El autocontrol emocional en la etiqueta social
Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Los sucesivos “lapsus” del presidente del Congreso de la República propician analizar el autocontrol personal y su relación con las elementales normas de etiqueta social. Aristóteles, el filosofo y científico de la antigua Grecia, aseveró en su obra “Ética a Nicómano”: “Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la forma correcta, eso no es fácil”.
Las prácticas de Daniel Abugattás, tan satanizado en las últimas semanas, reflejan sin ambigüedades la conducta de más de un empresario, artista e incluso padre de familia. La única diferencia se encuentra en que la deplorable actitud del titular del Poder Legislativo trasciende y, además, es percibida en tiempo real por la ciudadanía. Aunque la presión de la vida diaria, la falta de óptimos componentes emocionales, un deficiente adiestramiento individual, entre otros factores, influyen en este “estilo” agresivo que, con mayor frecuencia, vemos a nuestro alrededor y en todos los campos de la actividad humana.
Los líderes de opinión constituyen referentes para la sociedad y deben de esmerarse por exhibir una actuación ejemplarizadora con la finalidad de influir y moldear, de manera positiva, el obrar de su colectividad. Por esta razón, a los comunicadores, maestros, políticos, etc. les corresponde percatarse de las implicancias de sus gestos y proyectar un perfíl positivo concordante con su nivel de ascendencia.
En este contexto, reitero lo contenido en mi artículo “La tolerancia en la etiqueta”: “…Siempre he considerado, a la luz de mi experiencia vivencial, que las circunstancias tensas, discrepantes y de confrontación nos facilitan conocer —en su real dimensión— la capacidad de autocontrol, paciencia y formación de las personas más allá de apariencias. El ejercicio de la etiqueta social, tal como lo hemos indicado en anteriores artículos, está acompañado de la empatía, la autoestima y, por cierto, de mecanismos internos de consideración que fluyan de manera inequívoca y natural en todo tiempo, circunstancia y lugar”.
Hablemos del autocontrol. Es un concepto referido al dominio de los propios impulsos y reacciones y, por cierto, supone la aplicación de técnicas de relajación. Conlleva la capacidad consciente de regular las presiones —de forma voluntaria— para alcanzar un alto equilibrio individual, manejar las emociones y moderar el proceder. Es una herramienta que permite, en momentos de crisis, distinguir entre lo más importante (aquello que perdurará) y lo que no es tan relevante (lo pasajero).
Los especialistas recomiendan no forzar el cuerpo ni la mente. Cuando un sujeto está sereno y descansado se encuentra en mejores condiciones para enfrentar las dificultades. Por otra parte, se necesita del diálogo tranquilo a fin de evitar que la confrontación derive en situaciones de violencia emocional o física.
El autocontrol y la urbanidad aseguran una convivencia saludable entre los individuos. Las situaciones álgidas representan una oportunidad para evaluar nuestra resistencia y sensibilidad. Este aspecto debe analizarse, con especial detenimiento, cuando el quehacer laboral somete a la persona a escenarios de conflicto y, por lo tanto, su respuesta afecta el trato con sus compañeros de trabajo y público externo.
Conozco profesionales que al alterarse y perder la compostura se refugian diciendo “yo soy así”, “así hablo cuando me sale el indio”, “eso hace ponerme de esta manera”, etc. Existen mil excusas para intentar justificar la ausencia de autocontrol y, consecuentemente, de educación en un instante de adversidad. Al tener estos dos pilares sólidamente interiorizados (autocontrol y urbanidad), no hay “pretexto” para asumir posiciones hostiles y perder la estabilidad interior. Claro que existen excepciones, pues somos seres humanos.
Tengo un recuerdo ilustrativo para contar. Hace algunos años acudí a un restaurant en Miraflores en compañía de una enamorada. Cada vez que salíamos se esforzaba en encontrar deficiencias en la atención recibida y empleaba su disconformidad para pelear con el mozo. Finalmente, fuimos a un establecimiento en el que me encantó el modo afable con que resolvieron sus diversas “observaciones”. Ella esperó una confrontación que, para mi tranquilidad, no sucedió. La ilusión de compartir un momento placentero se perturbó “gracias” al protagonismo de quien —al igual que muchos— cree que reclamar significa agredir, agraviar y obviar la prudencia.
La cortesía y buenas formas permiten habitar en armonía. Sin darse cuenta, puede arruinar la agradable imagen edificada —con bastante empeño— por una acción equivocada que muestra su deficiente inteligencia emocional e incapacidad para encausar sus vicisitudes. Los apremios cotidianos obligan ha desarrollar sistemas intrínsecos con el afán de no desdibujar la favorable percepción que el entorno tiene de usted y respetar a sus semejantes. Por último, quiero evocar las palabras del prestigioso escritor español Noel Clarasó: “Tratar de mejorarse a sí mismo es empresa que suele dar mejor resultado que tratar de mejorar a los demás”.
(*) Docente, conferencista, periodista, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/