas instituciones: era el caso de ordenar, y desordena; de hacer, y deshace; de conservar, y destruye; de operar, y sueña. En el estado de guerra, cuando las funciones del cuerpo social son de más intensidad y de mayor extensión, suprime órganos o les sustituye con mecanismos artificiales y muertos. Peor aún: asume el Poder Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial, el Generalato en Jefe del Ejército, el Almirantazgo de la Marina, en fin, presume realizar una obra que no imaginaron Alejandro, César, Carlomagno ni Bonaparte. Un dedo pretende monopolizar todas las funciones del organismo.”

¿Ha sido cierta la historia embutida durante decenios a los peruanos? ¿o más fuerte fue la plasticidad cómplice y corrupta mantenedora del status quo que se verifica en calles y plazas que llevan nombres inapropiados porque blanquean lo sucio y glorifican a no pocos traidores y regaladores de la heredad nacional?

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