Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Hoy el mundo del derecho conmemora universalmente los 42 años de la muerte de Hans Kelsen, eminente jurista austriaco, cuya obra es un monumento al derecho contemporáneo. Es considerado la mayor lumbrera del positivismo jurídico.
Relievó la importancia de la norma jurídica para regular las relaciones humanas e incidió en el principio “nullus crimen sine lege” por el que a nadie se le puede atribuir un delito si acaso este no está señalado en la ley. Para Kelsen no hay nada más serio y exacto que la norma jurídica insistiendo en que liberada de la “contaminación” de otras manifestaciones de la vida social, el derecho será eficaz y justo.
Por aquel principio latino, Kelsen rindió culto a la ley escrita que fue una garantía al buscar evitar la arbitrariedad del juzgador que hacía de la administración de justicia un ejercicio de su pura subjetividad pues mucha gente era condenada sin que siquiera el código estableciera que su conducta era reprochable.
Para Kelsen si la conducta humana colisionaba con lo prescrito en la norma jurídica entonces la consecuencia inmediata era la sanción; asimismo, Kelsen tenía muy claro el nivel jerárquico de las normas jurídicas.
Su famosa pirámide normativa a veces no es exactamente entendida en el ejercicio del derecho. Mientras Kelsen relievó la supremacía del derecho internacional sobre el derecho interno, lo que tiene aceptación universal, últimamente algunos políticos ligeramente plantean que el Perú se desafuere de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Un grave error con efectos letales para nuestra credibilidad internacional, y que Kelsen combatió llamándolo anarquía, superponiéndole el principio “pacta sunt servanda”, que obliga el cumplimiento de lo pactado. Necesitamos buenos abogados que comprendan la fuerza de la soberanía del Estado frente al sistema supranacional, y que no tengan vocación caviar, eso es todo. Kelsen fue superado pero dejó huella.
Correo, 20.04.2015