Raúl Wiener
La primera vez que llegué a la ciudad de Chimbote para cumplir tareas políticas, tenía en mente la variedad de mitos que rodeaban a este emporio pesquero e industrial que todavía tenía la mayor parte de sus calles en tierra afirmada y estaba viendo aparecer una zona central que con el tiempo sería el eje de la vida comercial y política de este espacio urbano situado en el desierto y al borde del mar.
Para empezar este era el lugar de encuentro del zorro de arriba con el de abajo, según las maravillosas y complejas páginas del último libro de José María Arguedas que cuenta la desgarradora experiencia de la inmigración y de la construcción de nuevas identidades. Era también el sitio donde nació la increíble fortuna de Luis Banchero Rossi, alguna vez reputado como el hombre más rico del Perú, el capitán de la industria pesquera que tenía tras suyo a varias decenas de nuevos ricos que llenaron sus bolsillos al ritmo en que depredaban implacablemente los recursos pesqueros con los que la naturaleza había premiado al país.
Chimbote había sido, además, el pueblo de mayor velocidad de crecimiento entre la segunda mitad de los años 50 y la década de los 60. Según los Censos Nacionales, en el año 1940 la ciudad de Chimbote, al norte del departamento de Ancash, tenía 4,243 habitantes. En 1961, se había llegado a 59,990 y en 1972 a 160,430. De acuerdo con el censo de 1993, la población alcanzaba a 282,279 y el 2007 se registró un número de 334,568 habitantes. Todos estos saltos tuvieron que ver con los cambios económicos y sociales que ocurrieron en la ciudad, y que la han convertido en la octava más poblada del país.
Finalmente otra leyenda chimbotana es la que habla de épocas de felicidad y abundancia, cuando los cigarrillos se encendían con billetes de dólar y las prostitutas eran las mejor pagadas del país. Eran tiempos en que se decía que cuando la ciudad apestaba por los hedores de las fábricas de harina de pescado, eso significaba que había dinero y que la gente era feliz. En los últimos años el viejo Chimbote apesta, pero muy pocos son los que pueden sentir felicidad. El trabajo es escaso y mal pagado, y las grandes empresas se llevan el dinero que extraen del mar.
Escuela política
Al comenzar los años 70, murieron casi simultáneamente el magnate Banchero, asesinado en su residencia de Chaclacayo, y la industria que creó aquejada por la falta de anchoveta en los mares luego de una intensa depredación. El gobierno militar estatizó la pesquería industrial con sus barcos, fábricas y muelles, y se orientó a racionalizar la actividad. Empezó la época de las vacas flacas para la ciudad de la abundancia. Los sindicatos de la pesca tuvieron que aprender a actuar en las nuevas condiciones.
En paralelo Chimbote tenía una empresa de acero con casi cinco mil trabajadores que le daba un tono industrial avanzado a la ciudad. Los trabajadores siderúrgicos eran además la fracción más politizada y combativa de la clase obrera peruana. Una asamblea de sus sindicatos era una batalla de oradores y de direcciones políticas. Todas la izquierda estaba representada en esa organización. Manuel Cortez, recientemente fallecido, fue de esa escuela y muchos otros más.
Así Chimbote era la ciudad que siempre estaba movilizada. La protagonista de grandes huelgas y paralizaciones como las de 1973, cuando fueron despedidos muchos dirigentes; las de 1976-1977-1978, que echaron abajo el estado de emergencia permanente que había impuesto el gobierno de Morales Bermúdez y pusieron al país en camino de las elecciones, pero que también costaron grandes despidos y persecuciones.
Nada fue igual
Chimbote de los 90, sin embargo, se convirtió en otra ciudad. Al golpe de las privatizaciones se quebraron los viejos sindicatos de Pesca Perú y en la mayoría de fábricas que pasaron a inversionistas privados los trabajadores se dispersaron y perdieron capacidad para la acción colectiva. La gente de mar, perdió derechos conquistados sobre el valor de pesca y a merced de sus empleadores. La siderurgia redujo sus obreros y empleados a la cuarta parte, mientras se cerraban líneas enteras de producción. Muchas empresas que prestaban servicios a la pesca y Siderperú se cerraron. Chimbote se convirtió en una ciudad de desocupados (extrabajadores), subempleados y jubilados prematuros.
La pobreza se extendió por sus calles, creció el comercio ambulatorio y diversas formas de la informalidad, y se incrementó la delincuencia y otras modalidades del mal vivir. Chimbote dejó de ser la ciudad quimera en la que todos podían hacer fortuna, y se convirtió poco a poco en un lugar donde los poderosos estaban fuera de la ciudad, generalmente en Lima y sólo acudían para supervisar sus negocios y fortalecer sus contactos con las autoridades políticas, administrativas y judiciales.
Una cultura de la coima, la trampa y el despojo echó sus raíces en los años del gran reacomodo económico de Chimbote y de reconstrucción del poder privado. Era cuestión de tiempo nomás que se encontraran en un mismo propósito los intereses particulares, la corrupción pública y la delincuencia avezada que ya había aprendido a matar.
La nueva violencia
Uno de cada cinco habitantes del departamento-región de Ancash, vive en Chimbote. Desde que se instauró el sistema de elección de gobiernos regionales, los tres presidentes elegido han provenido de Chimbote, a pesar de que la capital se ubica en Huaraz, en la sierra del departamento. El actual presidente regional César Álvarez, anteriormente militante del Frente Independiente Moralizador de Fernando Olivera, y más tarde dueño de su propio movimiento Cuenta Conmigo de alcance regional, está en el poder desde 2007 y se prepara para un nuevo período a partir del 2015, con lo que podría completar once años como presidente regional.
La etapa que le ha tocado vivir está, sin embargo, cargada de acusaciones de corrupción y abusos de poder, pero lo más grave es que en los últimos años ha crecido un espiral de crímenes políticos que cobrado hasta ahora ocho vidas, en toda la extensión de las provincias que enlazan la costa ancashina y que tienen como su centro nervioso a la ciudad de Chimbote. Y lo más sorprendente, todos las víctimas entre las que hay un exconsejero regional, un alcalde provincial y un exalcalde, un fiscal superior y varios testigos de los asesinatos, eran opositores significativos del presidente regional, el que por supuesto se defiende diciendo que es el más perjudicado por estas muertes, ya que están perjudicando su imagen.
Un argumento difícil de sostener, si se toma en cuenta que la violencia política se está entronizando en la vida de la ciudad como ha ocurrido en otros países. Y nadie ha visto que los que contratan sicarios se limiten por un asunto de imagen. En todo caso el país está ante un reto mayor, en esclarecer y detener a los responsables de esta nueva ola de crímenes políticos. Antes que el brote de Ancash se extienda por el país.
30.03.14
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