Por Antonio Saugar*
Más que un confesor o un asesor que guía y aconseja al parroquiano, el camarero es la vía de escape de quien se siente incomprendido por los suyos. Se convierte en el muro de las lamentaciones de sus clientes, que no tienen reparos en abrir su intimidad a la persona que, aunque no le comprenda, al menos sí le escucha. Y lo que es más importante: que sabrá disimular y mantener la discreción cuando el cliente regrese acompañado por otras personas de su entorno laboral o familiar.
Otro personaje histórico o tradicional en saber escuchar es el taxista que, a la vez, es confesor y confesado. En este doble papel, por un lado atiende a las críticas que sus clientes hacen de sus jefes, las lamentaciones sobre sus vidas, los problemas en casa...
Pero el taxista también se confiesa con quienes montan en su coche: les cuenta lo poco que gana, lo mal que está el tráfico, cómo le afecta la crisis, la falta de clientes, o el negro futuro que le espera a su profesión. Temas que se repiten aunque los taxistas sean de distintas ciudades.
Pero lo que más le suele interesar al taxista es la política, especialmente para concluir que todos los partidos son iguales y para arremeter contra el Gobierno de turno. Todos ellos tienen la culpa de lo que está pasando. Con esta afirmación es difícil saber de qué pie político cojea, lo que pone al cliente a la defensiva y opta por seguirle la corriente.
En situación parecida se encuentra el conductor de un coche en el que viaja un alto directivo de empresa o un político. ¿Cuánto se pagaría por conocer lo que escucha cada día, o por saber a qué lugares lleva a su jefe? Conversaciones telefónicas, secretos de empresa, proyectos políticos, ceses ministeriales... Sin querer se convierten en confesores de sus jefes. Bajo su traje se guardan secretos de incalculable valor.
Cuando se enfrentan a la cercana muerte de un familiar, debido a una enfermedad, algunas personas tratan de no comentar el tema ante conocidos que ya han pasado por esa situación poco tiempo antes. Se cierran en sí mismos con comentarios del tipo: “No quiero hacerte recordar lo que pasó con tu padre”. La buena intención con la que actúan se vuelve contra ellos al no poder soltar lo que llevan dentro, al no liberar esos sentimientos y sufrimiento. Pero, además, no se dan cuentan de que contar su situación a quienes ya han pasado por lo mismo sirve a estos últimos de válvula de escape para expulsar sentimientos negativos y para, con sus consejos a los que viven ahora lo que ellos vivieron, sentirse útiles para poder llevar lo más serenamente posible esa situación.
Hay personas dispuestas a escuchar a los demás sin que, al menos teóricamente, les guíe un interés extraño por saber los secretos de los otros. Suelen ser personas que destacan por su discreción Lo normal es que las otras personas acudan a estos “confesores profesionales” porque necesitan algún consejo.
Hay intimidades que, aparentemente, son secretos pero que la práctica demuestra que no es así. El escenario típico: una comida o cena en grupo en la que todos los asistentes conocen una serie de informaciones que ponen en conocimiento de los demás. Suelen ser antiguos amoríos, entresijos empresariales o las típicas batallas y anécdotas. En definitiva: secretos a voces. La mayoría de lo que se comenta es conocido por muchos de los comensales.
Anécdotas del pasado, problemas con las parejas en escenarios, variados: una comida, la barra de un bar, un viaje en tren o avión... Cualquier momento puede ser bueno para abrirse a los demás y compartir sentimientos o intimidades. En muchas ocasiones, abrirse a los demás puede ser una verdadera liberación. “Contar” se convierte en terapia de muchos.
*Periodista
http://www.telefonodelaesperanza.org
Centro de Colaboraciones Solidarias