La crónica diaria da cuenta de múltiples ciudadanos muertos a balazos en enfrentamientos o ajustes de cuentas en cualquier zona de Lima. El asunto pasa por un enfrentamiento de bandas que, como en el Chicago de los 20, sorteaban sus diferencias ¡a balazo limpio!
De un lado los delincuentes, con y sin uniforme. Del otro, la civilidad inerme que ya sabe que se puede salir muy temprano a trabajar. Lo que nunca es posible adivinar es si todos retornarán, sanos y salvos, a sus hogares.
La multitudes resienten la estupidización intoxicante de los miedos de comunicación. Todo lo contrario a su rebelión, aquella que Ortega y Gasset, describió en un libro sobresaliente. Por el contrario los cánticos triunfalistas y nuestros miles de millones en exportaciones se esfuman apenas pasan los eventos.
Oleadas de maleantes afincaron en Perú, importaron desde el exterior métodos desconocidos pero sumamente mortíferos, malas costumbres violentistas para la coacción o el asalto, e incurrieron en crímenes que enlutan familias enteras. A pesar que la PNP está integrada por miles de efectivos entrenados, no puede combatirla eficazmente.
La pregunta que ya muchos se hacen es: ¿no puede, no quiere o tiene orden de no hacerlo? Imaginar las pseudorazones nos llevarían a un borrador macabro y sucio.
¿Cómo puede aceptar el país que unos mozalbetes usen armas de fuego, anden por las calles esparciendo el terror que sus artefactos dan y ejerciendo el insano propósito de buscar víctimas a quienes incrustar sus balas?
Una pregunta sencilla: ¿cuántas instituciones se preocupan de este fenómeno urbano que cobra vidas a cada rato? De repente, como las organizaciones de nuevos gángsteres y sus gerencias, sólo se ocupan de temas rentables y que den dólares o euros, vía tallercitos, fórums y folletería mal hecha, este acápite de que son protagonistas elementos del más bajo nivel, no es interesante y tampoco da recursos, por tanto es deleznable.
En las épocas del terrorismo violentista, las bombas se sucedían unas a otras con apagones, voladura de torres, cuerpos despedazados, por largos años con predominio de ocurrencias al interior del país.
El terrorismo fue conocido por los capitalinos con, entre otros atentados, el de la calle Tarata, en Miraflores, y el horror llegó descarnado y letal al imaginario limeño. El mismo tinglado de sangre y fuego que ya ocurría durante más de 10 años al interior.
Como muchas otras cosas, recién se empezó a calibrar el sesgo asesino del terrorismo.
Todos las violencias son condenables y profundamente letales contra el cuerpo social de cualquier pueblo.
No debe olvidarse la violencia institucional que impide que uno obtenga justicia ante los tribunales de justicia que no la imparten y que mandan presos a miles de conciudadanos. Esa misma “administración” de justicia, condona deudas tributarias a empresas transnacionales delictivas que no los pagan y que se hacen prescribir las obligaciones.
Violencia es también mantener con índices vergonzantes la salud pública, la educación con niveles subterráneos y la desigualdad ante la sociedad que juzga, aún en nuestros días, por el apellido, por su “decencia”, por la altura o el color de piel, marca de auto o distrito de residencia.
La suma de esos signos violentos y muchos otros más, se compendia en una lista de horrores y taras que se hacen pasar como parte de “nuestra vida normal”.
¡Y que sigan las balaceras! Hasta que uno de estos plomos nos acerque trágicamente a los sucesos.
En los años 30, el país entero remecía en sus calles y plazas el enfrentamiento de grupos sociales que tenían por banderas el antimperialismo, la nacionalización de tierras e industrias, la protección de los recursos patrios, el nacionalismo como bandera de insurrección perenne y no pocas veces las colisiones fueron violentas, parte de esa violencia institucional en que vive Perú desde el mismísimo 1821 con la independencia de los hijos de los españoles que dejó en sempiterna esclavitud a vastos sectores mayoritarios del Perú genuino.
Mientras que las multitudes ciudadanas duermen, el hampa incurre en su tarea depredadora contra la sociedad. ¿Dónde están y qué hacen los líderes para presentar un combate radical contra todo tipo de violencia?
Pretender que la PNP tiene exclusividad en este combate, es un yerro monstruoso. Es la sociedad la que debe intervenir e idear sus caminos de solución, para eso y otros temas como, verbi gracia, un trabajo electoral unitario para desalojar a los dinosaurios que ocupan el poder.
26.11.2024
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