cevichePor Ignacio Medina

Hay tanto orgullo en la cocina peruana que a menudo oculta su realidad.

La cocina peruana avanza enganchada al color de la bandera. Nunca había imagina­do que un país pudiera definir su grandeza a partir de los aromas y sabores destilados en sus fogones. Ni siquiera la gran Francia, madre de casi to­das las cocinas sofisticadas que un día fueron y aun hoy man­dan en una parte del mundo.

El fervor popular en torno a la gastronomía no es algo nuevo en el mundo, aunque pocas ve­ces se ha concretado de forma tan rápida y con tanta intensidad. Tampoco es frecuente encon­trar un movimiento impulsado por tantas contradicciones. El Perú es un país que cita la cocina en cada vuelta de la conversa­ción, pero en el que una parte importante de sus ha­bitantes convierten cada comida del día en un ejercicio de supervivencia, casi siempre esquivo y lleno de incógnitas. Se lo escuché hace siete años a un cocinero es­pañol, el vasco Juan Mari Arzak, con quien coincidí en mi primera visita al Perú: “No se puede ha­blar de gastronomía en un país que pasa hambre”. Es posible ha­cerlo, aunque desde una perspectiva bien diferen­te, porque buena parte de esas gentes que viven entre privaciones son, precisamen­te, los guardianes de los productos que fundamentan la grandeza de los sabores andinos. Hablamos de gastronomía, aunque solemos negarle el acceso a quienes la hacen posible.

El otro asunto es más espi­noso: hay tanto orgullo patrio en la cocina peruana que a menudo acaba ocultando su propia realidad. No deja de ser extraño que una cocina nacida de la tolerancia absoluta —concretada en el encuentro de las cocinas locales con las formas árabes, judías y castellanas llegadas con los españoles, imbricadas luego con influencias africanas, japo­nesas, chinas, italianas y francesas— se muestre hoy vestida con los ropajes de la intransigencia y el inmovilismo.

Para que la cocina peruana pueda aspirar a estar algún día entre las mejores del mundo debe entender que cada plato necesita evolucionar y adap­tarse a los tiempos que le toca vivir; un ejercicio concretado hace tiempo por el cebiche y una tarea todavía pendiente para buena parte del recetario tradicional.

Para que el Perú llegue a estar algún día en el centro del paraíso culinario —tampoco es­taría nada mal verla instalada en sus alrededores más cerca­nos— necesita recuperar el es­píritu que la vio nacer, aceptar que sus señas de identidad se concretaron en el encuentro con cocinas muy lejanas, volver a tomar perspectiva y reflexio­nar para ponerla a la altura de su tiempo.

Sudamérica Hoy, 31-07-2013

http://www.sudamericahoy.com/entradas-recientes/la-cocina-patria/

 

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