Por Gustavo Espinoza M. (*)
El tema de la unidad de las fuerzas progresistas, y la necesidad de encontrar un camino que haga viable la transformación democrática de la sociedad peruana, se ha convertido en el leit motiv de comentaristas y críticos de los más diversos medios. Un perspicaz analista, se ha permitido, incluso, hurgar en el escenario de la izquierda para formular una idea: si se une ahora, podrá tener aspiraciones de gobierno y de poder ¡el 2026…!
¿Qué explica ese cálculo y a dónde conduce una predicción de ese tipo? Lo que habría que decir primero es que en política los acontecimientos no se miden por días, meses o años. Lo que no ocurre en diez años, puede suceder en muy poco tiempo.
Y es que muchas veces en periodos cortos se suman acontecimientos que remecen la conciencia de la gente y permiten que las cosas marchen en un ritmo imprevisto. Los pueblos aprenden, en determinadas circunstancias de la confrontación social, lo que no estuvieron en condiciones de entender en muchos años de oscura pasividad.
Las comunidades amazónicas de nuestro país, por ejemplo, aprendieron en muy pocas días —los de Bagua— lo que no habían percibido durante largos años. Y los pobladores de Cajamarca —en lucha en defensa de Conga— tuvieron conciencia de patria de manera directa en algunas semanas, cuando se empeñaron en la lucha por impedir que una rapaz empresa imperialista se llevara el agua y el oro del suelo y del subsuelo.
A la inversa, sucede también que los pueblos pueden pasar años virtualmente vegetando a la deriva, sin tener ni conciencia de clase ni experiencia de lucha. Y es que ambos elementos no anidan en la cabeza de las personas de una vez y para siempre. Aníbal Ponce decía, con excepcional perspicacia que así como se gana, así también se pierde la conciencia de clase, cuando las masas se dejan adormilar por la pasividad o se doblegan abatidas por el temor. Eso explica la paz de cementerios con la que alumbran las dictaduras más siniestras los escenarios que regentan.
El tema no es entonces el tiempo que transcurre entre un acontecimiento u otro de la vida de un país. Decimos esto porque estamos convencidos que lo fundamental, es la lucha. Es decir, la voluntad de las personas de enarbolar banderas y movilizarse activamente en procura de tornarlas victoriosas. Sin ella —que juega en buena medida el papel del Mito del que nos hablaba Sorel— no se avanza en el camino del desarrollo y el progreso.
Y es que es en la lucha, donde las masas hacen su verdadera experiencia de clase. Para decirlo en las palabras usadas por la CGTP de los años 70, un sol ganado en 10 días de huelga, tiene mucho más valor que diez soles arrancados en un “trato directo” o en una “mesa de diálogo”. Y es que nada reemplaza a la acción concreta de quienes se baten en defensa de su causa.
No obstante, el tema no es sólo la lucha. En otras palabras, no basta simplemente luchar. Es necesario saber por qué hacerlo. .
Esto obliga a elevar sustantivamente el nivel de la confrontación social. No se trata solo de acumular demandas inmediatas de orden salarial o reivindicativo “Un proletariado sin más ideal que la reducción de las horas de trabajo y el aumento de los centavos del salario, no será nunca capaz de una gran empresa histórica”, dijo Mariátegui en enero de 1927, cuando quiso diseñar las tareas esencial para ser discutidas en el II Congreso Obrero de Lima. Esta aseveración nos obliga a mirar la realidad.
Siendo muy importantes las demandas inmediatas de los trabajadores porque ellas vinculadas a su propia existencia; no resultan suficientes para cambiar el escenario de la confrontación. Y es que no se trata de asegurar la subsistencia de un régimen de explotación en el que sus víctimas “vivan mejor”; se trata de cambiar de raíz el sistema, para acabar con la explotación.
Y eso, sólo se podrá lograr cuando los trabajadores adquieran realmente conciencia de clase, es decir cuando tengan ante sus ojos la tarea de enfrentar a la clase dominante y al omnímodo poder que la amamanta. La lucha no es entonces sólo reivindicativa. Es de clases. Y no se alimenta de conflictos puntuales, sino de tareas estratégica vinculadas a la liberación nacional y social, es decir, al porvenir socialista de los pueblos. En este marco, la unidad de las fuerzas progresistas no es sólo un deber. También es un reto.
