Por Gustavo EspinozaA M. (*)
César Vallejo aludió en “España, aparta de mi este cáliz” a Pedro y sus dos muertes. En nuestro tiempo, podríamos hablar de Alex González y sus dos muertes. Y es que este modesto poblador jaujino, en efecto, cayó abatido en su suelo durante un enfrentamiento entre los pobladores y la policía y luego, su cadáver fue lanzado a las aguas del Mantaro para que su deceso no fuera atribuido a los uniformados. Como el personaje del poeta, Alex tuvo así dos muertes. Por bala, y por ahogamiento. Y todo esto ocurrió en el Perú de nuestro tiempo cuando existe una proclamada voluntad de superar la confrontación social sin violencia.
Cuando en el mes de julio fue abatido el Gabinete Valdez y asumió la conducción del equipo de gobierno un nuevo núcleo de gestión liderado por el entonces titular de Justicia, Juan Jiménez Mayor, las autoridades anunciaron una nueva política. “En lugar de la confrontación, el diálogo” dijeron, asegurando que no habría un muerto más en las protestas sociales ya que estas se manejarían con un criterio distinto y con la mayor solvencia. Han pasado casi 45 días de estas declaraciones, pero la cultura de la muerte sigue cosechando victimas en el Perú de hoy. Hace muy poco, tres campesinos dedicados al cultivo de la hoja de coca, fueron abatidos en la selva central -el Valle del Monzón- en lo que los grandes medios de comunicación llamaron “un confuso incidente”, frase con la que se suele ocultar un asesinato cuando éste es cometido por efectivos policiales o militares en una región agreste del país.
El hecho fue producto de un operativo destinado a barrer los sembríos de la hoja de coca, en la línea de trabajo que ha impuesto la DEA a nuestras autoridades institucionales. Así, a partir del uso de armas de fuego contra indefensas poblaciones a las que se adjudican sembríos de coca que no necesariamente se convierten en pozo de maceración de PBC, se doblega a poblaciones enteras en acciones que lindan con el pillaje y la destrucción. Igual, por cierto, operan los defoliadores que atacan a los campesinos, unas veces con armas de fuego, y otras con bombas incendiarias parecidas al Napalm.
La versión oficial de los hechos mantuvo la tesis de un enfrentamiento en el que efectivos policiales, fueron atacados por los cocaleros que resistieron la erradicación de cultivos prevista por las entidades zonales. Sin embargo, los hechos ocurrieron en una zona que no estaba originalmente señalada para ese operativo, y los muertos no fueron uniformados, sino civiles luego identificados por sus familiares, y enterrados por la población entera en medio de profundas expresiones de pesar.
Las cosas no quedaron allí. El jueves 30, mientras una parte de la población capitalina se dedicaba a cultos religiosos ocurrieron hechos sangrientos en Jauja, en la región Junín. Un muerto -Alex González- más de 40 heridos varios de ellos de bala y 20 personas detenidos, fue el saldo de un enfrentamiento entre la policía y los pobladores. Esto aconteció en el segundo día de un paro decretado por la población de Jauja con motivo de un complejo problema derivado de la construcción de un aeropuerto.
En Jauja existe actualmente un aeropuerto -el Francisco Calep- que acusa dificultades y problemas de orden material vinculadas a su ubicación geográfica y a la naturaleza de su suelo, razón que ha parecido suficiente para que el gobierno regional de Junín -bajo la dirección de Vladimir Cerrón, un hombre de ideas progresistas satanizado por la prensa reaccionaria- opte por solicitar la construcción de otro, situado en la localidad de Orcotuna, a poca distancia de Huancayo, la capital de la región. La población de Jauja, inquietada por su alcalde y otras autoridades ex aliadas de Cerrón, calificaron la actitud del gobierno de Junín como una “traición” a los intereses de Jauja y llamaron a la movilización activa de la población contra este proyecto que ya ha sido sometido a consideración y estudio del gobierno central. Obviamente la población demanda que los recursos previstos para la construcción del nuevo aeropuerto, se destinen más bien a rehabilitar y modernizar el actualmente existente para colocarlo en condición operativa.
