Herbert Mujica Rojas

La prodigiosa biodiversidad peruana se traslada, también, al campo social: tenemos chatos cerebrales y de estatura, en los amplísimos recodos de nuestra vida política, intelectual, parlamentaria, periodística, jurídica, etc. No hay una sola franja en el país en que no sea posible reconocer la presencia de los chatos.

 

burro lengua

Si los chatos decidieran enviar listas postulantes, podrían ganar representaciones muy numerosas. Enanos de criterio y miopes genéticamente dotados, infestan los clubes electorales, y todos a la caza de una diputación o senaduría. No faltan los aspirantes a la presidencia.

¿No tenemos a un gandul de escasa estatura, esmirriado cerebro y tan solo astucia para comprar voluntades, romper manos y corromper reglas que nombra embajadores, ministros y da su palabra final sobre lo que se hace en nuestro país?

La chatura tiene una virtud democratizante: estos especímenes no revisten importancia por el color de su piel, altura, lugar de nacimiento, credo político o fe religiosa. Son chatos porque su horizonte mental es anémico, limitado, miope, carente de cualquier generosidad colectiva y en cambio feraz en la producción de egoísmos y brutalidades al por mayor.

La suma de los chatos produce chatura extrema y ¡ay! del país que tenga en los chatos su conducción o liderazgo. Solo producen lugares de la más reprobable vulgaridad.

Manuel González Prada hablaba de los gorilas politicantes. Y los chatos, personas con pocas aspiraciones o de moral diminuta, equivalen a esa calificación lapidaria del gran pensador.

Malos ejemplos hay muchos en la historia nacional. Chatos que fueron presidentes y terminaron por las patas de los caballos, escapándose del Perú, viviendo a cuerpo de rey en Francia y en Japón; medrando de los vaivenes criollos para retornar, no a servir al país, sino a seguir construyendo fortunas para las taifas de sus seguidores tan o más delincuentes que ellos.

Chatos que se guarecen en las entidades internacionales hay ¡por decenas! Bancos, organizaciones de nuevos gángsteres que dicen no ser gubernamentales y otras similares, pero bien llenas de recursos dinerarios, son literalmente madrigueras en que se esconden los chatos hasta que pasen las tormentas generadas por su paso mediocre en el Ejecutivo o Legislativo y siempre bajo el estigma candente de haber sido deshonestos y ladrones del dinero público.

El chato “discute” sobre el ministro tal o cual, sobre sus amores, desamores, ilusiones o desilusiones. Pero no distingue categorías geopolíticas y le es imposible adentrar estudios con más de dos páginas sin evitar el surmenage y tampoco descartemos la licencia médica con goce de haber. ¡No faltaba más!

El chato, sin análisis, lee y relee opiniones foráneas y repite cual loro, asuntos de los que no entiende ¡ni papa!

El chato en el Congreso, Ejecutivo, en la entidad pública, en las fuerzas armadas y policiales, en las universidades, en la magistratura, es un borrico de cuello y corbata (cuando la usan), que está negado a la posibilidad de aprender el uso intensivo de la tecnología a todo nivel y es feliz con su pago mensual y seguro.

Recordemos a Cambalache: “lo mismo un burro que un gran profesor”.

Mal ejemplo: los chatos quieren conservar la educación como un negocio millonario en que hampones lucran con el dinero de la gente a la que venden basura que no sirve para nada, que hacer cambios radicales, pulverizando a gavillas de rectores mafiosos que han robado a más no poder.

¿Y qué decir de la prensa? Hay periodistas chatos que orientan sólo lo que el dinero paga para que sea visto. Son capaces de llamar intelectual a un imbécil (hay miles sueltos) y consagran a “formadores de opinión” que engolan la voz, ensayan poses y se aprenden recetas para cacarearlas frente a los micrófonos, cámaras o grabadoras.

Para nuestros chatos el peruano pentadimensional (Costa, Sierra, Selva, Mar de Grau y unidos por la columna vertebral de la tecnología, proyección amazónica vía Atlántico hacia el Pacífico y la Antártida), es inconcebible, porque su miopía es cultural, social y geopolítica.

¿Qué producen los chatos? Basta con mirar al Perú contemporáneo sumido en el imperio insolente de la corrupción, con autoridades que amanecen en un bando y van a dormir ya con otras divisas que podrían cambiar al día subsiguiente.

Son chatos y borricos los que dirigen los clubes electorales, mal llamados partidos que NO existen en Perú. Básicamente son remedos de agencias de empleos a las que asisten ganapanes y buscones que ¡eso sí! tienen doctorados y grados a montones.

Con los chatos y borricos, NO se puede construir una Nación. Ellos vienen destruyendo al Perú desde hace centurias.

 

07.09.2024

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