Caída de Muammar Gaddafi: “Revolución social” Made in USA

Por Rubén A. Hernández A.

Una de las noticias del momento (finales de agosto de 2011) en el mundo entero ha sido sin duda alguna la caída del líder libio Muammar Gaddafi, quien gobernara durante cuatro décadas a su nación.

Según diversos analistas de las relaciones internacionales, Gaddafi había jugado un importante rol en el contexto de la Guerra global contra el Terrorismo liderada por Estados Unidos y algunos de sus aliados geopolíticos, bien como un dictador sanguinario capaz de reprimir a su propio pueblo y de poner en peligro la paz mundial, o bien como una especie de héroe antiimperialista. En su papel de dictador habría allanado el camino tanto a la intervención militar extranjera como a la rebelión interna conducente a la “liberación” del pueblo libio, mientras que como antiimperialista se habría erigido en uno de los más acérrimos críticos del lobby sionista-estadounidense, convirtiéndose en una figura ejemplar de la resistencia de los pueblos a escala  planetaria.

 

Desafortunadamente para la resistencia de los pueblos contra el nefasto imperialismo capitalista, la postura de Gaddafi fue más retórica que otra cosa, considerando que dicho personaje siempre mantuvo relaciones estrechas con la élite capitalista, incluso con la  de los Estados Unidos, al menos hasta que estalló la revuelta del año en curso. Para colmo de males Gaddafi sí gobernó de forma tiránica, pero no porque lo haya denunciado el Imperio estadounidense, sino porque el Estado libio, al igual que toda entidad político-territorial-administrativa controlada por una minoría (monarquía, oligarquía o burguesía) somete a como dé lugar al resto de la población. De manera que Gaddafi bien pudo haber sido un dictador, pero, ¿Esa fue la causa real de que numerosos ciudadanos libios se rebelaran contra sus autoridades? ¿Se puede hablar de una revolución social? ¿Qué papel jugaron los Estados Unidos y sus socios económicos y militares?

En primer lugar, es evidente la participación, por medio de la OTAN,de los Estados Unidos y sus socios en los acontecimientos violentos de Libia, previa planificación detallada. Es ingenuo (por no señalar otro calificativo) considerar que por el hecho de que el número de bombardeos haya sido aparentemente menor en Libia que en Irak o en Kosovo, por ejemplo, no hubo intervención foránea significativa.

Quienes piensan de esta manera no tienen en cuenta o menosprecian la importancia de una estrategia política y mediática basada en la supuesta no intervención en los asuntos internos de los pueblos árabes en el marco de su “Primavera”, esgrimida por el Imperio estadounidense y sus aliados  como forma de  encubrir las agresiones directas e indirectas de los últimos años. Intentar  convencer al mundo de que no tienen nada que ver con el derramamiento de sangre en Libia, ha sido justamente el propósito  de los terroristas imperiales. En todo caso, y a pesar de los bombardeos “limitados”, el número de mujeres, niños y ancianos fallecidos ha sido elevado. Como evidencia contundente de la participación del lobby imperialista capitalista en el sangriento conflicto de Libia, tenemos que los voceros de algunas compañías petroleras estadounidenses y europeas anunciaron, ni bien había terminado de caer Gaddafi, que éstas retornaban al país norteafricano a seguir explotando el oro negro en condiciones más que ventajosas.

Luego algunos califican a lo sucedido en Libia como una revolución social, al igual que lo acontecido en Egipto y Túnez en tiempo reciente. Creen que ha llegado el despertar de unos pueblos que históricamente han soportado regímenes despóticos y notables desigualdades socioeconómicas; por desgracia su optimismo entra en contradicción con la realidad persistente. Si bien es cierto que  numerosos ciudadanos libios  protestaban legítimamente por una mejora sustancial en sus condiciones de vida, aspecto que  consideraban no podía ser resuelto por el Gobierno de Gaddafi,  y desconfiaban de la intervención  militar foránea, resulta que otros tantos habitantes del país norteafricano, tanto del “común” como del liderazgo rebelde, carecían de argumentos verdaderamente revolucionario, apoyaban en su totalidad a las acciones imperiales, e incluso solicitaban que se les dotase de armamento y que la OTAN bombardeara con más intensidad a la nación. ¡Vaya revolucionarios que se arrastraban frente al invasor clamando por la muerte de sus hermanos¡ Lo más curioso del caso es que la rebelión en Libia comenzó al mismo tiempo en que el Imperio estadounidense y sus aliados ya advertían sobre la necesidad de encontrar soluciones “adecuadas” a la “ingobernabilidad”. ¿Simple coincidencia? En otras palabras, buena parte de los rebeldes de Libia actuaron en concordancia con los intereses imperialistas, y lo máximo a lo que aspirarán para su país es la implantación de una democracia Made in USA (burguesa), que por supuesto no favorecerá sino a una minoría. Quizá a largo plazo los privilegios tribales puedan ser desplazados, al menos de forma parcial, por los  privilegios de clase y nada más. ¡Vaya revolución social!

Más allá de que todos los pueblos del orbe han tenido el derecho histórico de rebelarse contra sus opresores internos y externos, no hay que confundir las verdaderas luchas sociales con aquellos movimientos o rebeliones planificadas por los grupos de poder, y en las que las masas a menudo han sido utilizadas como carne de cañón. En nuestra época, caracterizada por el replanteamiento del imperialismo capitalista ante los retos que le imponen ciertas limitaciones, como el posible agotamiento de algunos recursos naturales, una revolución social local, regional o global deberá ser netamente anticapitalista, sin intervención de ninguna potencia decadente o insurgente ni de las élites económicas, buscando  no sólo una auténtica transformación estructural, sino la preservación de la vida tal como la conocemos. En este sentido consideramos que lo sucedido en Libia y otros países árabes no puede calificarse sino como una seudorevolución Made in USA; al menos eso es lo que percibimos hasta el momento en que fueron escritas estas líneas.