Clara Presman*
“Disfruto de todo lo que pueda disfrutar”, dice Agustín con una sonrisa tímida. Tiene 21 años y hace tres que sólo puede mover la cabeza. Sufrió un accidente donde se quebró el cuello y quedó tetrapléjico. Estudia ingeniería mecánica y como buen argentino es fanático del fútbol. De chico siempre lo practicó y la silla de ruedas no lo detuvo a seguir. Es el capitán del equipo de powerchair (Fútbol en silla de ruedas) de su ciudad y, como él dice, “disfruta de todo lo que puede”.
Agustín, como tantas otras personas supo sobreponerse al dolor, a la tragedia y salir adelante. Resurgir. A pesar de que una suerte de “marketing de la vida” se encarga de que tengan más prensa o impacto los costos del trauma y el dolor, tal como sostiene la médica psiquiatra de la Universidad de Palermo Daniela Bordalejo, “las personas suelen resistir los embates de la vida con insospechada fortaleza”. Ante sucesos extremos, un elevado porcentaje de personas “muestra una gran resistencia y sale indemne o con daños mínimos del trance, en términos psicológicos”. Esta capacidad que todos tenemos por nuestra condición de humanos se llama resiliencia.
La etimología de la palabra que proviene del latín resiliere, indica que “Resiliencia es saltar hacia atrás, volver a saltar, rebotar”. El término resilient se introdujo al idioma inglés y, en el ámbito de la física, alude a la capacidad que tienen algunos metales de recuperar su estructura luego de una deformación. Así como los metales más rígidos, las personas también tenemos la posibilidad de recuperar nuestro estado. A pesar de las situaciones traumáticas a las que podemos estar expuestos, tanto hombres como mujeres, en igual medida tenemos según nuestros deseos y posibilidades, la oportunidad de obtener algo positivo de una experiencia por más negativa que sea. Transformar el dolor en aprendizaje. Capitalizar la experiencia.
Resulta inquietante la afirmación acerca de que la mayoría de la gente que sufre una pérdida irreparable no se deprime. La psiquiatría certifica que el ser humano tiene una gran capacidad para darle un sentido a las experiencias más terribles. No se trata de negar o minimizar el dolor, sino de encontrar otra manera para sobrevivir.
Emmy Werner, psicóloga de origen alemán, actual profesora emérita de la Universidad de California, en los años 80 estudió a 700 niños hawaianos en condiciones físicas, familiares y sociales desfavorables. Luego de su investigación descubrió que un tercio de ellos logró, contra todo pronóstico, llevar una vida productiva y satisfactoria. Al contrario de lo que pensaba, no todos estos niños expuestos a entornos desfavorecidos desarrollaron patologías, muchos lograron un desarrollo sano y positivo.
Los sobrevivientes de un atentado, de la guerra o de una catástrofe natural. Los que sobreviven al hambre, la pobreza, la exclusión, sobrevivientes de este mundo desigual. Todos resilientes. Los niños que en las situaciones más adversas se esfuerzan por estudiar y tener un futuro digno, o los que como Agustín una imposibilidad física no lo detiene a seguir la universidad, a hacer deporte. No lo detiene a disfrutar la vida. Estos son los casos que no salen en los diarios. La resiliencia es ejemplar, porque como explica la Dra. Bordalejo “como onda expansiva, produce en quien la contempla un proceso que lleva al fortalecimiento de la propia potencialidad resiliente.”
Además de las características personales, el entorno afectivo ayuda a potenciar la capacidad de resiliencia. Los lazos de cariño y contención que podamos construir forman una red que ayudan a amortiguar la caída y nos impulsan a levantarnos. Eduardo Galeano, entre otras grandezas, escribió sobre las utopías: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”La resiliencia está ahí con nosotros. Nacemos con la posibilidad de que esas utopías que nos motivan a continuar algún día nos hagan caminar tan lejos que dejen de serlo y se convierten en realidad. Tenemos la gran capacidad de que si nos caemos podamos volver a empezar. Podamos, como Agustín, parar la pelota, mirar la cancha, y continuar el partido.
*Periodista con base en Córdoba, Argentina
Centro de Colaboraciones Solidarias