Por José Carlos García Fajardo*
Corría por España un chascarrillo cuando Manuel Fraga llegó al ministerio de Información y Turismo: “¡Claro que hay libertad de prensa! Uno puede ir a un kiosco y comprar ABC, Arriba, Alcázar, Ya, Pueblo y muchos otros”.
Como la gente no sabe lo que le conviene, viven en perpetua minoría de edad y el Estado asume la imperiosa carga de formarlos y de perseguir toda basura in-formativa que pueda desviarlos en su marcha hacia ideales de Dios, Patria y Trabajo. Para eso estaban la enseñanza, hasta en las universidades, de la Formación del Espíritu Nacional, de la única Religión verdadera y de la Educación Física como corresponde al Frente de Juventudes cuyos ideales están en el haz y en las flechas que forman en el cielo las estrellas.
Así, durante más de 40 años… que venían a enlazar con los siglos anteriores a la república “ateo-judeo-comunista-masónica” implantada por los enemigos de Dios, España y la Familia cristiana. Todavía muchos caminan conmovidos y espoleados por mitos que son tanto más fuertes cuanto menos se reconocen como eso, como mitos, producto del miedo y de los delirios que ofrecen tranquilidad, aunque ésta provenga de tranca. No hay más que atender a ciertos resultados electorales, a las obsesivas represiones en moral sexual, en la enseñanza, y en privilegios a instituciones o movimientos que no son precisamente democráticos.
Pero no han pasado docenas de miles de días en vano desde la muerte física del caudillo. Si no hubiéramos avanzado, ya hubiéramos desaparecido como pueblos y como ciudadanos, o nos habríamos cortado las venas en vertical o explotado en un estallido social en cuyos márgenes caóticos nos sentimos enfangados.
No nos sirven las revoluciones de Cromwell, Norteamericana, Francesa, la toma del Palacio de Invierno o las de Pekín. Ahora no vamos tras un partido, una ideología, una creencia, un líder o una Nueva Sociedad encarnados en un “salva-patrias” o en cruzada alguna, porque ya sabemos que el sepulcro está vacío.
Pero las personas, las comunidades y los pueblos no pueden soportar saberse sin sentido, porque aunque la vida no tuviera sentido tiene que tener sentido vivir, aquí y ahora. Se han encendido las alarmas, crujen los abismos y se temen tsunamis. Es una especie de “Estado de sitio” cuya guardia nos ha sido encomendada por los poderes opacos a nosotros mismos, envueltos en nuestros miedos. Miedo a pensar, a sabernos, a hablar, a sentirnos, a llorar, a abrazarnos o a ponernos de una vez en marcha, al ritmo de nuestras pisadas y sin más horizontes que reconocernos humanos, justos y solidarios… sin más patrias ni banderas ni himnos ni dioses ni señores que nosotros mismos en unas sociedades conformadas por la vida, la libertad, la justicia y el derecho a la dignidad.
Que no la puede conceder nadie sino que es el reconocimiento que uno se hace a sí mismo.
“Levantaos esclavos porque tenéis patria”, se dijo retóricamente, “no tenéis nada que perder más que las cadenas. En la sociedad de las redes sociales, de la comunicación instantánea, en los espacios sin fronteras, con la posibilidad de análisis sin prejuicios ni cortapisas, sin dogmas ni supersticiones, sin tradiciones anacrónicas, sin más necesidad de cielos, de providencias ni de infiernos que la responsabilidad de hacer sencillamente lo que tenemos que hacer; de ser nosotros mismos, que eso significa la búsqueda de la felicidad como derecho inalienable.
Millones de seres humanos han percibido los límites del “desarrollo” económico, de un medio ambiente devastado, de la explosión demográfica, de entramados financieros y económicos, no elegidos democráticamente y borrachos de un poder imposible de saciar. No estamos dispuestos a seguir como piara de cerdos al matadero.
Hasta aquí hemos llegado. Por eso hablamos, nos comunicamos y participamos porque otra sociedad es posible, más justa y más humana porque es necesaria. Todo lo auténticamente necesario tiene que ser posible y realizable.
El deber de informar y la libertad de escribir nos mueven. O vivimos de tal modo que nuestro obrar pueda ser modelo de un obrar general, o pereceremos. Unamuno nos urgía a ponernos en marcha para ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote, secuestrado por bachilleres, duques, curas y barberos. El sepulcro está vacío.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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Twitter: @CCS_Solidarios