Al otro lado del día

José Carlos García Fajardo

“Creo que he visto una luz al otro lado del río”. ¿Quién podrá olvidar esta canción de Jorge Drexler? Nos traza el camino y la advertencia. Es preciso cruzar al otro lado del río, cueste lo que cueste, dejándonos hacer, pero al llegar a la otra orilla, tenemos que dejar la balsa o el cayuco varados en la playa. No empeñarnos en continuar cargando con instrumentos, luchas y desdichas que sólo serán demora en nuestro rumbo y singladuras.

Muchas personas se empeñan en seguir cargando a cuestas con su pasado, sus experiencias negativas, sus “culpas”, y así no hay forma de abrir  caminos a la alegría, a la esperanza, a la solidaridad y a la justicia. Una vez descubierta nuestra innata libertad, la responsabilidad personal y su grandeza al producirnos como quienes somos y no como muchos pretendan que hubiéramos debido haber sido.

Ayer ya pasó, sólo es memoria; mañana es vocablo, fonemas, flatum vocis… lo que importa es aquí y ahora. Apreciar el canto de un pájaro como el vuelo de una abeja, el rugido del león como la sonrisa de un niño. Con mirada desde un interior que se funde en todo lo exterior porque habremos descubierto que arriba y abajo, dentro y fuera, alto y bajo, grande y pequeño, verdad y belleza, unidad y libertad conforman una misma realidad. Cuando aspiro lo hago con y en el cosmos, cuando expiro es toda la naturaleza, visible e invisible con quien conspiro.

Nadie es más que nadie ni nada es menos que algo. Como el haz y el envés, como el ser y el vacío en el que alienta, pues la nada no puede existir porque no es.

Nos liamos demasiado. Dejemos a las piedras que sean piedras y no hagamos caso a quienes  nos pidan que las convirtamos en panes. La piedra está bien y el pan también.

Aunque la vida no tuviera sentido, tiene que tener sentido vivir; aquí y ahora, en este preciso momento en que escribo desde mi situación presente de “doente” del corazón. Ojalá pudiera decirse “¡De tanto amar, de tanto amar!” Las cosas son más sencillas y, con Javier, me gusta reconocer que la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. No hay más, ni menos. Ser uno mismo, arar con los bueyes que tenemos, la arada es inmensa, el sosiego inefable. Cuando uno cae en la cuenta de que no es “a pesar” de nuestras personales insuficiencias, errores o fragilidades como somos necesarios. Sino que somos necesarios precisamente así como somos. El río no necesita que lo empujen y lo mejor que puede hacer el junco es inclinarse mientras pasa la riada. Para después alzarse y prestar el talle a las melodías despertadas por las brisas y por las lluvias, las nieves y los vientos.

Así, así está bien.

Y esa luz “al otro lado del día” se descubre siempre en nuestro interior, en ese interior inmenso que abarca a la humanidad y a la creación entera. Somos como alas de un mismo vuelo, no nos detenemos a mirarnos unos a otros sino que volamos mirando juntos en la misma dirección.

Fíjense en el acto fallido: al otro lado “del día” en lugar de al otro lado “del río”. Está claro. Al otro lado del día sólo está la noche y esta lleva en su seno al día. Por eso, la experiencia nos enseña que es preciso aprender a esperar a lo más profundo de la noche para alumbrar junto con las primeras luces de la aurora. Siempre puede ser mediodía o al alba o a la atardecida, en nuestro más profundo almario. (No “armario”, pues  no tenemos nada que encerrar; todo es para compartir).

Permitidme que robe algunos de los abrazos de Lola Campos.

Hay abrazos para enmudecer la  nostalgia. Hay abrazos rebeldes y abrazo tiernos que se deslizan con total confianza hacia ese intervalo de entusiasmos vacíos, que  nos hace llorar. Y aprietan para que el hueco se haga onda.

Y abrazos enérgicos para que nos agite los humores y nos haga resistir al desahogo, porque hay que seguir adelante como sea. Hay abrazos de coraje, de osadía, de sensibilidad sin vergüenzas, de resistencias intactas, abrazos que nos devuelven la capacidad de mirar lo que aún nadie ha visto. Porque el abrazo tiene sentido para desenterrar. Una dicha condenada. Un arrebato utópico. Un amago de estreno. Un sueño vasto que se aletargó en las tradiciones.

Y ahora, me regreso al descanso… desde este amanecer de la noche más corta del año.

Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS