La moda del comercio justo
Por Ana Muñoz Álvarez*
“En el futuro no será una cosa de ONG, sino de las empresas”, explican desde Intermón refiriéndose al comercio solidario. Desde 2004, las ventas de productos de comercio justo han aumentado de algo más de 800 millones a cerca de 3.000 millones de euros, según las cifras de productos certificados por el Sello de Comercio Justo, al que se vinculan un millón y medio de personas en los países del Sur.
Por Ana Muñoz Álvarez*
“En el futuro no será una cosa de ONG, sino de las empresas”, explican desde Intermón refiriéndose al comercio solidario. Desde 2004, las ventas de productos de comercio justo han aumentado de algo más de 800 millones a cerca de 3.000 millones de euros, según las cifras de productos certificados por el Sello de Comercio Justo, al que se vinculan un millón y medio de personas en los países del Sur.
Hoy, los consumidores de los países del Norte podemos encontrar en grandes almacenes café, té, azúcar, caramelos... con logos de ONG y comercio justo. También cada vez más empresas y hoteles ponen a disposición de sus clientes y empleados productos por los que se paga un precio justo y que permiten mejorar la calidad de vida de los agricultores y productores de los países empobrecidos del Sur. Más de siete millones de personas, adscritas al Sello de Comercio Justo, han mejorado sus condiciones de vida, según su último informe anual. Pero el comercio justo no sólo se queda en los productos de consumo. Muebles, menaje del hogar, ropa... están más de moda que nunca si vienen con la etiqueta del Sur.
Los más “puristas” creen que este crecimiento hará que se pierdan los valores originales de lucha contra unas estructuras comerciales injustas. Para los defensores de esta postura, el comercio es un instrumento para conseguir una transformación social intensa, que mueva los cimientos de una sociedad en la que “cuanto más, mejor”, donde hay que tener más, ganar más, ser el primero... Organizaciones como Sodepaz defienden que no se puede colaborar con empresas que no respetan los derechos de las personas con las que trabajan, que promueven la deslocalización, que destruyen la actividad económica y comercial locales, que crean trabajos temporales, que explotan a los trabajadores más desfavorecidos... Starbucks, por ejemplo, ha abierto una línea de productos de comercio justo, pero su filosofía empresarial no ha cambiado un ápice.
El Instituto Adam Smith publicó en el año 2008 un estudio que acusaba al modelo de comercio justo de ser un elemento de distorsión y que favorece sólo a unos pocos y deja en peor situación a las comunidades en las que trabajan. Además, aseguraba que sólo el 10% del sobreprecio que pagamos los consumidores llega al terreno, demostrando que los que siguen ganando son los intermediarios. Así, el comercio justo poco o nada está cambiando las estructuras del comercio internacional establecidas.
Los productores del Sur también hablan. La Asociación de Pequeños Productores de Tongorrape de Perú explica que el comercio justo nació para que los pequeños productores pudiesen acceder al mercado y, aunque, pequeños y de manera lenta, están comenzando a tener un hueco en el comercio internacional. Si Asia, Latinoamérica y África consiguieran aumentar la cuota de sus exportaciones mundiales en tan sólo un 1%, defienden desde Intermón, los beneficios generados supondrían cinco veces la cantidad que reciben en concepto de ayudas y más de 100 millones de personas saldrían de la pobreza.
Ante esta polémica, desde organizaciones como SETEM, nos preguntan a los consumidores si pagaríamos 1,50 euros más por una camiseta más justa. Bajo esta inocente pregunta, lo que en realidad nos tenemos que cuestionar es si nosotros, los privilegiados a los que nos “tocó” nacer en los países del Norte estaríamos dispuestos a renunciar a “nuestra calidad de vida”, a compartir nuestra riqueza, a ser algo menos ricos para que todos viviésemos mejor.
*Periodista
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Los más “puristas” creen que este crecimiento hará que se pierdan los valores originales de lucha contra unas estructuras comerciales injustas. Para los defensores de esta postura, el comercio es un instrumento para conseguir una transformación social intensa, que mueva los cimientos de una sociedad en la que “cuanto más, mejor”, donde hay que tener más, ganar más, ser el primero... Organizaciones como Sodepaz defienden que no se puede colaborar con empresas que no respetan los derechos de las personas con las que trabajan, que promueven la deslocalización, que destruyen la actividad económica y comercial locales, que crean trabajos temporales, que explotan a los trabajadores más desfavorecidos... Starbucks, por ejemplo, ha abierto una línea de productos de comercio justo, pero su filosofía empresarial no ha cambiado un ápice.
El Instituto Adam Smith publicó en el año 2008 un estudio que acusaba al modelo de comercio justo de ser un elemento de distorsión y que favorece sólo a unos pocos y deja en peor situación a las comunidades en las que trabajan. Además, aseguraba que sólo el 10% del sobreprecio que pagamos los consumidores llega al terreno, demostrando que los que siguen ganando son los intermediarios. Así, el comercio justo poco o nada está cambiando las estructuras del comercio internacional establecidas.
Los productores del Sur también hablan. La Asociación de Pequeños Productores de Tongorrape de Perú explica que el comercio justo nació para que los pequeños productores pudiesen acceder al mercado y, aunque, pequeños y de manera lenta, están comenzando a tener un hueco en el comercio internacional. Si Asia, Latinoamérica y África consiguieran aumentar la cuota de sus exportaciones mundiales en tan sólo un 1%, defienden desde Intermón, los beneficios generados supondrían cinco veces la cantidad que reciben en concepto de ayudas y más de 100 millones de personas saldrían de la pobreza.
Ante esta polémica, desde organizaciones como SETEM, nos preguntan a los consumidores si pagaríamos 1,50 euros más por una camiseta más justa. Bajo esta inocente pregunta, lo que en realidad nos tenemos que cuestionar es si nosotros, los privilegiados a los que nos “tocó” nacer en los países del Norte estaríamos dispuestos a renunciar a “nuestra calidad de vida”, a compartir nuestra riqueza, a ser algo menos ricos para que todos viviésemos mejor.
*Periodista
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