El escenario peruano actual está cargado de una rica agenda. No se trata sólo de la ley del Servicio Público. Ni siquiera de la ley universitaria que ha concitado la atención de jóvenes y de medios académicos. Además de estos ítems, subyacen en el escenario temas de la mayor envergadura, como la existencia de Mafias superpoderosas que trafican con la libertad de personas, los indultos, el régimen penitenciario y otros beneficios de orden carcelario; pero que también trafican con droga en todas sus modalidades, y que se benefician con el manejo de inmensas fortunas mal habidas.
Las denuncias en torno a estos hechos, involucran a personajes relacionados directamente con la más alta funciones del Poder: el ex dictador Alberto Fujimori y el ex Presidente Alan García e incluso al ex Presidente Toledo.
El primero, como se sabe, está empeñado en lograr a cualquier precio su libertad. No tiene conciencia de sus actos ni le importan. Se cree “inocente” de todos los latrocinios varios de los cuales fueron motivo de un encausamiento judicial que le ameritó una sentencia de 25 años que muchos juzgan benigna. Sus manos estuvieron manchadas de sangre por los crímenes cometidos por el grupo Colina y otros efectivos policiales y militares que obraron bajo el pretexto de “exterminar al terrorismo”; y sus arcas viajaron repletas constantemente para engordar depósitos bancarios, y aún barras de oro, en el exterior.
El segundo siguió objetivamente, el mismo derrotero tanto en el plano de la política de aniquilamiento de las poblaciones, como en el del saqueo de la hacienda pública. Casos específicos abundan en una y otra materia: La matanza de los Molinos, por ejemplo, entre los primeros; y el negocio de los Mirages, entre los segundos, para no añadir una larga lista de truhanerías que el país conoce. Hoy García —en la ruta de Fujimori— busca también eludir ostentosamente la acción de la justicia mediante argucias de orden supuestamente “legal”. Se ampara, para ese efecto, en un Habeas Corpus que podría permitirle gozar de la impunidad más absoluta.
Y el tercero, aunque enfrentó tímidamente a la Mafia fue siempre obediente servidor del Imperio y votó incluso contra Cuba en organismos internacionales.
No obstante, en la reciente acción de los trabajadores y los estudiantes —el pasado 4 de julio— no asoman condenas a operativos contra ellos o sus acciones. No se han quemado sus retratos, ni se les ha incinerado en ataúdes como les gusta hacer a ciertos “radicales” con sus adversarios. La indignación -real o manipulada- de los manifestantes se centró en el actual Presidente de la República, y no aludió para nada a los aviesos delincuentes que hoy buscan eludir la acción de la justicia.
Ocurre, sin embargo, que sobre el país está planteada la amenaza directa del retorno de las peores fuerzas a la conducción del Estado. Hoy Keiko Fujimori se siente más libre que nunca de coronar sus ambiciones presidenciales, sin rival a la vista. Y García se cree con el derecho de buscar una reelección perpetua ya que en materia conyugal su elección ha variado significativamente.
¿Pueden las masas que luchan en nuestro país, ser ajenas a este peligro? ¿Pueden no tener conciencia de la afrenta que se ciernen sobre la sociedad peruana? ¿Es posible que la Vanguardia que las comanda y orienta, oculte esta amenaza ante sus ojos? ¿Por qué lo haría?
Sabemos que el gobierno de los Estados Unidos —a través de la Agencia Central de Inteligencia— realiza sistemática acciones también en nuestra patria manipulando los resortes de nuestra sociedad. No lo hace sólo para enfrentar el terrorismo y el narcotráfico —como lo proclama— sino para perpetuar en el Poder a la costra oligárquica que le garantiza servilismo y sumisión. Y lo implementa en el mundo, porque actúa como poderoso e indiscutido gendarme, detentador de impunidad absoluta ¿Debe ser denunciado y enfrentado entonces “desde abajo” y a partir de los pueblos? ¿Será posible lograrlo? En todo caso, ese es un deber fundamental e irrenunciable. De lo que se haga o diga en la materia, dependerá el carácter de la lucha en el futuro.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe