banco central europeoPor Hans Magnus Enzensberger*

¿Crisis? ¿Qué crisis? Los cafés, las terrazas, los restaurantes no se quedan vacíos, los turistas se atropellan en los aeropuertos, se nos habla de récords de exportaciones, de que el paro disminuye. La gente bosteza ante la “cumbre” política de cada semana y las oscuras disputas de los expertos.

 

Es manifiesto que casi nadie se percata de que los países europeos ya no están gobernados por instituciones que cuenten con una legitimidad democrática, sino por una ristra de siglas que han ocupado su lugar. Ahora mandan el MEDE, el FEEF, el BCE, la ABE y el FMI. Solo los iniciados llegan a comprender quién hace y cómo en el seno de la Comisión Europea y del Eurogrupo. Todos esos organismos no figuran en ninguna constitución del mundo y no asocian a los electores a su toma de decisiones.

Produce escalofríos la indiferencia con que los europeos aceptan que se les despoje de su poder político. A diferencia de las revoluciones, los golpes de Estado y los alzamientos militares, que no escasean en la historia de Europa, esta desposesión se está llevando a cabo sin ruido y sin violencia. Todo ocurre pacíficamente, en un reservado.

Ya no asombra a nadie que no se respeten los tratados. De las reglas existentes, como el principio de subsidiariedad establecido por el Tratado de Roma o la cláusula que prohíbe los rescates financieros en el de Maastricht, se hace caso omiso cuando hace falta. El principio pacta sunt servanda [hay que respetar lo pactado] se convierte en un eslogan carente de significado.

La abolición del Estado de derecho queda clara en el tratado fundacional del MEDE (el Mecanismo Europeo de Estabilidad). Las decisiones de los pesos pesados de esta “sociedad de rescates” tienen validez inmediata y no están sujetas al consentimiento de los parlamentos. Se les llama “gobernadores”, como era habitual en los antiguos regímenes coloniales, y, como en estos, no tienen que rendir cuentas ante la opinión pública.  Están exentos de control judicial o legal. Y gozan de un privilegio que no posee ni el jefe de la Camorra napolitana: la inmunidad penal absoluta (según los artículos 32 a 35 del tratado fundacional del MEDE).

El expolio político de los ciudadanos empezó cuando se introdujo el euro, incluso antes. Esta moneda es el fruto de maquinaciones políticas que no han tenido en cuenta las condiciones económicas necesarias para poner en marcha semejante proyecto.

Lejos de reconocer y corregir las malformaciones congénitas de su creación, el “régimen de los rescatadores” insiste en la necesidad de seguir a toda costa la hoja de ruta establecida. Proclamar que no tenemos “otra salida” viene a ser negar el peligro de explosión inducido por el aumento de las disparidades entre los Estados miembros. Las consecuencias se dibujan en el horizonte: división en vez de integración, resentimiento, animosidad y reproches en vez de concertación. “Si el euro se hunde, Europa se hunde”. Este eslogan inepto trata de movilizar a un continente de quinientos millones de habitantes en la empresa azarosa de una clase política aislada, como si 2000 años no fuesen nada comparados con una moneda inventada hace muy poco.

La “crisis del euro” prueba que esto no acabará con el expolio político de los ciudadanos. Su lógica quiere que conduzca al expolio económico. La gente baja a las calles en Madrid o Atenas porque no le queda otro remedio. También ocurrirá en otras partes.

Se ha cortado el paso a las opciones prudentes que hasta ahora se han propuesto. A la idea de una Europa a varias velocidades se la ha perdido ya de vista. Las cláusulas de salida sugeridas con la boca pequeña jamás han encontrado un lugar en los tratados. La política europea ha humillado el principio de subsidiariedad. Esa palabra significa que, de la escala municipal a la regional, del Estado-nación a las instituciones europeas, siempre debe ser la instancia más cercana a los ciudadanos la que mande dentro de su marco de competencias, y los niveles superiores no deben heredar más competencias reglamentarias que las que no se puedan ejecutar en otros niveles.

Pero los 500 millones de europeos no capitularán sin haber opuesto resistencia.

Este continente ya ha superado conflictos más sangrientos que la crisis actual. Salir del callejón donde nos han arrinconado los apóstoles tendrá un coste y no se logrará sin conflictos y sin dolorosos recortes. El pánico es el peor de los consejeros, y quienes predicen que Europa va a entonar su canto del cisne ignoran las fuerzas que tiene. Antonio Gramsci nos ha dejado esta máxima: “Al pesimismo de la inteligencia tiene que acompañarle el optimismo de la voluntad”.

*Ensayista y periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias