Por Eduardo González Viaña
Las semanas previas a las Fiestas Patrias desbordaron de noticias. La designación de los nuevos ministros, las especulaciones sobre el nuevo porvenir del país, la lucha por la Copa América al igual que la esperada extradición de un bestial criminal de guerra y el descubrimiento de otro en Canadá fueron algunas de ellas.
Sin embargo, pese a su trascendencia, ninguno de estos hechos alcanzó tanto rating, horas de televisión y centenares de párrafos como los obtenidos por un joven argentino que llegó a Lima para expresar a gritos una queja destemplada contra su antiguo novio, un animador de televisión, quien lo había abandonado.
El público colmó las instalaciones de la Feria del Libro de Lima para escuchar, palpar, abrazar, vivar y vibrar, y por fin conseguir un autógrafo de Luis Corbacho. Su libro- de sugestivo título, “Morir maquillado”- no tuvo la misma suerte. Poca gente lo compró.
—¡Para qué necesito leer el libro… si por fin he conocido al autor!— declaró a la prensa uno de sus “fans”.
En la rueda de preguntas, nadie estaba interesado en los posibles valores literarios del libro. Más bien querían ser informados sobre las connotaciones sexuales y los morbosos detalles de la relación entre Luis y su ex novio. Por dos días, el gran suceso cultural dejó de ser una feria de libros para convertirse en una suerte de reinado de la primavera.
Sin entrar a valorar la infortunada decisión de los organizadores de ese evento, creo que la “entronización” de Corbacho es expresión de una quiebra de valores en la cultura peruana, de una conspiración permanente de la mayoría de los medios de prensa y de una carencia de voluntad política para acabar las herencias de la dictadura de Fujimori.
La televisión y las hojas de la prensa amarilla han sido las anfitrionas y las damas de honor del engendro. Con meses de anticipación y una bien sintonizada víspera, el despechado fue convertido en autor, en estrella y por fin en victorioso competidor de los mayores nombres de la literatura latinoamericana presentes en la feria. Para él, incluso, se reservó la sala que lleva el nombre de nuestro José María Arguedas.
Aquello es buena prueba de que estos medios pueden poner de cabeza los valores de nuestra cultura y nuestra nacionalidad. Y no se trata de cualquier medio. Los programas televisivos aludidos son los de mayor sintonía. Por su parte, la llamada prensa chicha es la que “alimenta el espíritu” de 9 de cada 10 peruanos.
Por publicidad de estos medios y según algunas encuestas burlonas, gigantescos segmentos de nuestra población creen que César Vallejo es un gran jugador de fútbol, que Ricardo “Richy” Palma fue una estrella del rock, que San Martín es un santo argentino y que Macchu Picchu fue fundado hace cien años. Y, por supuesto, estarán listos a creer y a festejar cualquiera de estos días el primer milenio del pisco souer, supuestamente inventado por los incas en los tiempos de Jesucristo.
Son esos mismos peruanos los que sostienen acerca de sus hombres públicos: “No importa que robe. Lo importante es que trabaje.” “Eludió los impuestos porque no era un caído del guabo”. “Hizo quemar vivos a los estudiantes de La Cantuta, pero está justificado porque ellos tenían ideas izquierdistas.”… Son los mismos que aceptaron y la supresión de la libertad en nombre de la seguridad… y al final el Perú salió perdiendo tanto la seguridad como la libertad.
Esas multitudes olvidan pronto los actos de corrupción del mandón de turno cuando éste los convence – a través de los medios- de que cualquier país vecino nos quiere hacer la guerra. No es raro por eso que el chofer de taxi que me condujo a la feria sea lector de uno de esos periódicos. No es raro que me haya preguntado si no creo que debamos comprar barcos y aviones de guerra. No es raro que me haya rogado por fin: “Consígame una foto firmada del señor Corbacho.”
La historia es real. Asistí a la feria como participante. Había allí tres salas. En una se situó al autor de “Morir maquillado”. Su audiencia –contada en miles de personas- desbordaba la sala y la propia feria. En la otra sala, el catedrático Roberto Hernández, de la Academia de la Lengua de Venezuela, sólo era escuchado por siete personas.
En la tercera sala, presentaba yo mi novela más reciente. Algunos amigos me habían aconsejado que no fuera al evento a efecto de librarme de un posible desaire. Creo que hay que tomar al toro por las astas, y por eso acudí de todas formas. Gracias a mi cuenta de Facebook y al hecho de que tengo amigos muy queridos, llenamos la sala. Ahora, los estoy invitando a la presentación de mi otro libro-“El veneno de la libertad” en el Museo de Arte de Lima el 16 de agosto a las 7pm., y les rogaré en Facebook que pasen la voz de que este tipo de medios no nos hará rendirnos.
En la nueva historia peruana que se inicia, creo que es urgente e inmediato que se legisle una regulación de los medios de comunicación. La dictadura justificó sus métodos criminales con la paz que supuestamente traería. Es verdad que, ayudada por la prensa chicha, la dictadura trajo la paz. La paz y la cultura de los cementerios.
La prensa chicha fue creada y/o subvencionada para adormecer conciencias, para crear ciudadanos dóciles, zombies o perversos. Ahora esa prensa es una amenaza- sin regulación ni control ni contrapeso.- contra el poder del Estado y contra la marcha de la propia historia. Es preciso tomar al toro por las astas.