Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Hace algunas semanas el jefe de estado, Ollanta Humala Tasso, puso en evidencia sus precariedades con sus comentarios en la apertura de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Una nueva muestra de las carencias de la élite dirigente y entendible en alguien con una preparación militar y personal ajena a la cultura.
Este importante evento —en el que el Perú fue el invitado de honor— contó con una numerosa e imponente delegación de escritores, artistas e intelectuales peruanos presidida por Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010). En la inauguración el primer mandatario se refirió tanto a hallazgos arqueológicos milenarios como a expresiones contemporáneas, arquitectura y gastronomía, "a lo que se añade un marco natural que es por sí mismo asombroso, y de eso se nutre la literatura peruana". "Perú es el país de Blanca Varela, Antonio Cisneros y de Mario Vargas Llosa, y el de las nuevas generaciones. Voces que buscan redescubrir el mundo y transformarlo en uno más solidario y justo", agregó.
Por el contrario, sus declaraciones pusieron la nota deslucida. La periodística Clara Elvira Ospina, le hizo una interrogante para saber qué libro estaba leyendo. Al parecer, el presidente pensó en la “concentración de medios” y respondió: “Estoy en contra de la concentración de medios. Mira como estamos acá (por el tumulto de personas). No podemos ni apreciar la feria”.
Tampoco es la primera vez que un gobernante muestra visibles vacíos. Sería larga la lista de anécdotas, de nuestra maltrecha y deteriorada “clase política”, ilustrativas de su elevado déficit de formación integral. Existen unas cuantas argumentaciones que aclaran porqué la cultura está alejada de nuestras expectativas. A continuación ensayo, con usted amigo lector, algunas hipótesis.
En primer lugar, la cultura no se exhibe a simple vista como sucede con un celular, una prenda de vestir, un artefacto de última tecnología o un automóvil. Este desprecio soterrado se explica en una comunidad que reemplaza la dimensión espiritual, moral e intelectual, por lo material. Somos educados sin incorporar las grandes revelaciones ofrecidas por el arte, la lectura, la música, la pintura, entre un sinfín de actividades destinadas a despertar nuestro sentido de identidad y sensibilidad.
En segundo lugar, la influencia del entorno. El desenvolvimiento de muchas familias está circunscrito a la satisfacción de las demandas tangibles que permitan su subsistencia diaria. Además, se considera aburrida y compleja y, por lo consiguiente, distante de nuestra agenda de vida. Por ejemplo, cuantas veces vemos a padres de familia salir a “ver tiendas”, los fines de semana, en vez de recorrer museos. Progenitores esquivos a un sinnúmero de quehaceres culturales tendrán un nivel lamentable de ascendencia en sus hijos.
A la gente despreocupa su atraso por cuanto su ámbito familiar, amical y afines, es similar. Es decir, existe una coincidencia más con los allegados: sus insuficiencias. El grado de cultura no es evaluado como requisito para ser aceptado en determinados círculos, ni es causa de discriminación; puede incluso generar acercamientos. En tiempos recientes, ese ha sido un motivo para autoexiliarme de quienes exportan, sin mayor vergüenza, sus carestías.
En tercer lugar, la pobre autoestima de una comunidad que evade quererse, respetarse y valorarse. La autoestima posibilita entender la conducta humana y, por lo tanto, concebir las prioridades que enmarcan nuestra manutención. Integramos un medio marcado por la mediocridad, la ausencia de perseverancia y disciplina, entre otros males, que hacen posible analizar nuestro lacerante tercermundismo.
En cuarto lugar, se rehúye relacionar su influencia en la superación del estatus social y profesional. Expertos, de todas las disciplinas, no vinculan estos aspectos como soporte en su ascenso y crecimiento en la empresa. Omiten darse cuenta de su connotación en el proceso de meditación, toma de decisiones y en múltiples eventualidades que observamos en el trabajo. La cultura brinda mayores nociones, ideas y orientaciones en la ampliación de nuestras diligencias.
En tal sentido, diversos alumnos —al escucharme en mis jornadas académicas insistir en este asunto— preguntan: ¿Cómo la cultura me ayudará en mi progreso laboral? ¿Cómo veré reflejado en mi prosperidad mi formación cultural? Incógnitas que pretendo seguidamente resolver para demostrar que el saber guarda correspondencia con el nivel que cada uno de nosotros puede llegar a tener.
La cultura posee inapreciables ventajas: ofrece la capacidad de reflexionar y convertirnos en seres racionales, críticos y solventes en términos éticos. Posibilita discernir los valores, efectuar opciones, tomar conciencia de la realidad y cuestionar nuestras realizaciones. Nos vuelve disconformes, rebeldes, críticos y autónomos. Brinda acceso a “bucear” en la intuición interior y es un medio de superación que mejora la inteligencia interpersonal e intrapersonal.
La abundancia cultural indica las pretensiones de evolución de un semejante. Por su parte, la lectura —asunto aludido con porfía en anteriores artículos— compromete el desenvolvimiento de nuevas capacidades, mejora la redacción, enriquece el lenguaje oral y escrito, impulsa la imaginación e incrementa la empatía. Desgastados y desactualizados textos, en las bibliotecas de profusos hogares de la clase media, confirman su desapego por descubrir nuevos discernimientos. Los anaqueles de una casa son el espejo de las ambiciones intelectuales o una vitrina de las minusvalías de sus residentes. Conozco familiares y amigos desprovistos de libros; sin embargo, ostentan modernidades electrónicas y frivolidades manifiestas.
Insisto —una vez más— en la obligación del docente de convertirse en un individuo ilustrado. Compruebo las destrezas de mis colegas, únicamente, en cuestiones inherentes a sus asignaturas: nada más. Al parecer olvidan la demostrativa influencia de la erudición en la calidad de los recursos empleados para transmitir conocimientos, presentar casos, compartir vivencias, formular contrastaciones y experiencias. Con pena -y haciendo de tripas corazón- coexisto en un sistema colmado de estrecheces e insuficiencias.
Recuerde: un pueblo culto es menos manipulable por quienes pretenden mantener la inopia que nos hace vulnerables. De allí que, recomiendo orientar nuestras legítimas aspiraciones e inquietudes de forma positiva. No debieran ser comunes sucesos como el acontecido por quien personifica a la nación. Tenga en cuenta la afirmación del filósofo suizo Jean Jacques Rousseau: “Sólo somos curiosos en proporción con nuestra cultura”.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/