Por Eduardo González Viaña

“Que viva mi comandante Sánchez Cerro

 el que nunca tuvo miedo…”

Así rezaba la inscripción que algún simpatizante del dictador había pintado sobre una pared colindante a la universidad de San Marcos. Al día siguiente, un estudiante agregó la frase:

“…porque nunca dio examen.”

La gente creía iletrado al entonces  jefe de estado por su estilo expeditivo de acabar con cualquier disidencia. Cinco mil fusilados en Trujillo acreditaban ese juicio.

No mancha el prestigio del general Daniel Mora ninguna acusación semejante. Sin embargo, en las últimas semanas ha lanzado tantos exabruptos contra la universidad peruana que todos los que hemos pasado por ella tenemos la sensación de que el jefe de la Comisión de Educación del Congreso no conoce por dentro universidad alguna. O tal vez, como dijo el burlón, “nunca dio examen”.

La ley universitaria que se cocina tiene un loable propósito, pero ofrece una “solución” tan brutal como la suma de todos sus problemas. Se propone claramente una intervención, una invasión del Estado en la academia.

La superintendencia nacional de educación universitaria que se gesta en el congreso estaría integrada en su mayoría por personas y organismos extraños al quehacer académico. Además, su estructura la erige en un alfil de fácil manejo por el gobierno de turno. Cualquier mandón podrá poner allí a su portátil para administrar nuestra toda nuestra educación superior.

El frankenstein que se está creando tendría potestades para nombrar, regular, coordinar, fiscalizar, autorizar o cerrar universidades, facultades, escuelas, postgrados, programas y diplomados.

Para justificar su creación, Mora ha llenado de improperios a los rectores y a los estudiantes y, por fin, no ha vacilado en calificar nuestros centros de estudios de “universidades chicha”

Nadie duda de que nuestras universidades estén en problemas. A ellas no les ha alcanzado, además, la euforia de riqueza que, en otros campos, vive el país. Más aún, la propia Asociación Nacional de Rectores ha presentado en su oportunidad un proyecto de ley universitaria.

Sin embargo, el general Mora grita con estridencia que su ley “será aprobada pese a quien le pese”. Y esto sí es peligroso porque huele a espíritu castrense: “las órdenes del superior se cumplen sin dudas ni murmuraciones.” El general pasa por alto que en la vida civil las decisiones se discuten antes de ser aprobadas. Nadie puede pasar a caballazo porque la patria no es un establo ni mucho menos un cuartel.

Lo que puede crear una ley totalitaria e intervencionista- como la que se plantea-  es una universidad controlada que ofrezca títulos a los jóvenes que “no hagan política” ni se opongan al gobierno de turno. El humanismo, la filosofía, la literatura, la rebeldía de la aventura científica, todo eso queda excluido en ese tipo de autoritarismos, y por fin, los jóvenes son concebidos como alegres pollos de la granja o simpáticos chimpancés con celulares.

La doctrina es claramente vertical, totalitaria y antidemocrática. Si esta propuesta llega a convertirse en ley, sus autores le estarán creando al gobierno un peligroso frente en el que los jóvenes podrán liderar inmensas marejadas de rebeldía o de lucha por recuperar la democracia. Tal ha ocurrido en Chile, en Brasil y en diversos lugares del mundo.

Ojalá que nunca lleguen al Perú las supuestas primaveras de otros lados del mundo. Sólo traen sangre y devastación. La democracia de la que hasta ahora gozamos permitirá que solucionemos nuestros problemas en paz con el debate y discrepancia que forman parte de la democracia. Por su lado, el general Mora tendrá la oportunidad de asistir a la universidad y de dar todos sus exámenes.

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