¿Ha fracasado el proyecto de Unión Europea?
Por José Carlos García Fajardo
“La revolución silenciosa que los europeos han desencadenado transformará el mundo”, escribía Mark Leonard parafraseando a Jean Monet. Sostenía que Europa había puesto fin a sus conflictos internos, logrado una prosperidad y libertad inéditas en la historia. Era ejemplar su modelo de resolución de conflictos y gestión de los mercados al ámbito global.
En su interesante libro, La fragmentación del poder europeo, José I. Torreblanca pregunta cómo hemos llegado hasta este deterioro de la Unión Europea cuando hace sólo unos años rebosaba de optimismo. Jeremy Rifkin podía hablar de un “sueño europeo” basado en un alto nivel de vida, democracias arraigadas y respetuosas con los derechos humanos, un Estado protector y solidario, una sociedad incluyente, una cultura tan rica como variada y un orden basado en el derecho, la negociación y el diálogo entre los Gobiernos.
Pero todo ha cambiado de forma radical, dejando ante nosotros distintas percepciones sobre el éxito o fracaso de estadounidenses y europeos.
“El sueño europeo ha muerto”, certificaba Gideon Rachman en su columna del Financial Times. Charles Grant, director del Centre for European Reform, en ¿Está Europa destinada a fracasar como potencia?, escribía: “Europa parecía un poder en auge: se estaba integrando económicamente, lanzando su propia moneda, expandiéndose geográficamente y reformando sus tratados para crear nuevas instituciones. Hoy, en la mayoría de los grandes problemas que afectan al mundo, la Unión Europea (UE) es irrelevante”.
La preocupación sobre el declive de Europa es evidente en el informe del Grupo de Reflexión sobre el Futuro de la UE, que afirma: “2010 podría ser el principio de una nueva fase para la UE y durante los próximos 50 años podría consolidarse el papel de Europa como actor mundial activo. En cambio, la Unión y sus Estados miembros podrían caer en la marginación y volverse una península occidental del continente asiático, cada vez más insignificante”.
Las percepciones sobre el declive de Europa también estaban asentadas entre la opinión pública de otros países con los que la UE aspiraba a mantener una relación estratégica.
En el considerado siglo asiático, los europeos concitan poco interés en Asia. Kishore Mahbubani, una de las voces más autorizadas de Asia, escribió con motivo de la cumbre Europa-Asia de 2010: “Europa no se entera de cuán irrelevante está siendo para el resto del mundo. Y tampoco se entera de lo importante que es el resto del mundo para su futuro”.
Los europeos parecen desmoralizados por la pérdida de competitividad, la inviabilidad de sus niveles de protección social, sus problemas demográficos, la falta de liderazgo y solidaridad interna o la crisis de sus valores. Con el auge de China y otros países emergentes, el mundo se encamina a ser multipolar en el que solo cuenta el peso económico y militar de los Estados. En ese mundo con pocas normas y donde ni la democracia ni la economía de mercado son mayoritarias o gozan de aceptación universal, la UE sería progresivamente marginalizada hasta quedar convertida en un “parque temático”, una gran Suiza, ejemplar para sí misma, pero aislada del mundo y sin voluntad de influir en nadie, escribe Torreblanca.
Cincuenta años después de la declaración Schuman, los objetivos de los “padres fundadores” parecían cerca de verse cumplidos. La reunificación alemana había sido el preludio de la unificación del continente, pues en 1995 la UE acogía en su seno a Austria, Finlandia y Suecia, tres países que habían visto cercenada su autonomía en política exterior debido a la dinámica de la guerra fría. Y en 1998, la UE abría negociaciones de adhesión con ocho candidatos de Europa Central y Oriental. Sumando los últimos retoques en la unión monetaria y las primeras discusiones para la puesta en marcha de una defensa común europea, para muchos era evidente que el siglo XXI estaba destinado a ser el siglo de Europa.
Algunos analistas observaban el avance del proceso de integración europea con alarma. En Estados Unidos, Jeffrey Cimbalo: “La integración política europea representa el desafío más grande a la continuidad de la influencia estadounidense en Europa desde la Segunda Guerra Mundial […] La nueva Europa, que contará con su propio ministro de Asuntos Exteriores y su propia política exterior, expandirá su poder a costa de la OTAN y más que complementar el poder de Estados Unidos, competirá con él, un acontecimiento para el que Estados Unidos no está en absoluto preparado”.
Esta UE que celebraría en 2004 la firma del Tratado Constitucional augurando, “el comienzo de una nueva era”, se encontraba sólo unos años después completamente postrada y desanimada acerca de su futuro. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Por qué? ¿Es irreversible esta situación? A estas preguntas trata de responder el libro de Torreblanca.
(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS