Yanacocha: Hay que pagarle al cerro
Jorge Oswaldo Rojas Rojas
El presidente Humala parece decidido a renegar de sus promesas electorales concernientes a la consulta previa a que iban a estar sujetos los grandes proyectos mineros en el país. La declaración del estado de emergencia en Cajamarca así lo revela.
Esto no es algo que debe llamarnos la atención. Ya tuvimos dos casos de “cambio de opinión” de candidatos con Fujimori en 1990 y con García en el 2006. La clase propietaria peruana no necesita sacudirse de su indolencia política para tener el gobierno que más apetece. Solo tiene que “palabrear” al candidato ya elegido.
Tampoco nos debe llamar la atención la insistencia de Yanacocha en llevar adelante un proyecto que enfrenta la férrea oposición de la población. El aumento del precio del oro hace que la rentabilidad del proyecto haya subido de manera extraordinaria.
Tampoco nos debe llamar la atención la actitud general de la prensa peruana, que usa el término “antiminero” para referirse a la población opuesta a la actividad minera, en contraste con el uso de la expresión “nuclear activists” empleado por la prensa europea para referirse a los movimientos opuestos a la expansión de la red de plantas nucleares. Si para la clase propietaria no es muy difícil “convencer” a un presidente, ganar la simpatía de los medios de comunicación debe ser algo muy sencillo.
Lo que sí podría llamarnos la atención es la antipatía general de los pueblos de la sierra hacia las grandes empresas mineras. Sin embargo, las razones también parecen ser aparentes.
Una de ellas son los costos ambientales de la minería, sobre todo en perjuicio de la agricultura. Y comparado con los costos ambientales, el valor agregado que las empresas mineras dejan es muy pequeño. La población es consciente de los grandes beneficios obtenidos por las mineras y siente que no está recibiendo la parte que le corresponde. Este asunto gana importancia como consecuencia del aumento de las expectativas del público como resultado de la elección de Humala. Fenómenos de este tipo son muy temidos por las clases propietarias de todo el mundo.
Existe una antigua tradición entre los pequeños mineros en el Perú de “pagarle” al cerro del que van a extraer el mineral, con el fin de ganar su simpatía y poder llevar adelante sus labores provechosamente. Se suele, por ejemplo, enterrar en el cerro algún animal preparado que sirva de alimento al cerro. Es posible que la tradición haya sido originalmente sugerida por los pobladores de la zona –ansiosos por también beneficiarse de la extracción de recursos que consideraban suyos–, los cuales durante la noche siguiente desenterraban el regalo para su consumo propio. Las empresas mineras deberían seguir ese ejemplo, pagando mayores salarios, construyendo infraestructura, colegios, hospitales, etc., en las zonas donde desarrollan sus actividades.
El país debe tomar en cuenta que ni siquiera necesita que el oro sea extraído para aumentar su riqueza. Dejando al oro en sus yacimientos el país ya está ganando dinero, pues el valor de nuestras reservas va subiendo con el aumento del precio relativo del oro en los mercados internacionales.
También debemos ser conscientes que la amenaza de las mineras de llevarse su dinero del país no puede tomarse en serio, pues simplemente no tendrían adónde llevarlo. Si hay algo que sobra en todo el mundo en estos momentos son fondos de inversión. Lo que falta, más bien, son oportunidades de inversión rentables.