Por Arturo Corcuera

Papelón

Tres congresistas hicieron un papelón que quedará registrado en la antología del ridículo. Por propia decisión, fungiendo  de guardaespaldas, oficio para el que carecen de los atributos físicos , acompañaron a María Corina hasta Caracas. Gran sorpresa y decepción se llevaron, después de ser atendidos correctamente en el aeropuerto, cuando llegaron a una ciudad tranquila, sin el caos que ellos esperaban encontrar y sin el patíbulo que recibiría a la estridente parlamentaria venezolana.  

 Ninguna autoridad policial se le acercó ni del serenazgo ni de la baja policía. En medio de un grueso grupo de sus partidarios que la rodeaba, entre los que se encontraba la prensa escrita y televisiva, la congresista volvió a demostrar sus virtudes histriónicas y hacer sonar sus parlantes incorporados.

Ahora, le espera la aplicación de la ley constitucional porque por más que sepa vociferar hasta desgañitarse  no tiene  ninguna corona.

El infierno

Por fin una voz valiente, la de Eduardo Gonzalez Viaña,  pone en su sitio al descarriado Defensor del Pueblo, que oyendo las malas voces de la prensa las repite, por rebote o por reflejo, en oposición a la de los jueces que han sentenciado que los presos aislados deben ser incorporados a las celdas comunes, como funciona en cualquier país civilizado. Los presos a los que alude Eduardo están sometidos a la más terrible condena:  estar solos, sin un alma en pena que los asista  a su lado, sin poder compartir  de por vida una sonrisa o una lágrima, sin poder platicar ni con su sombra, por  carecer de un rayito de sol que ingrese a su celda, seres que no mataron a nadie ni ordenaron matar. El momento más grave de mi vida fue en una cárcel del Perú, escribió César Vallejo.

Ya se eliminaron las mazmorras en del Frontón y del Sepa. ¿Por determinación de quién cotinúan funcionando este tipo de prisiones que mandó construir Fujimori?  Gonzalez Viaña confiesa su miedo al escribir su artículo y es natural que así sea.  Desde ahora no hay que temer a los presos, hay que temer al Defensor del Pueblo.