Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
Tenemos que aprender a combatir al neoconservadurismo o neoliberalismo sin que nos destruya físicamente. Porque al carecer de escrúpulos y moral, sus agentes utilizan cualquier medio para alcanzar sus objetivos. Nuestras vidas no son ningún obstáculo.
En los predios bolcheviques se decía que el partido se puede aliar con el diablo con tal de lograr sus fines, que si se trata de dinero no importa de dónde venga, y que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. No son pocos los
ultraderechistas como Vargas Llosa —siendo él un operador módico, por cierto, sin acceso a las altas esferas— que provienen de las canteras del stalinismo.
Los fundamentalismos son sistemas cerrados cuyos extremos se tocan. No olvidemos la estrecha relación entre Henry Ford y Adolf Hitler. Por lo mismo hay que actuar con suma inteligencia. Existen nazis mexicanos, morochos y con
bigotitos.
Los extremismos son psicopatologías sociales causadas por la miseria consuetudinaria o súbita que se objetivan en un ente mesiánico-totémico capaz de llevar al exterminio a millones de sus enemigos y de sus propios seguidores.
Cuando se aplican “paquetes de rescate financiero” lo que se está cometiendo es un genocidio. ¿Qué otro nombre puede dársele al hecho de que se les anuncie a los ancianos ukranianos que se les va a recortar brutalmente sus
pensiones y aumentar igualmente el precio de la calefacción? En Ukrania son muy pocos los hombres que sobreviven a la edad de jubilación.
Este tipo de ajustes mata a los débiles, niños, viejos, enfermos crónicos y pobres en general. Este tipo de ajustes evita que los antiguos y nuevos pobres se reproduzcan, lo cual nos acerca subrepticiamente a la eugenesia, que incluía a
negros, judíos, polacos, rusos, epilépticos, etcétera.
No encontrar alternativas a los “paquetes de rescate financiero” con su secuela de genocidios significa convertirnos en sus cómplices pasivos. Entre el colapso de la Unión Soviética en 1991 y el año 2009, la mortalidad entre los varones
rusos aumentó en un 60 por ciento, y a la expectativa de vida llegó a los 54 años para los hombres, el nivel que sufría el Perú en la década de 1950. ¿Es un dogma neoliberal creer que semejante mortandad no puede ser evitada?
Hoy más que nunca la disidencia debe ser defendida como el derecho a encontrar urgentemene alternativas que nos permitan dominar por las buenas el descarrilamiento histórico del capitalismo financiero abstracto, improductivo,
guerrerista y guarimbero, como los intelectuales baratos, vendidos, confundidos o sencillamente ignorantes que lo apoyan por un puñado de cebiche y una corbata de seda natural.