De la manito, aconchabados en la extrema vulgaridad de su impostura delictuosa, los palurdos y mafiosos se han apoderado de casi todas las instituciones oficiales del país. No es que éstas fueran ejemplares, pero funcionaban de alguna manera.
Una mujer descuartizada y el principal sospechoso es un mal policía es signo la putrefacción que aqueja a la sociedad peruana.
La fábula nacional pretendió por decenios confinar al hampa y a la delincuencia en barrios populares, población de menos recursos y de color no blanco de piel. Pero el tiempo que todo lo descubre, revela que hay perversos depravados que no dudan en robarse la plata del pueblo y con atavíos de cuello y corbata, viajes y diplomas.
A los capo di tutti di capi les urtica y resiente que la gente sepa quiénes son, cómo actúan, cuáles sus testaferros y operadores, en qué bancos mueven el producto de sus robos o depositan las grandes coimas que les caen por sus “cachuelos” (peruanismo que equivale a favor).
Es más, los capo mafiosos se han construido una imagen con la prensa y los miedos de comunicación aceitados y lubricados, anuentes hasta la náusea que se complace en “entrevistarlos”, “tomarles declaraciones” y señalarlos como “forjadores de opinión”.
¿Desde cuándo una mula o un burro “forman” opinión? ¡Hasta las tropas de ayayeros están bien entrenadas en las redes sociales y emiten loas a sus pagantes, tarde, mañana y noche!
Los inquilinos precarios que moran en Plaza Bolívar, ridículos hasta en sus más mínimas expresiones, creen que gobiernan. Son meros y palurdas correas de transmisión de los grandes poderes que se hacen dar leyes pro domo sua y cuidan tan solo sus intereses egoístas.
Diez, veinte, treinta años estafando la fe del peruano que creía en los políticos y grandes gerentes o funcionarios a quienes ha visto enriquecerse. Sin atisbos de beneficios para el pueblo, tan solo la del león la “ganaron” los vivazos mafiosos.
¿Se puede caer como país o sociedad a un hueco tan hondo como el actual? La gran mayoría de respuestas discurre por el pesimismo, la visión nublada, el ánimo por las alcantarillas.
Un dato de salud sí que puede reivindicarse. En cierto recinto con sus 130 integrantes no hay el más mínimo peligro de infarto cerebral. Dicen los médicos que para sufrir ese embate, se requiere ¡necesariamente! de cerebro. ¿O no es así?
Los rateros de cuello y corbata, luenga permanencia en sillones feraces en la creación de estafas, son lo que son y nada va a cambiarlos. Son delincuentes por convicción y temperamento.
¿Se van a ir el 2026 o ya están planeando por dónde alargar el imperio mafioso de que son dirigentes a lo largo y ancho del Perú?
En algunas oportunidades, y lo reafirmo, he ensayado la idea de un gran frente unitario que agrupe a todas las colectividades del signo que fueren pero que lleven como breviario cardinal para sus esfuerzos: ¡lucha contra la corrupción y sus embajadores!
Un conjunto humano que amalgame el canto protestante de jóvenes, viejos, veteranos y bisoños con el inconfundible propósito de limpiar de alimañas la cosa pública e institucional del Perú, tiene para sí la chance de dar partida a la renovación genuina y raigal.
Precísase voluntad de triunfo, sinceridad y sobre todas las cosas, vocación de sacrificio para reconocer que es hora de la vanguardia juvenil y que los que ya estuvieron, suficiente, ahora su puesto es en la retaguardia con el consejo y la experiencia.
¿Cómo hacen los capomafiosos? Se guarecen bajo el nombre de algún partido y tienen a mercenarios asalariados que salen a mover sus banderitas zafias, gritando y vociferando. ¡Hay que justificar el sueldo o la pitanza, siempre venida de canteras deshonestas!
Las hombres y mujeres de bien tienen que aprender a forjar sus propios recursos y eso solo se logra con una gran campaña nacional, unida en sus propósitos y acerada en sus ambiciones por un Perú libre, justo, culto y digno.
¡Los viejos a la tumba! Rostros inmorales y ventajistas, ruinas y añicos llenos de dinero pero infelices porque nunca serán otra cosa que estafadores cainitas, merecen ayuda para irse al piadoso paredón del olvido vitalicio. ¡Por lo menos 95% de políticos tiene esta opción sin camino de retorno!
Los grandes capitanes del pueblo son como los árboles de Casona: ¡mueren de pie! La única bandera que hay que esgrimir es ser honrado con los fondos públicos. Y esa bandera es la que permitirá fusilar moralmente a los ladrones que los hay por decenas y se los ve en la televisión, hablando por radios o figurando en publicaciones impresas.
¡Unidad o muerte! ¡Ese es el grito!
20.11.2024
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Archivo adjunto