Causas humanas y efectos sociales de la sobrepesca

barco de pesca chico
Carlos Miguélez (*)

Miles de pescadores del África Noroccidental, junto con sus familias, se quedan sin trabajo debido a la presión de la pesca industrial, utilizada por los países europeos, sobre la pesca artesanal, una tradición de muchas generaciones.


La agresión sobre los mares, que comenzó hace más de dos décadas, ha forzado a miles de pescadores de los países del Norte a emigrar hacia las aguas del Sur. Hoy son los pescadores de México, India, Senegal o Guinea Conakry quienes emigran al Norte en busca de otro tipo de trabajo para ganarse la vida porque los caladeros de sus países son explotados por otros o porque ya no dan más de sí.

Los países industrializados han trasladado a los países del Sur su capacidad pesquera porque han encontrado ahí Estados débiles a la hora de establecer normas para proteger su ecosistema marino y las economías de los pescadores artesanales.

Que más de la mitad de la población mundial sea urbana, según datos de la ONU, explica no sólo el abandono de las zonas rurales agrícolas, sino de las zonas costeras de varios países africanos, asiáticos y latinoamericanos. Da pistas también sobre la relación que existe entre lo que se produce en un lugar y se consume en otro. El bienestar de la Humanidad depende de la salud del planeta, compuesto por agua en un 70%.

“La integración de medidas medioambientales y de desarrollo desembocará en la satisfacción de necesidades básicas, en mejoras de la calidad de vida de todos, en ecosistemas más protegidos y mejor gestionados y un futuro más seguro y más próspero. Ninguna nación lo puede lograr por sí sola”, dice el preámbulo del Programa de Acción para el Desarrollo Sostenible de la ONU.

En lo que se refiere a los mares, esto incluye la toma de conciencia por parte de los gobiernos que hasta hoy han permitido o no han tenido la fuerza para frenar la pesca ilegal. Pero también de los Estados que permiten la pesca y la venta de este pescado, como es el caso de muchos países de la Unión Europea.

Una sociedad civil concienciada y comprometida tendría que colaborar en la sensibilización de los consumidores, de manera que asuman como suya la responsabilidad de adaptar su modelo de consumo más a la naturaleza que al capricho de la publicidad. Esto obligaría a las cadenas de supermercados a desperdiciar menos pescado. Si disminuye esa demanda, se aliviaría en cierto modo la situación de los ecosistemas marinos y se prepararía el terreno para prácticas pesqueras más arraigadas a la naturaleza.

Por medio del Código de Conducta para la Pesca Responsable de 1995, la FAO ha intentado proteger la pesca artesanal, que supone un 25% de la pesca total mundial, que contribuye a más de la mitad del consumo humano de pescado en todo el mundo y que emplea al 90% de los pescadores a nivel global, según datos recientes del Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA). Además, por cada pescador artesanal se generan entre uno y tres empleos adicionales.

Por su parte, la ONU ha intentado proteger los ecosistemas marinos de la pesca desmesurada por medio del Acuerdo de Poblaciones de Peces. Pero por muchos esfuerzos que puedan hacer los organismos internacionales, el papel de los Estados es fundamental en las cuestiones relacionadas con la protección del medioambiente y de la población más vulnerable. Los Estados tendrán que avalar a los organismos internacionales, mientras los gobiernos locales aplican la Ley.

De esta manera se podría evitar la sobrepesca no sólo de las grandes embarcaciones extranjeras, sino también de una pesca artesanal desordenada y mal gestionada que puede llevar al agotamiento de los recursos marinos. Las sociedades que permiten eso se agreden a sí mismas al alterar los ecosistemas y dejar los mares tan yermos que no tendrán más productos que recoger.

(*) Periodista
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