La coyuntura económica mundial
Por Alfredo Stecher
Quizá mis esfuerzos por entender lo que está pasando en la economía mundial y lo que más probablemente ocurrirá ayuden también a otras personas con esa preocupación.
Todo indica que el mundo está entrando a la doble caída, en w, por las contradicciones en su crecimiento económico, pero también por la inadecuación de las respuestas desde la política. Ojalá no necesitemos una ampliación del diccionario para incorporar una v triple, o, peor aún, que caigamos en otra Gran Depresión, que podría abarcar una década. Concuerdo con los análisis y recomendaciones de Paul Krugman y con lo escrito por Stephen Roach, académico de la universidad de Yale, en un artículo titulado “Una recuperación global fallida”.
¿Qué tienen en común ahora todas las economías avanzadas de Occidente, en Europa (excepto hasta cierto punto los escandinavos) y América del Norte? Una tasa de crecimiento reducida (y negativa en los países con crisis más aguda), grandes déficits estatales y enormes deudas estatales y privadas, un sistema financiero (bancario y de seguros) enorme y frágil, un elevado desempleo, aún mayor entre los jóvenes, un elevado malestar social, crecientes tendencias aislacionistas, xenofóbicas y racistas. Además la gran locomotora de la economía mundial, China, cruje bajo la creciente contradicción entre su necesidad de enfriar una economía sobrecalentada y las demandas sociales, que no se sabe hasta cuándo podrá manejar sin una caída fuerte en su tasa de crecimiento. Y el conjunto es zamaqueado por un componente creciente de especulación financiera extrema a escala mundial.
Aunque el origen del fenómeno es de hace décadas, recién desde hace pocos años existe el término “sistema bancario a la sombra”, es decir, fuera de las regulaciones nacionales e internacionales, constituido, entre otros, por préstamos titulizados (incluidas las hipotecas), obligaciones de crédito colateralizadas, derivados de tipos de interés, seguros de impago (swaps – permutas financieras - de incumplimiento crediticio), no respaldados por un activo real, a cargo de bancos de inversiones, y diversos tipos de fondos. Tanto Timothy Geithner como Paul Krugman estiman el tamaño del total de sus activos como mayor que los del sistema bancario (supervisado) norteamericano. Es cierto que este sistema ha contribuido a impulsar la economía internacional, cuyo funcionamiento ya es impensable sin su aporte, pero en conjunto y a la larga, por la falta de regulación y por el peso creciente de derivados meramente especulativos, ha resultado altamente tóxico, está a la base del estallido de la crisis en 2008 y está lanzando oleadas de ataques contra estados soberanos, por ahora en Europa.
Hay un esfuerzo de autorregulación de los emisores de derivados formales a través de la ISDA (International Swaps and Derivatives Association), que para 2009 reporta un total de 427 billones de dólares (trillones norteamericanos) de montos cubiertos, compuestos por 434 billones de derivados de tasas de interés, 26 billones de seguros de impago y 6 billones de derivados de acciones. En tanto cada derivado puede ser apalancado ene veces, fuera del sistema formal, para fines ya no de búsqueda válida de protección contra riesgos sino meramente especulativos, los montos en cuestión pueden ser aún mucho mayores. Para tener una idea de la magnitud del fenómeno, según el Banco Mundial, en 2009 el PIB mundial corriente fue de 58 billones de dólares (trillones norteamericanos).
Las clases políticas, por intereses de corto plazo, muchas veces con aspectos delincuenciales, y por miopía, no están a la altura del desafío de los procesos económicos y políticos (con excepciones, como la notable de Islandia, que ha asumido y afrontado plenamente su espectacular crisis). Es patético ver al partido republicano norteamericano bloquear los tímidos intentos del gobierno de Obama de afrontar la crisis, y a los líderes europeos, especialmente de Alemania y Francia (ni qué decir de Italia hasta antes del último golpe de timón económico que marginó a Berlusconi), renguear detrás de los acontecimientos que amenazan a la integridad de Europa y al euro, en función de cálculos electorales. Es recién ahora que han avanzado hacia medidas más efectivas, pero probablemente tardías.
En Europa las crisis de pequeñas economías como las de Irlanda, Grecia y Portugal amenazan con desestabilizar la economía mundial de manera similar a lo que sucedió con la quiebra de Lehman Brothers en Estados Unidos, con un efecto dominó retardado que ya está alcanzando a España e Italia, dos de las economías grandes de la Unión Europea, demasiado grandes para ser rescatadas por la débil Europa, si no logran superar la crisis con su propio esfuerzo, como lo está intentando España desde el año pasado y como acaba de iniciar Italia. Los mercados, esos entes necesarios, pero omnipotentes y ciegos ante las consecuencias de sus actos anónimos, están golpeando esas economías en dificultades, oleada tras oleada, cada una más grande que la anterior, encabezadas por enormes capitales especulativos, pero agigantadas por las decisiones inducidas de millones de capitales menores. No se ve inminente su pico máximo.
La amenaza de una cesación de pagos, o de reestructuración financiera percibida como tal por los mercados, de algunos países europeos, pende como un caso Lehman Brothers potenciado, espada de Damocles financiera, sobre la eurozona y la economía mundial. Es casi seguro que el último salvataje de Grecia terminará siendo solo un hito más en una pendiente descendente que nadie sabe dónde terminará.
Evidentemente la crisis de solvencia de los países europeos exige acciones más rápidas y decididas que hasta ahora, lo que requiere de cambios profundos en el funcionamiento de cada país y de la Unión Europea como un todo. En conjunto, necesita dotarse de órganos de política económica efectivos a la vez que mantener la libertad de los flujos de capitales y de personas, es decir, convertirse en “Estados Unidos” de Europa. Esto requiere el predominio de políticas de integración, de fiscalidad responsable, de solidaridad, de aumento de la competitividad con respeto de la fuerza laboral e inclusión social, de transparencia y eficiencia del Estado, de regulación y control de los poderes financieros – unificadas a nivel europeo y, lo más posible concertadas a escala internacional. Y como dice Draghi, el nuevo presidente del BCE (Banco Central Europeo), “Sobre todo hace falta redescubrir la política de bien común”. En otras palabras, exige la derrota de las fuerzas políticas derechistas y ultraderechistas (autocalificadas así) que van ganando cada vez mayor peso, para facilitar la adopción de una política económica responsable capaz de vencer a las grandes maniobras especulativas. Y lograr esa indispensable victoria parece muy difícil.
Cuando más internacionales son los problemas, y mayor la necesidad de una gobernanza europea y mundial de amplia perspectiva, mayores son las fuerzas localistas y cortoplacistas.
En nuestro caso, el de la mayoría de países latinoamericanos, seguimos en la senda del crecimiento económico con estabilidad macroeconómica, y ojalá sigamos así. Pero hay que advertir que éste está basado principalmente en el alza de los precios de las materias primas y en la gran liquidez en la economía mundial, ambas en riesgo de acabar en caso de una acentuación de la crisis mundial.
Harán bien los encargados de las políticas económicas y los empresarios de considerar escenarios pesimistas en sus previsiones y planes.