Especulación y crisis: ya basta
Las finanzas desreguladas destruyen la sociedad. Lo hacen silenciosamente y a diario, cuando los accionistas exprimen las empresas, es decir, a los asalariados, para extraer de ellos más y más rentabilidad, tanto en el Norte como en el Sur. Lo hace a bombo y platillo y rompiendo moldes, con las crisis agudas en las que brutalmente se revelan los inverosímiles excesos de la codicia especulativa y su impacto en la actividad y el empleo. Paro, precarización, acentuación de las desigualdades: los asalariados y la gente más pobre tienen que cargar con el coste de la especulación, o con el perjuicio del crack consiguiente.
Desde hace dos décadas, la curva de las finanzas mundiales no es más que una larga serie de crisis: 1987, crack bursátil; 1990, crisis inmobiliaria en Estados Unidos, Europa y Japón; 1994, crack obligatorio norteamericano; 1997 y 1998, crisis financiera internacional; 2000-2002, crack Internet; 2007-2008, ahora, crisis inmobiliaria y, quizá, crisis financiera global.
¿Por qué esa repetición? Porque todas las trabas a la circulación de capitales y a la innovación financiera han sido abolidas. En cuanto a los bancos centrales, que han dejado que se hinchara la burbuja, ya no tienen más alternativa que la de abalanzarse a socorrer a bancos y fondos especulativos que se quedan sin liquidez.
No nos quedaremos de brazos cruzados esperando la próxima crisis financiera, y ya no soportaremos nunca más las extravagantes desigualdades que las finanzas de mercado han hecho prosperar, ni los peligros que ellas nos hacen correr a todos nosotros. La inestabilidad forma parte, intrínsecamente, de la desregulación financiera. Por eso, ¿para qué sirven los irrisorios llamamientos a la “transparencia” o a la “moralización”? ¿Cómo podrían cambiar ni un ápice lo que ocurre y, por lo tanto, impedir que las mismas causas, de nuevo, produzcan los mismos efectos? Poner fin a ello supone intervenir en el corazón mismo del “juego”. Es decir, transformar radicalmente las estructuras. Pero, en el seno de la Unión Europea, cualquier perspectiva de transformación tropieza con la increíble protección que los Tratados decidieron conceder al capital financiero.
Por eso nosotros, ciudadanos europeos, reclamamos la abrogación del artículo 56 del Tratado de Lisboa que, al prohibir cualquier restricción a sus movimientos, ofrece al capital financiero las condiciones para su dominación aplastante de la sociedad. Y reclamamos también que se restrinja la “libertad de establecimiento” (artículo 48), que deja oportunamente al capital la posibilidad de desplazarse allí donde las condiciones le son más favorables, y permitiría así a las instituciones financieras encontrar asilo en la ciudad de Londres o en otros puntos.
Si por “libertad” debe entenderse la que tienen los poderes dominantes, hoy personificados por las finanzas, para someter al resto de la sociedad, digamos inmediatamente que no la queremos. Preferimos otra: la de los pueblos que quieren vivir sin servidumbre a la rentabilidad financiera.
Este artículo ha sido firmado por más de 300 personalidades de las universidades europeas
Entre ellos el Director del CCS
http://www.stop-finance.org/Speculation-et-crises-ca-suffit