Si bien el primer día del Paro -el miércoles 29- transcurrió en tensa calma, el segundo derivó en enfrentamientos cuando los pobladores resolvieron bloquear la carretera central para llamar la atención de los medios. La represión no se hizo esperar. La primera víctima fue Alex, de 36 años. Su deceso tuvo una particularidad: la policía capturó su cadáver y lo arrojó al río Mantaro para que no fuera encontrado. Luego, fue dado por desaparecido. Pero como la mentira siempre tiene las piernas cortas, el cuerpo de González fue hallado en un islote del río. Cuando sus familiares optaron por velarlo, se congregó una apreciable multitud ciudadana contra la cual la policía lanzó bombas lacrimógenas en pleno oficio religioso, concitado el rechazo incluso de la Iglesia local.
Las manifestaciones de protesta de la población se extendieron y fueron esta vez encabezadas por el alcalde de Jauja, Sabino Mayor y otras autoridades, incluyendo religiosas. Aunque el ministro del Interior lamentó el desenlace del conflicto, no condenó el hecho sino lo atribuyó a “desmanes” impulsados por la población civil. Hay sin embargo quienes consideran que la principal responsabilidad de lo ocurrido bien puede recaer en el Jefe de la Policía Nacional quien dio las órdenes de acción, el general Raúl Salazar que ha sido señalado ya como arbitrario y abusivo por los pobladores. Así, Jauja subió a 19 el número de víctimas desde el inicio del gobierno del Presidente Humala. Y colocó al régimen ante un nuevo reto: superar la cultura de la muerte que parece haberse instalado una vez más en nuestro suelo.
Ella, por cierto, constituye un derivado de los años de violencia. Y se expresa en un constante enfrentamiento entre peruanos y en la elevación constante de los niveles de pugna que afloran en nuestra sociedad. De alguna manera -hace ya muchos años- se refirió a ese fenómeno una de las figuras más claras de nuestra Independencia -José Faustino Sánchez Carrión- que lamentó la falta de tolerancia existente entre los peruanos: “Vivimos bajo unas mismas leyes, respiramos un aire idéntico, nuestras habitudes son conformes; y, no obstante, llegando al término comparativo de hechos o palabras, parecemos habitantes de diversos climas, y no nos conocemos”
Este ambiente genera rivalidades que podrían ser inexplicables en otras circunstancias, pero que en nuestro caso toman consistencia peligrosa: la pugna entre Huancayo y Jauja tiene ese carácter y debiera ser cuidadosamente evaluada por las autoridades en todos los niveles para evitar conflictos de mayor cuantía. Cuando quienes gobierno -en el plano nacional o local- no se ponen en la situación de los pueblos y por ello ignoran su realidad, suelen ocurrir conflictos que pasan a mayores y que ponen en riesgo la estabilidad del país en su conjunto.
El Presidente del Gobierno Regional Vladimir Cerrón ha adjudicado al conflicto un originen artificial, y lo ha atribuido a oscuros y politiqueros intereses subalternos. Es posible que en la base de este tema se incuben rivalidades de ese orden; pero sería un error usar el fenómeno con la idea de descalificar los hechos. Si algunos provocadores fueron capaces de generar niveles de confrontación muy altos, es porque en la base social no existe resistencia alguna y porque las fuerzas encaradas de canalizar legítimamente las inquietudes ciudadanas, se dedican a otros menesteres, y no a su verdadera y auténtica responsabilidad. Por lo demás, hay siempre que reconocer que en una provocación asoman dos factores que pueden ser aislados entre o si, o complementarios: la acción de elementos disolventes que incitan la violencia, y el comportamiento de quienes -teniendo el monopolio de la fuerza- hacen uso de ella con ánimo asesino.
Hoy, el gobierno dio marcha atrás y dejó sin efecto el proyecto de una nueva estación aérea. Pero eso no devolverá la vida a Alex ni la tranquilidad al pueblo. Si de verdad queremos que se superen estos conflictos y que no terminen las demandas sociales en baños de sangre, debemos ser capaces de construir una conciencia social muy firme y definida. Y asegurar que ella sea fuerte como una roca, capaz de resistir los más variados embates.
En un país como el nuestro en el que el Poder Judicial exculpa a los asesinos de Colina por delitos de lesa humanidad y declara inocente a Vladimiro Montesinos implicado en el caso del avión presidencial de Fujimori cargado con 170 Kilos de Cocaína y que la Fiscalía excluye a Mercedes Cabanillas del proceso de Bagua; es posible esperar muchos desaciertos e impudicias. Pero hay que generar un clima, que las coloque en el nivel social de repudiables.
Vencer la cultura de la muerte, es una tarea de primera magnitud en la lucha de hoy. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe