susana villaran 40Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe

Todo mi apoyo a Susana Villarán para su reelección a la alcaldía de Lima.

Rescatemos el Perú de las manos de los Castañeda Lossio, de los delitos de lesa humanidad del narcoaprismo y del narcofujimontesinismo, de la ultracorrupción de todos ellos, de la cratofrenia (enfermedad del poder) que los mata en vida y cobra sus víctimas hasta en las mejores familias. El infierno está vacío, todos los diablos están aquí (Shakespeare). Por eso mismo sentemos las bases de un proyecto para nuestro país con el que se supere pacíficamente el nombre que nos hemos ganado en el contexto internacional: Narcoperú.

 

Que la gente se emplee vendiendo nuestra deliciosa comida, siempre y cuando no esté contaminada, me parece muy bien. Pero no me cansaré de repetir que sólo mediante una fabulación y un acto esquizofrénicos se puede querer mostrar al Perú como centro gastronómico mundial cuando tenemos la más alta incidencia de tuberculosis, inclusive la de peor cepa, después de Haití, y nuestro sistema educativo tampoco anda muy lejos de lo peor. Encima, según el Instituto Nacional de Estadística, casi el 90 por ciento de las unidades productivas en Perú son informales.

En 1993, en Magistri et Doctores, revista de la Escuela de Posgrado de la UNMSM (decana de América), dirigida por el epistemólogo Julio Sanz, escribí un artículo titulado "La era seca". Reseñaba allí, a raíz de la inminencia de las guerras por disponibilidad de agua, el triunfo filosófico e histórico de varias generaciones de izquierda y nuestra derrota política, causada por el imperialismo económico, el stalinismo, el maoísmo, el guerrillerismo (Sierra Maestra no era exportable) y el terrorismo —que lo único que generó fue más terror—, por la represión genocida enseñada en la Escuela de las Américas, por la compraventa de escritores baratos, y por nuestra propia incapacidad de unirnos en un proyecto federal que abarque toda América Latina. Si no me equivoco, somos la única nación que no constituye un país, que comenzaría en México y acabaría en el Polo Sur. Una hermosura tangible. Y siendo el portugués y el castellano variantes de un mismo e inmediato tronco lingüístico, bienvenido Brasil, así sumamos diez campeonatos mundiales de fútbol, contando el que viene.

Si queremos realizar semejantes proyectos, el soborno de nuestros presidentes, candidatos, parlamentarios, alcaldes y autoridades regionales tiene que ser reducido a la mínima expresión posible. Así como el "Nosotros matamos menos" de Jorge Trelles ha pasado a los anales del genocidio, el “¿Ustedes quieren oro o agua?" de Ollanta Humala para en seguida decir “Conga va” (o sea oro sí) ha pasado a los anales de la corrupción sistémica, ejecutada por los sicarios económicos como lo fue el arrepentido John Perkins.

El secretario general de las Naciones Unidas ha advertido que en esta década comenzarán las guerras por el agua. No es verdad. Han comenzado hace muchos años en el Medio Oriente. El apartheid al que se somete a los palestinos pasa por cerrarles el caño de agua potable y de irrigación. Recientemente, el imperdonable bombardeo de Libia incluyó la destrucción de un proyecto de irrigación y agua potable en el que ya se habían invertido veinte billones de dólares (20,000 millones). Ahora, una empresa francesa quiere entrar a tallar, pues como bien se sabe Libia tiene una enorme reserva acuífera. Así que se agudizan las guerras por el agua pero en Lima continúa creciendo la burbuja inmobiliaria dando la casualidad de que es la segunda ciudad más desértica del mundo después de El Cairo (que tiene el Nilo), justo cuando los glaciares que alimentan a nuestros pocos flujos de agua estacionales se están derritiendo.

Lima y el Perú han apostado por el automóvil individual a gasolina y a gas  justo cuando los países desarrollados, quizá ya perdida la carrera, empiezan a optar por los coches eléctricos y a repotenciar el transporte masivo. En esto último también somos campeones de la sinrazón, puesto que el tren eléctrico de Lima lleva construyéndose treinta años, falta muchísimo, y mientras tanto los limeños soportan uno de los peores caos de tráfico urbano del mundo, que por si fuera poco con su propia desgracia aumenta la incidencia del cáncer pulmonar y otras enfermedades, y encarece enormemente la producción, cuyo costo ya está malamente golpeado por los gastos en seguridad de aquellos que pueden costearlos en nuestro Narcoperú, bien aliado de Colombia y México y Chile, nuestro Perucartel, exportador de minerales y cosechas (rocks and crops) y cocaína, exportaciones con las cuales ningún país desarrollado ha llegado a ser tal, según se lee y se comenta en todas las facultades de economía que se respetan del mundo desarrollado (en buena parte a costa nuestra).  

No basta, pues, con gobernar honradamente y lograr lo que parecía increíble como, por ejemplo, convertir La Parada en un parque de recreación. Los problemas de Lima son muy graves. Susana Villarán tiene en sus manos la serísima responsabilidad de demostrar que apunta a la sostenibilidad de la vida de las generaciones futuras. Ocho años no parecen nada. Pero son demasiado en el urgente contexto del cambio climático, de la escasez de agua, caos del transporte, ultraviolencia cotidiana, narcotráfico, compra y venta de candidatos y políticos,  asesinato y persecución de opositores al proyecto Conga, y una superpoblación del espacio geográfico de una Lima que jamás podrá albergar a diez millones de habitantes (y más y más) por mucho tiempo.