Por: Jaime Salinas
Con el respeto que merecen todos aquellos a los que les gustan las corridas de toros, quiero contar el porqué después de ser un aficionado por muchos años he cambiado de parecer y hoy siento que son, en pleno siglo veintiuno y en un mundo convulsionado como en el que vivimos, una innecesaria muestra de crueldad y violencia propias de otra época.
Empecé a ir a la Plaza de Acho a los 14 años y compartí muchas tardes con grandes entendidos del toro como mis buenos amigos Julio Suito y Baldomero Cáceres, entre otros. Desde entonces quedé enganchado al espectáculo, ya que a través de sus comentarios aprendí a conocer este difícil y arriesgado mundo. Es cierto que una gran mayoría de los que acuden a verlo son personas atraídas por la veleidad que conlleva esta fiesta, pero a los aficionados que sí viven y entienden el mundo taurino con pasión hay que respetarlos.
Sin embargo pienso que hay que evolucionar y vivir acorde con los tiempos por lo que he dejado de ir a los toros. Tal vez me he sensibilizado y hoy siento pena por el toro, siento que ese valor que expresan los toreros no se puede anteponer al justo equilibrio de la naturaleza y me atrevo a predecir que así como en Barcelona las corridas de toros han sido prohibidas lo mismo sucederá en muchos otros lugares, para descontento de las minorías que desean preservarlas, pero más en consonancia con las mayorías que buscan vivir en un mundo más evolucionado, más pacífico y más ecológico.
La Razón, 10-08-2012