Manuel Prado |
Por Gustavo Espinoza M. (*)
Suele atribuirse al Presidente Manuel Prado —la figura política más caracterizada de los banqueros en los años del fulgor oligárquico— la idea que en el Perú existen tan sólo dos clases de problemas: unos, que se resuelven solos; y otros, que no se resuelven nunca.
Aun faltan algunos días para concluir el difícil año 2012 en el país de los Incas, pero salvo imponderables que pueden esperarse, lo previsible es que culmine este periodo cronológico de la vida nacional sin sorpresas mayores. Entre los problemas que se resolvieron solos y aquellos que aún no se han resuelto y tal vez no se resuelvan tampoco más adelante, las aguas se han ido aquietando.
Lentamente se han ido acomodando las fuerzas hasta forjarse un escenario en cierto modo tranquilo, en el que la confrontación social se ha atenuado y las fuerzas actuantes en política han alcanzado un cierto nivel de tolerancia mutua. Incluso los núcleos más radicales —como la Mafia Fujimorista— parece haberse adormilado, y atenuado su belicosidad, pensando, tal vez, que su silencio pueda coadyuvar mejor al indulto anhelado por su conductor y líder.
Tan sólo un sector del APRA ha mostrado cierta beligerancia pero por un asunto menor: la colocación del busto de Pedro Huilca en una plaza que -ridículamente- considera que “le pertenece” porque en ella fue situada hace algunos años, una estatua de Haya de la Torre.
Las encuestas confirman la tendencia. Las más recientes elevan en varios puntos el nivel de aceptación presidencial que bordea hoy el 50%, al tiempo que registran una saludable recuperación en el estimado de la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, que habrá de afrontar un reto complicado: la consulta revocatoria fijada para el próximo 17 de marzo. Podría considerase, entonces que los vientos de fronda lucen relegados y que las cosas marchan por los caminos de la normalidad. No es tanto así. Y es que -como decía Pablo Neruda- bajo la tierra “un nuevo río corre, profundo y poderoso”
Si queremos hacer una breve reseña de la historia vivida en el Perú en los últimos doce meses, hay que recordar que el año se inició alzado con el conflicto de Conga, en la región minera de Cajamarca. Allí fue posible descubrir ricos yacimientos de oro en la sima de las lagunas. Y la voracidad de las empresas no halló otra lógica que secarlas para apoderarse del mineral.
Esto —como se recuerda—. soliviantó no sólo a la población local, sino que concitó un extendido reclamo ciudadano a lo largo y ancho del país.
Como suelen decir los expertos, finalmente el tema quedó en “stand by”, aunque es público que las empresas empeñadas en el tema le van sacando la vuelta a todos, y siguen su tarea con sigilo, cuando no con la complicidad de ciertas autoridades.
Lo previsible es que Conga se vuelva a poner en la orden del día de los peruanos en el transcurso del año que se inicia. No sólo porque vencen plazos, sino sobre todo porque los dueños del capital no pueden seguir trabajando “por lo bajo” tanto tiempo. Ya hoy se sabe que lo hacen. Y se denuncia. Pero mañana la noticia se convertirá en escándalo, que ni el gobierno podrá explicar.
Es en este tema de Conga que puede apreciarse el estilo de gestión del Presidente Humala.
Líder de un gobierno relativamente precario, el Jefe del Estado se ha convertido en un experto en el manejo de conflictos, pero no por abordarlos, ni por resolverlos, sino más bien por eludirlos. Se agacha, se pone de costado, mira en otra dirección, esquiva las preguntas, desliza una sonrisa, elude las respuestas, formula una excusa y, en el extremo, esconde lo que piensa en un mensaje de Twitter que su esposa Nadine maneja con inusitada destreza.
En el fondo, practica lo que los expertos llaman “la política del silencio”, que en el Perú cae bien después de dos gobiernos —Toledo y García— tan inconsistentes como bullangueros.
El conflicto de Conga refleja una suma de otros problemas: defensa del medio ambiente, manejo de la ecología, uso de los recursos energéticos, proyectos de desarrollo, alivio a la pobreza; pero también configura un conjunto de temas que nunca se han abordado con seriedad en el país: la relación entre el Poder Central y las regiones, por ejemplo; o el vínculo entre las autoridades y la población, si se quiere. Pero por donde se le mire, se trata de un conflicto potencialmente explosivo que bien podría estar en el centro de nuestras preocupaciones en los próximos doce meses.
La problemática social también asoma en el escenario. En el transcurso del 2012 hubo importantes conflictos, como la huelga de los Maestros —por etapas— y la lucha de los médicos y de los trabajadores de la salud. Pero también las huelgas en el Poder Judicial y en el sistema penitenciario.
Algún distraído podría suponer que al abordar estos items, se ha puesto el dedo en la llaga, ya que —en efecto— la educación, la salud y la justicia se sitúan en el centro del drama nacional; pero no. Estos reclamos no han tenido que ver con las preocupaciones del país, sino con los salarios de los que laboran allí. Y, claro, no se han resuelto tampoco, de modo que este año se pondrán nuevamente en la agenda social.
Pero hay otros de la misma agenda que no se han tocado: la Ley General del Trabajo, o la de Negociación Colectiva, han permanecido como herencias de un pasado oprobioso en el que la “desregularización” de las relaciones de trabajo convirtió el escenario en una suerte de terreno baldío en el que lo único que se impone, es la ley del más fuerte. En la materia, a lo largo de toda su gestión, las autoridades pueden mostrar un record: cero balas, cero puntos
El Ministerio del Trabajo, en 17 meses de gestión gubernativa ha servido para lo que Sofocleto decía que servía un tacho de basura en el Perú: para echar la basura en torno a él. Y nada más.
La crecimiento de la espiral de la violencia, los conflictos del VRAE —hoy llamado VRAEM, Mantaro incluido— el “renacer” del terrorismo y la actividad del MOVADEF, pusieron en el centro de la atención de los peruanos un asunto más bien delicado: la seguridad ciudadana. Y para protegerla asomaron como tenazas de un mismo escorpión la injerencia yanqui y la legislación represiva.
Las expresiones de lo primero, fueron múltiples: la instalación de 7 bases militares con presencia norteamericana en nuestro suelo, el incremento del narcotráfico y su secuela de sicariato y de crimen; y las incontables visitas de personalidades del Staff yanqui que acudieron a nuestra capital para asegurarle al Presidente Humala que Hugo Chávez es un malvado, y que en Washington él encontrará mejores amigos.
En cuanto a lo segundo, la cosa no queda en pequeño: propuestas como la llamada “ley del negacionismo” podría convertir en eventuales reos a cualquiera de los que escribimos en torno al terrorismo. Porque asegurar que una determinada acción no fue obra de Sendero, sino hecha por agentes del Estado, y otros; podría convertir nuestra vida en un infierno. Pero hay más: hablar del Marxismo-Leninismo o de la Lucha de Clases, bien podría ameritar un juicio por “apología del terrorismo” por obra y gracia del Procurador Galindo, como en los mejores años del chinito de la yuca.
Y es que en el Perú se persiste en la errática idea que Sendero Luminoso es un Partido Político, que tiene una Ideología, un Programa de Lucha y un Ideal Socialista. Premisas todas que bien pueden servir para encarcelar a la mitad de los peruanos en el 2013.
Hay entonces caldo de cultivo para potenciales explosiones. Y ellas podrían ocurrir en el año que se inicia si se confirman tres amenazas puntuales:
Si se persiste en la idea de que los conflictos sociales y el orden público se resuelven con prácticas represivas, legislación punitiva y disposiciones administrativas; si se sigue creyendo en la buena voluntad de la Casa Blanca para “ayudar al Perú” y si se ignora la voz del pueblo que exige cambios.
Por de pronto, es posible ver que —por lo menos en el Perú— la historia se repite, y que aquí no alcanzamos a comprender las lecciones del pasado. Pareciera tener razón, por cierto Iñaki Egaña, el novelista español de la Guerra Civil, cuando afirma que “los humanos son capaces de negar la realidad que tienen frente a sus ojos, con la ilusión que, de esa forma, desaparezca de sus vidas”
Ni ilusos ni desmemoriados, los peruanos tenemos el deber de hacer honor a nuestra historia (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe