por Jesús Guzmán Gallardo; Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Hace unos días se oyó decir al presidente García que cuando tenía 20 años, convivió por espacio de 20 días con una muchacha argentina al pie de Macchu Pichu disfrutando del paisaje y de su compañera en una expresión nativa de la filosofía de San Francisco (cultura hippie de entonces). La anécdota no sería importante más allá del contenido trivial que practicaron muchos, pero en labios de un narciso y megalómano, como el personaje de marras que dice representar a una nación, sí resulta necesario analizar y explicar.
La doctrina del APRA exige luchar contra toda forma de alienación como la que se expresa en la adopción de patrones de conducta extraños a nuestra realidad. Más aún, cuando su filosofía del espacio tiempo histórico determina la metodología que nos impide ser vulgares imitadores de hechos sociales foráneos que pueden tener una explicación plausible donde nacen; pero que en nuestro medio al aplicarlos no producen sino lugares comunes y hasta vulgares.
En los inicios de los años setenta, momento en que parece se realizó esta anécdota en mención, los jóvenes de entonces nos enfrentábamos a una dictadura militar que, en honor a la verdad, si bien planteó reformas importantes en los ámbitos económico y social, estuvo divorciada de las organizaciones populares y de los partidos políticos al sustentarse la “tesis del no partido”; vale decir que prefirió el autoritarismo a la democracia como la entendemos los apristas.
Y por si no fuera suficiente, sostuvimos en el interior del Partido una lucha frontal contra los que querían derechizarlo o ponerlo al servicio de la dictadura. Es así que los jóvenes apristas que proveníamos de las canteras de la JAP y del CUA con espíritu contestatario y con gran convicción, no teníamos descanso ni tiempo para enrolarnos en aventuras frívolas cuando los que perdieron la fe en los ideales y valores del aprismo desertaban o se subían al coche del gobierno. Los que nunca le dieron sentido a sus vidas y, sobre todo a temprana edad, donde se cimentan las actitudes que definirán el futuro, prefirieron imitar a los que en otra latitud se dejaban crecer el cabello, ingerir drogas, vestirse de multicolores y practicar el amor libre en una mala copia del “peace and love” que devino en lo que ya parece formar parte de nuestra idiosincrasia o sea una huachafería más.
Producido el golpe de Estado el 3 de octubre de 1968, se agudizó inevitablemente esta contradicción entre los que a la luz de nuestras lecturas de las obras primigenias del aprismo, hacíamos preguntas y exigíamos respuestas sobre el derrotero de nuestra organización y los que preferieron la burocratización del movimiento estudiantil, el tráfico de ingresos a la Universidad Villarreal y el contubernio con el gobierno militar y que no tuvieron ningún escrúpulo y desenfado para convertirse en apóstatas y colaboradores del régimen en organizaciones como SINAMOS que pretendía ser el brazo político de los militares.
Todavía recuerdo como los que gestaron el retroceso y luego su pérdida en la Universidad de San Marcos por inmorales y los que eran dirigentes en la Universidad Villarreal aliados con los inmorales y que tenían acercamientos a la embajada norteamericana, como lo denunciara Luis Felipe de las Casas, formaron o se agruparon en lo que bautizamos como “La moña”; a la cual combatimos y logramos expulsar del Partido en circunstancias en que Haya de la Torre mantenía la conducción del mismo. Esta mafia juvenil había disfrutado de los mendrugos de la coalición APRA-UNO a la cual defendían ardorosamente y avalaban la política antisindical de la CTP que prefirió burocratizarse y profesar el sindicalismo “libre y democrático” de inspiración norteamericana y muchos de ellos fueron colaboracionistas del régimen militar a cambio de jugosos sueldos. Años más tarde los integrantes de esta claque han tenido premio en el régimen de García y se han desempeñado como congresistas, ministros o altos funcionarios. Todo esto es parte de la explicación de la destrucción del Apra.
Surge la pregunta, ¿Dónde estaban en ese momento García, del Castillo, Cabanillas, Mulder, etc.?. Mientras los muchachos formados en las aulas de nuestro movimiento se batian en las calles, sindicatos y universidades con el riesgo real de sus vidas o la detención y prisión por razón de sus ideas, y que bajo la conducción de Víctor Raúl discutíamos la realidad nacional y temas doctrinarios en foros como el Parlamento Universitario, que dirigimos juntos esa entrañable lideresa que fue Hilda Urízar y el autor de esta nota, y en la escuela de dirigentes con el jefe del Partido; los personajes aludidos la pasaban bien e inmersos en la frivolidad como consta en la confesión del saliente jefe de Estado.
Ninguno de los mencionados, ostentó una responsabilidad que diera testimonio de su formación rectilínea, honestidad y capacidad de lucha, en otras palabras ni se les vio por casualidad en las lides juveniles. Por el contrario, gozaron de becas y puestos en la administración pública que les permitió incubar la forma de utilizar el poder para enriquecerse sin importarles hacer el papel de felón y ennegrecer sus conciencias como los nuevos judas de la historia política del país. Todos son acaudalados y han usado sus dineros y la complicidad con el poder económico para pagarse costosas campañas electorales y publicidad personal para cubrir sus enjuagues y seguir sorprendiendo a tontos e intonsos.
Ahora se va conociendo lo que era un secreto a voces, la alianza mafiosa con el fujimontesinismo desde mucho antes de lo que se creía, y las pruebas que el juicio de los “petroaudios” aportan nos dicen de cómo se llegó al crimen para ocultar sus iniquidades.
Ya no hay lugar a dudas del porqué se impuso esa plancha presidencial en la que se buscaba sólo el arreglo personal ninguneando a los apristas de trayectoria limpia. Si hay una buena noticia en esta tragedia, es que faltan escasos días para que se acabe este gobierno, copia fiel de todos los que impuso la oligarquía peruana en nuestra historia.
Lo que sí podemos afirmar, categóricamente, sin medias tintas es que este gobierno nunca fue aprista y que Alan García no es aprista y por lo expuesto nunca lo fue.
La farsa está terminando, y depende de los auténticos apristas que no vuelva más a conducir el Partido de Haya de la Torre quien traicionó los caros ideales del APRA y por lo cual debe ser expulsado de nuestras filas sin miramiento alguno.
Ni Cristos de plástico, ni consagraciones del Perú al Señor de los Milagros al más puro estilo leguiísta, le podrán salvar del juicio del pueblo y ni sueñe con volver a ser presidente pues allí estaremos cientos de miles de apristas que lo impediremos, refrescando siempre la memoria de los olvidadizos y presentándolo como la gran estafa que es. Ya está notificado.
Y como decía Ricardo Palma: “Genio y figura, hasta la sepultura”
El joven García y el viejo García son lo mismo en una línea de continuidad perversa, viciosa, palurda.
Aquél es preso de su soberbia, vanidad y frivolidad que explican su egocentrismo y vida licenciosa que no son ejemplo sino advertencia para las nuevas generaciones.
Sus millones de dólares mal habidos jamás comprarán las conciencias de los que siguen soñando con una sociedad más justa, más libre y más culta y que a pesar que parece quisieran institucionalizar que ser honesto en todo sentido es un peligro, levantemos tenazmente y con coraje el grito que ¡sólo los hombres de vida transparente y consecuente podrán redimir a un pueblo!
Al terminar, por ahora estas líneas, no puedo dejar de sumarme a la indignación y pesar por el asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral a manos de miserables sicarios. Su vida y su obra hablan por sí solos y constituyen ejemplo y enseñanza de una pedagogía eficaz y eterna.
http://www.voltairenet.org/El-joven-y-viejo-Alan-facetas-de?var_mode=calcul