por Raúl Wiener
El miércoles, el nacionalismo, humalismo u ollantismo, llámenle como quieran, se graduó como integrante de la clase política tradicional, con lo mejor de sus mañas y con la misma incapacidad para escuchar la voz de la calle y detenerse cuando todavía le quedaba tiempo. Ya había demostrado el presidente que él podía hacer con su victoria electoral lo que quisiese, cambiar su programa y sus alianzas, tan sólo porque tenía en sus manos hacerlo.
Pero el día de la repartija de cargos para el Tribunal Constitucional, Banco Central y Defensoría del Pueblo, lo que salió a flote es un elemento adicional que es el de la dictadura del número y el método de la componenda para imponer condiciones. Ya nada diferencia al nacionalismo de los otros partidos que antes repudiaba por coaligarse contra el pueblo.
Y de paso se puede decir que tampoco nada diferencia al toledismo de la dictadura que antes repudió con la que se alió para poner en la Defensoría a la persona con más cuestionamientos morales que se ha visto en una elección como esta; y al fujimorismo que hasta un golpe le hizo a la llamada “partidocracia”, para convertirse luego en aliado del APRA y el PPC, y ahora perdonarle a Ollanta el no indulto a cambio de dos asientos en el Tribunal Constitucional como los que tenía en los 90, cuando impulsó la destitución de los magistrados que estaban contra la re-reelección.
El caballazo de miércoles ha sido tan brutal que por primera vez en mucho tiempo los titulares de todos los diarios son convergentes en frases como “vergüenza”, “pacto miserable”, “indignación” y otros. Cierto que unos enfatizan lo de Freitas, otros lo de Souza y así por el estilo. Pero si hay algo de fondo aquí es que esto no hubiera procedido si el oficialismo no se mete a fondo en el reparto negro.
Son los miembros del partido gobernante los que se creen más ganadores de este enjuague, ya que se llevaron tres sobre siete miembros del TC, que parece ser lo único que les interesa y le aseguraron a Castilla y Velarde un directorio del BCR totalmente alineado a una sola visión de la economía. Por este aparente logro, de algún modo parecido a haber alcanzado 47 parlamentarios en el 2011 (luego convertidos en 43), se ha sacrificado no sólo imagen del gobierno y el Congreso, sino de la democracia convertida en gobierno contra la voluntad del pueblo.
Sabemos además como se maneja los votos en Gana Perú, donde no hay debates ni orientación política, sólo directivas verticales aún contra la conciencia de los votantes como en el caso de la sanción a Diez Canseco, la ley SERVIR y ahora en la repartija de los puestos en organismos supuestamente autónomos. La pregunta es si personas de trayectoria honesta como Eguiguren o viejos izquierdistas como Mayorga actuarán contra ellos mismos por una orden de Palacio.
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19-07-13