Por Rocío Ferrel
Es desconcertante que finalmente Juan Pablo II sea canonizado. Por su papado, que canonizó a personajes en cantidades industriales (480), la figura de los santos ha perdido su brillo, pues pasaron a los altares personas que antes habrían sido considerados mártires (por haber muerto defendiendo la fe, o venerables, o simplemente no habrían tenido ningún reconocimiento.
La proclamación de la santidad tuvo modificaciones a lo largo de los siglos. Antiguamente el pueblo cristiano proclamaba santo a algún personaje destacado, pero lo hacían con buen criterio teniendo en cuenta sus cualidades notables.
Ya desde la Edad Media canonizar o beatificar a alguien fue muy estricto y difícil. La primera condición, y la más importante fue que la vida del propuesto a tal título haya sido ejemplar y así, bastaba algún dicho o hecho, no sólo condenable, sino que plantee dudas menores sobre su conducta, para que la canonización sea rechazada. Un caso conocido es el de la beatificación de Sor María de Jesús Agreda, quien desde su niñez tuvo una vida ejemplar. Siendo monja llegó a admitirse en su tiempo que escribió por inspiración el Espíritu Santo “La Ciudad Mística de Dios”, una obra muy edificante para la fe. Cuando tuvo detractores que se oponían a este libro, ella dijo que “sería un pecado” oponerse a la difusión de este texto por el bien que hacía a las almas. Este dicho, pese a no tener nada de malo, no gustó y determinó el bloqueo de la beatificación. Así de estricto era el análisis de la vida de los personajes antes de culminar el proceso.
A ello se sumaban los milagros ocurridos por su intercesión, por supuesto, milagros constatables para cualquiera, como la curación de ciegos o de enfermos graves.
El punto de los milagros en la Iglesia contemporánea tuvo el auxilio de la ciencia con su desarrollo y hubo mucho más certeza para calificarlos desde los certificados médicos del paciente previos a la sanación, que no debía ser larga, sino instantánea.
Fue durante el pontificado de Juan Pablo II que se permitieron canonizaciones, algunas muy cuestionadas, como la de José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, pues durante su vida hubo numerosísimos hechos y dichos cuestionables, por ejemplo, siendo sacerdote compró un título nobiliario y mostró avidez por los bienes materiales. Su carácter era irascible y trataba sin caridad a la gente cuando sentía su poder sobre ellos. No podría decirse que su vida fue ejemplar. Lo canonizaron con un cuestionable milagro, la supuesta curación de una afección a la piel, que dejó muchas dudas incluso a médicos. El galeno responsable no quería declarar al respecto.
Juan Pablo II
No tuvo una vida ejemplar. Cometió graves faltas: besó el Corán, ignoró las denuncias sobre curas pederastas que llegaron al Vaticano causando con ello grave daño a los niños y la reputación de la Iglesia. Su deber era expulsar del clero y entregar a la justicia a esos degenerados y promover normas de control y prevención de estos casos.
Juan Pablo II besa el Corán
Se atrevió a pedir clemencia para un asesino y violador de niños que iba a ser ejecutado en América Central, felizmente no le prestaron oídos y aplicaron la pena de muerte al monstruo. Grandes santos, como San Vicente Ferrer, célebre en su tiempo, no cayeron en la tentación de interferir con la justicia. Una vez estando en Italia, pidieron al santo impedir la ejecución de un paisano suyo, lo cual el santo rechazó diciendo que la Iglesia no debe interferir con la justicia, porque las ejecuciones sirven de ejemplo a la sociedad. Más bien se pronunció por una muerte menos brutal y se preocupó por confesar al reo antes de que lo maten.
Juan Pablo II, se inmiscuyó en política e interfirió con la justicia intercediendo en favor del asesino chileno Augusto Pinochet cuando la ley le puso la mano en Inglaterra. Al visitar Chile y callar sobre los crímenes de Pinochet, avaló con su presencia a esa dictadura.
En el Perú también se abstuvo de condenar, junto con los terroristas, a quienes desde el Estado perpetraron crímenes contra la población indefensa.
El libro Su Santidad lo acusa de haberse reunido con la CIA, hecho que Juan Pablo II nunca negó. ¿Cómo un pontífice puede reunirse con la organización más siniestra del mundo?
Al final de su vida, Juan Pablo II debió renunciar por su delicado estado de salud, pues en las misas, en lugar de que la gente mantenga su atención elevada a Dios, estaba apenada pendiente de su lastimoso estado.
Lo mencionado nos dice que la vida de Juan Pablo II no fue ejemplar. Si está en el cielo no lo sabemos.
Milagros
Más allá de su carisma evidente, a diferencia de los grandes santos, que en vida intervinieron en la realización de milagros, no hay ningún milagro atribuible a la intercesión Juan Pablo II en vida. Tras su muerte el hecho de que haya curaciones milagrosas, se presta a dudas, pues en estas curaciones mucho puede hacer la fe de los pacientes.
Esperemos que la Iglesia reconozca las deficiencias en estos procesos y la necesidad de ser más aguda al analizar la condición de vida ejemplar, que debe ser estricta, contada por lo menos desde la conversión del personaje (pues algunos, como San Agustín llevaron una vida desenfrenada antes de su conversión) o desde su ingreso en la vida religiosa. Leer la vida de un santo debería ser fuente inspiradora, un modelo que seguir, y no motivo de escándalo, como son algunos episodios de la vida de Juan Pablo II.