caprile chavezPor Eduardo González Viaña
 
Hace cinco años, Melissa Patiño, una colegiala de Lima, escribió un poemario sobre Simón Bolívar. Su admiración por el fundador de nuestra libertad le valió ser invitada a un encuentro bolivariano que se celebraba en Quito, Ecuador.

 
Cantando y conversando con otros chiquillos de su edad, Melissa regresaba al Perú en un ómnibus que debía llevarla hasta Lima. Sin embargo, en la frontera de Aguas Verdes el vehículo fue detenido por un grupo de individuos que se identificaron como miembros de alguna policía política. La chica fue prácticamente secuestrada.
 
La pasaron a otro vehículo. La esposaron. En esa condición, le tomaron decenas de fotografías y la ofrecieron a las cámaras de televisión. De allí, fue directamente internada en el penal de alta seguridad de Santa Mónica.
 
El gobierno de Alan García justificó esa barbaridad aduciendo que la niña había participado en una reunión de terroristas en Quito.
 
Se olvidó decir que la cita era abierta y pública, y en ella participaban grupos juveniles de Venezuela, Uruguay, Brasil, Argentina, Cuba, Ecuador y Perú. Ninguno de los participantes de los otros países fue molestado en absoluto por la policía.
 
Es más, el referido encuentro era un homenaje internacional a la imagen de Simón Bolívar y a su mensaje de unidad latinoamericana. El gobierno de García no disimulaba para ese entonces su profunda animadversión contra él libertador de cinco países a quien “sotto voce” se calificaba de terrorista del siglo XIX.
 
En Estados Unidos, me enteré de eso. Al lado de noticias sobre mujeres a quienes los talibanes prohibían ir al colegio, destacaba esta historia llegada del Perú. El filósofo Noam Chomsky y otras personalidades del mundo protestaban. El gobierno de Lima ofrecía al mundo una lastimosa imagen de nuestro país. Su beligerancia contra Bolívar le impedía ver el ridículo que estaba haciendo.
 
Por supuesto que me indignó, pero al mismo tiempo me alegró saber que Bolívar y sus sueños seguían vivos y sublevantes en pleno siglo XXI.
 
Esta semana llega al Perú, para recaudar apoyo contra la estabilidad democrática de su país, Henrique Capriles, candidato derrotado en las recientes elecciones de Venezuela.
 
Lo increíble es que, según las noticias, al lado de un “Comando Simón Bolívar Exterior", le prestará masas y rollos el ex presidente Alan García quien, al parecer, de súbito se ha convertido en bolivariano.
 
Si usted está leyendo este artículo en el Internet le ruego que entre en las páginas de “el país.es” y compruebe que, tanto en este momento como ayer, antes de ayer, la semana pasada y la próxima, la primera plana del periódico español está dedicada a un ataque permanente contra el país de Simón Bolívar. Pasa lo mismo con otros grandes medios internacionales de comunicación.
 
Esta campaña es idéntica a la que se ensayó contra Irak. No había armas de destrucción masiva allí ni el gobierno tenía nada que ver con las malditas bestias del 11 septiembre, pero esas acusaciones fueron las justificaciones de una invasión y un genocidio.
 
Bolívar era un soñador inmoderado. Sólo podía despertar adhesiones u odios permanentes. Por eso es eterno, y dura hasta el siglo XXI el odio de los que secuestraron a Melissa Patiño.
 
En En 1823, Manuelita Sáenz escribió una carta a su esposo dándole las razones por las cuales se había ido con Bolívar. A cambio, le ofrecía casarse de nuevo con él en el cielo. "En la patria celestial, pasaremos una vida angélica y toda espiritual…  a la inglesa”, le prometía. Nada de eso podía ocurrirle con el libertador. Ni pasará lo mismo con sus detractores. Serán unos centímetros de odio en los libros de historia, y nada más.
 
Mister Capriles: mírese en ese espejo. Usted no es Simón Bolívar. Ni se le parece.